
Por J. Jesús López García
Es indudable que el uso original de las fincas con el paso del tiempo se modifique, esto a causa de que las formas de ser y de pensar de las generaciones recientes no se adaptan a la forma de vida que se llevaba a cabo anteriormente, y que las necesidades de habitar parecieran ser diferentes. Basta remitirnos a los castillos medievales o también a los descomunales palacios, en donde los señores feudales y los reyes, respectivamente, llevaban a cabo funciones que actualmente ya no existen –salvo excepciones como el Palacio de Buckingham, residencia oficial británica, o el Palacio Real de Madrid, residencia oficial española, aunque los monarcas vivan en el Palacio de la Zarzuela, entre varios más-, y se han convertido en museos y sitios para el turismo.
Un ejemplo local aguascalentense, lo tenemos en los primigenios usos de las naves industriales de los antiguos talleres de ferrocarriles, que fueron construidos para labores prácticas, y hoy en día al desaparecer sus funciones, han sido convertidas a otros sistemas arquitectónicos con una utilidad diferente, tal como centro de convenciones, museos o salones para la docencia. El caso de la arquitectura Moderna es sintomático, ya que la inicial propuesta basada en resolver conceptos utilitarios, fracasó rotundamente al no funcionar y pronto fueron convertidas para la actividad turística. Lo anterior ha devenido en que rápidamente los proyectos arquitectónicos actuales son muy cambiantes.
En Aguascalientes, uno de sus bellos barrios lo es el de Triana, el cual su corazón se encuentra en el llamado Jardín de la Paz a partir del 16 de septiembre de 1880, según lo atestiguan las placas de piedra en los paramentos de las calles aledañas a él. Gabriel Villalobos Ramírez en su libro Y a la vuelta está Triana de 2004, –desafortunadamente ya agotado y no vuelto a imprimir- describe que el jardín “…tiene una vegetación muy agradable, sus árboles son coníferas, jacarandas y fresnos; en sus prados hay profusión de flores; consta… de seis prados y una fuente central; sus callecillas separan los prados y unen la fuente con los andadores de la periferia. Sus árboles dan una sensación de tranquilidad, de paz, de vida provinciana, y a este conjunto de árboles y pedacito de bosque o remedo de bosque lo rodean casas solariegas, casas señoriales que fueron de aquellos grandes señores del barrio”. Sin duda alguna, ¡una hermosa evocación de este soberbio espacio!
Y efectivamente, además del templo del Encino, el Museo Guadalupe Posada y del jardín mismo, este rincón de la ciudad, atesora múltiples fincas señoriales, con una unidad a través de su alineamiento y alturas semejantes, vanos con una dinámica vertical con cornisas incluidas, todo ello con base en el sistema constructivo de muros de carga de adobe y piedra, y techumbres de vigas de madera, tejamanil o ladrillo. Casas con esquema de acceso a través de un zaguán -espacio de transición del exterior al interior-, patio que recibe a través de unos corredores perimetrales que dan acceso a los demás espacios. Exteriormente los vanos están enmarcados y contienen un entablamento muy elaborado en su cornisamento. Algunas de ellas tienen esta disposición arquitectónica similar a la expuesta.
Barrios como el de Triana, con su arquitectura que le da un “sabor provinciano”, cada vez se ven expuestos a la modificación de su propia esencia inicial, y por ello a extinguirse gradualmente, la razón, no así el elemento edificado, la esencia y la memoria de aquellos que habitaron esas fincas, y que al cambiar su uso, muere todo lo que allí se vivió.
Un fenómeno mundial, tiende a la transformación de los centros de las ciudades, y Aguascalientes no es la excepción, sin embargo, habría que reflexionar si lo reciente que se edifica tiene más “valor” que lo anterior, pues recordemos que las piedras venden, solamente habría que preguntarle a Gary Dahl, que se hizo multimillonario mercantilizando las Pet Rock en 1975, ¡con mayor motivo la Arquitectura, con A mayúscula!