En algunos momentos diarios, en otros de manera veloz y en ocasiones de modo tranquilo, nos damos cuenta de que la arquitectura de antaño va cediendo su lugar a otra sustituta con la novedad característica de los tiempos actuales. El centro aguascalentense, durante mucho tiempo, permaneció con vitalidad y diversidad, sin que ello haya traído como consecuencia decrepitud y vejez que expulsara a zonas alejadas de este, a sus residentes que pudieran pagar el costo de su emigración.

Sin embargo, al momento de la aparición de una numerosa edificación de fraccionamientos periféricos, particularmente fuera del primer anillo de circunvalación, el núcleo central dio inicio a la degradación y deterioro por el parcial abandono de sus habitantes. No obstante, este fenómeno se ha revertido, al grado de que hoy en día el centro, de modo gradual, ha iniciado su posicionamiento como un territorio de una latente plusvalía al alza, y para muestra sólo basta verificar el precio de algunos solares en algunos sectores de esta parte de la ciudad.

La situación prevaleciente de algunas fincas casi abandonadas o abandonadas completamente, trae como consecuencia el daño y degradación, que incluso, los mismos propietarios provocan, al ser más rentables los solares que las edificaciones allí existentes. En múltiples casos, edificios, particularmente casas añejas, son susceptibles de ser demolidas con el propósito de levantar obras que generen más ganancias económicas que el viejo inmueble, lo que no deja de ser paradójico el hecho de que aquellos se diseñan considerando elementos arquitectónicos pretéritos.

Pero a pesar de lo descrito, esta acción no es emergente, más bien parece alzarse como un fenómeno corriente en todas las ciudades actuales de todo el mundo, considerando que los núcleos urbanos permanecen en constante movimiento, cuya vitalidad depende del cambio mismo, como en Aguascalientes.

En la calle Alarcón, detrás del Templo del Rosario o la Merced, aún permanecen en pie dos fincas semejantes y que probablemente pudieron ser solamente un inmueble, ya que la delimitación de ambas en las colindancias es a través de dos pilastras, además de que el pretil es continuado conformando una unidad. Las razones de su eventual subdivisión pueden ser múltiples; sin embargo, actualmente vuelven a unirse en su decrepitud y deterioro. En el caso de las demás edificaciones en esta céntrica calle, las demás casas desaparecieron y dejaron su lugar a unas arquitecturas de distintas épocas y codificaciones formales, y probablemente en un lapso no muy lejano pudieran correr con la misma suerte las viviendas reseñadas.

Por ahora, en medio de cables y maleza que brota de entre los adobes y los matacanes envejecidos, es posible disfrutar de la arquitectura que fue la imagen de la ciudad que alguna vez Eduardo J. Correa definió como “triste pero querendona”, con sus calles orgánicas, de alineamientos continuos e infinitos, altas paredes y con el paño al límite de propiedad, muros de adobe o de matacán en donde se sustentaban los techos; vanos verticales de acuerdo al sistema constructivo. Ritmo de vanos y macizos sobre un plano llano, rematado por una cornisa de piedra, en este caso, o de tabique en la mayoría y delimitada la propiedad por dos pilastras almohadilladas con el mismo material, permitiendo con ello la simetría prevaleciente.

Incluso prevalece la pintura original en tonos ocres, no así la madera que fue sustituida por cancelería de perfil tubular; en parte de la fachada se aprecia el sistema de desagüe pluvial a través de la “Y” de barro, y en algunas partes exhiben el matacán y el adobe.

Y aunque la mayoría de las fincas pretéritas van desapareciendo gradualmente en el núcleo central de Aguascalientes, hay que hacer énfasis en que este, hoy en día, está más vivo que nunca y que la ciudad, sin embargo, sigue transcurriendo a su alrededor.