En una entrevista reciente, el filósofo Byung-Chul Han, huésped frecuente de estas páginas, se quejaba con el entrevistador de que hoy en día la gente no escucha y que ha perdido la paciencia para narrar:

“La gente ahora camina con los oídos tapados. Como yo no me oriento bien espacialmente, cuando voy a algún sitio, pregunto a la gente dónde está cierta calle, pero tienen los oídos taponados por los auriculares. No pueden oír y eso significa que están desconectados del mundo, del otro, sólo se oyen hablar a sí mismos, involucrados en su ego”.

Los auriculares inalámbricos de alta gama, como otros muchos accesorios electrónicos portátiles que garantizan una conectividad permanente (no sé si eso sea algo que deba presumirse), otorgan un toque de distinción a quien los lleva puestos. Los de cierta marca convierten a sus portadores en miembros de una selecta aristocracia tecnológica.

Uno los ve sumergidos en su mundo, aislados de todo lo que los rodea, reaccionando solamente a los estímulos lumínicos o vibratorios de sus dispositivos. Muchos ya viven así: ensimismados, dispersos y sordos. Verlos iniciarse de niños alentados por sus padres es desgarrador.

Amador Fernández-Savater y Oier Etxeberria han coordinado un libro con varios autores titulado El eclipse de la atención:

“El colapso atencional se encuentra en la encrucijada entre algunas tendencias clave del mundo actual: la economía que convierte la visibilidad en la mercancía más valorada, las formas de trabajo precarias y multitarea, el zapping y el scroll como modos de relación con las cosas, el horror vacui contemporáneo. La crisis de la atención es, seguramente, la que puede revelar con mayor precisión de qué está hecha la sociedad en que vivimos”.

Alguien podría argüir que ese ensimismamiento significa un penetrar en el interior de uno mismo. Una búsqueda como la que describe Unamuno:

“Busca en tu ámbito interior

el de tu alma…

Reconcéntrate para irradiar;

déjate llenar para que reboses.

Luego,

recógete en ti mismo

para mejor darte a los demás…

Tienes que hacerte universo,

buscándolo dentro de ti.

¡Adentro!

Lo que observamos hoy no tiene nada que ver con lo que nos dice Unamuno. Es una ilusión, un espejismo que bajo la apariencia de una atención reconcentrada, resulta ser todo lo contrario. Como dice Oier Etchevarría: “No es aventurado afirmar que, en la batalla moderna por la atención –como aquella facultad capaz de modular, orientar e intensificar los espacios más recónditos de la experiencia humana–, se expone, en toda su sofistificación, la incipiente colonización de la sensibilidad”.

Estamos frente a algo mucho más sutil e imperceptible que lo planteado por aquella película de los años cincuenta titulada La invasión de los usurpadores de cuerpos. En nuestro caso, el desplazamiento que nos hace más humanos no proviene del espacio exterior, sino de aquello que, seduciéndonos con la comunicación instantánea y global, nos vigila, coloniza nuestras facultades más valiosas y nos priva poco a poco de lo más preciado que poseemos: la libertad interior.