Carolina Castro Padilla
Era el viernes 24 de abril de 1953 cuando el Gobernador del Estado de Aguascalientes, profesor Edmundo Gámez Orozco, y el profesor Francisco Antúnez Madrigal, vieron cumplido su anhelo de dotar con una biblioteca pública a la ciudad de Aguascalientes y ponerle el nombre del poeta y escritor que admiraban, Enrique Fernández Ledesma. Ese día, a las 19:30 horas, ellos se reunieron con los intelectuales, artistas y miembros de las diversas sociedades culturales de la localidad, en el lugar construido especialmente para la biblioteca, en la esquina de la calle Díaz de León y el Jardín Principal, en el edificio del Palacio Municipal, para participar en su inauguración y disfrutar del programa preparado para ello en el que tomaron parte el “Cuarteto Clásico Aguascalientes”, que intervino en varios momentos; el profesor Francisco Antúnez Madrigal, quien leyó su informe como Presidente del Patronato Pro-Biblioteca Pública “Enrique Fernández Ledesma”; el joven Víctor M. Sandoval, que declamó el poema de Enrique Fernández Ledesma “Con la sed en los labios”. Finalmente se hizo la solemne declaratoria de apertura de la propia Biblioteca Enrique Fernández Ledesma. Al día siguiente, abrió sus puertas y así ha permanecido hasta nuestros días recibiendo, día a día, a sus lectores que ya se cuentan por millares.
Sabemos que en 1967 la Biblioteca se cambió a su actual recinto en el edificio de la Casa de la Cultura, en Galeana Norte No. 202 (calle del Codo), pero conozcamos un poco a Enrique Fernández Ledesma. Él nació en Pinos, Zacatecas, el 15 de abril de 1888, pero creció en Aguascalientes, cuna de sus anhelos juveniles, al sentar en esta ciudad su residencia don Miguel y doña Modesta, sus padres, quienes además le dieron tres hermanos: Miguel, que fue abogado; Luis, escultor, y Gabriel, artista plástico muy completo, escritor y promotor cultural.
Fernández Ledesma llegó a decir: “… soy un lance de amor y de inquietud en una historia de trémulas páginas…” y es inevitable al hablar de él, evocar el rincón umbroso del Jardín de San Marcos, en donde se dice solía reunirse con sus entrañables amigos del Instituto Científico y Literario para hablar de lo que amaban: poesía, pintura y música. Rincón que su voz poética recoge:
“Viejo jardín lugareño
donde apuré la fragancia
de mi ensueño
en el lejano y risueño
atardecer de mi infancia”
Es en esta época estudiantil cuando Fernández Ledesma incursiona juntamente con Ramón López Velarde, Pedro de Alba, José Flores, J. Valdepeña Arteaga y Archivaldo E. Pedroza, en la edición de la revista literaria “Bohemio”, que apareció en 1906.
Fue amigo de Manuel M. Ponce y de Saturnino Herrán, y sobra decir que con Ramón López Velarde lo unía fuertemente la poesía. En su obra poética “Con la sed en los labios”, publicada en 1919, se nota la influencia lopezvelardiana como un tenue perfume que se desprende de sus versos. La portada de este libro es de Saturnino Herrán y el Introito de Ramón López Velarde, el cual principia diciendo:
“Éramos aturdidos mozalbetes:
blanco listón al codo, ayes agónicos,
rimas atolondradas y juguetes.”
Su gusto por la literatura lo llevó, desde muy joven, a escribir en periódicos y revistas, no sólo en la localidad sino también en Monterrey. A principios de 1918, cuando fue nombrado diputado por Aguascalientes, se trasladó a la ciudad de México para quedarse. Un año antes había ganado la Flor Natural en los Juegos Florales de Saltillo con su poema titulado “Doña Sol de Luzán y Barrientos”.
En la ciudad de México realizó la mayor parte de su obra como investigador, periodista y escritor. Allí escribió en las publicaciones México Moderno, Pegaso, Revista de Revistas, El Universal, en el que dirigió la página literaria llamada “El Museo de las Letras” y en Excélsior, donde publicó artículos y ensayos bajo el título “En el polvo de las horas”, e impulsó la obra de escritores y poetas poco conocidos. Además, desempeñó brillantemente el cargo de Director de la Biblioteca Nacional, dirigió publicaciones literarias, ingresó en 1938 a la Academia Mexicana de la Lengua, luchó junto con su hermano Gabriel por rescatar y proyectar la esencia mexicana en el arte y escribió su obra, que si bien no es numerosa, sí es abundante en riqueza de contenido, ya que, puestos sus ojos en el siglo XIX, rescata de él personajes, costumbres, tradiciones, historia, temas en los que captura el tiempo pasado haciéndolo vivir por la magia de su palabra.
Otras de sus obras, lecturas obligadas, si queremos entender nuestro presente, son:
Viajes al siglo XIX. Señales y simpatías en la vida de México. Publicado en 1933 con aguafuertes de Francisco Díaz de León y grabados en madera de Gabriel Fernández Ledesma. En él dice el autor: “No he dicho lo finisecular. He dicho el Siglo XIX mexicano con sus gracias, su carácter, su buena crianza y sus hombres apasionados y orgullosos”.
Historia crítica de la tipografía en la ciudad de México. Impresos del siglo XIX. Una edición del Palacio de Bellas Artes, 1934-1935. Es una investigación que realizó como él dice: “…con amor e interés. Amor por los libros de México. Interés por el descalabrado arte de la tipografía.”
Galería de fantasmas. Años y Sombras del siglo XIX. Publicado en 1939, poco después de su muerte. Contiene litografías de Fernando Leal y capitulares, grabadas en madera, de Gabriel Fernández Ledesma. Posee este libro “Algunos rasgos de los hombres de ayer. Algunos latidos de su espíritu”, como dice al principio su autor.
Treinta monedas de cobre. Libro de cuentos.
Dos y dos no son siempre cuatro. Un libro de crítica.
La gracia de los retratos antiguos. Obra póstuma publicada en 1950. Es ampliación de su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua. En ella da vida a los personajes que parecen salir de sus daguerrotipos para hablar con el lector.
Espejos antiguos. Publicado en 1968, contiene dieciocho ensayos en los que recoge el autor, con gracia y finura, el espíritu de México en el siglo XIX. Angelina Beloff hizo los grabados que enmarcan las capitulares del libro.
Autógrafos de la Biblioteca Nacional. Ve la luz en 1974 y reúne la colección de autógrafos acompañados de fotografía y pensamiento o muestra de la obra de hombres y mujeres de letras de distintos países del mundo occidental que aceptaron la invitación de Enrique Fernández Ledesma para quedar presentes por siempre en ese recinto.
Enrique Fernández Ledesma murió en plena madurez el 9 de noviembre de 1939 en la ciudad de Méxicom dejando obra inédita que aún espera ver la luz. Murió, pero sigue presente entre nosotros en sus libros y en la Biblioteca Pública que lleva su nombre.
La Biblioteca Enrique Fernández Ledesma cumple 70 años de vida el 24 de abril de este 2023.
¡Felicidades y larga vida para esta Biblioteca!