Por: Daniel Amézquita
A los 12 años leí Paseo de la Reforma de doña Elena Poniatowska. La ahora Premio Miguel de Cervantes, inquietó mi conciencia y redituó en mi pasión por las letras con su puntual y valiente defensa de las minorías y su profundo amor por México. Aprendí de Elenita que las palabras son refugio y lucha. Por estas razones y otras como La noche de Tlatelolco; Juan Soriano, niños de mil años; La herida de Paulina; Querido Diego, te abraza Quiela; La piel del cielo; Las soldaderas; Leonora; Las siete cabritas; Lilas Kikus y El tren pasa primero, sólo por mencionar otras diez, no me la podía perder en el “Hay Festival Querétaro 2016”.
Ahí, de cuerpo presente, La Poni que todas y todos conocemos bien, la que llegó a México a los 10 años y que no sabe de historia de Francia porque se dedicó por completo al Jarabe Tapatío, la heredera del último rey de Polonia, Estanislao II Poniatowski, de quien está escribiendo una novela, porque ella pudo haber sido princesa y no una de las máximas exponentes de las letras hispanas, dialogó con un fervoroso público.
Recordó a su tía que “estaba medio chifletas”, Guadalupe Amor, la que escandalizó a su familia, la que hizo sufrir a sus ocho hermanas, la que le prohibió firmar como Elena Amor, “tú eres una pinche periodista y yo una diosa”, le decía. Y se lamenta: “la vida es tan injusta que a quien se recuerda es a la loca que salía a gritar a las calles y que se abría el saco estando desnuda”.
Frente al abarrotado Teatro de la Ciudad, sobre todo de jóvenes, vestida de blanco, en tenis y con una pequeña libreta en la mano, Elena habló de sus visitas a la cárcel de Lecumberri, “así son los presos, están ansiosos de contarlo todo, su vida de mentiras o su prodigiosa vida de verdades”. Como a David Alfaro Siqueiros, a quien metieron a la cárcel porque “fue a decir al extranjero que el gobierno le hacía un daño horrible a un pueblo hermoso que no se lo merecía”, o a Álvaro Mutis, el escritor e íntimo amigo de Gabriel García Márquez o a Demetrio Vallejo el luchador social que después se convertiría en el protagonista de una de sus novelas.
“Hay un gran afán de la fauna que comprende desde los políticos hasta los banqueros, que tienen sus amanuenses que escriben sobre sus vidas, sin embargo, la gente valiosa generalmente es olvidada, la gente que se dedica a causas sociales, que no tiene acceso al dinero, es la que me conmueve y es a la que yo quiero destacar hasta que cuelgue los tenis”, comentó.
Llegó la Princesa Roja a Querétaro, reina de las letras, respondiendo con la tranquilidad con la que toma el té y provocando aspavientos y aplausos: que México es muy inferior a su pasado y en el político mucho más; que Trump es un tipo carnavalesco y que a qué viene a poner sus patotas a este país; que a Juan Gabriel lo admira por sus canciones y chalinas y ademanes y porque decía “pero qué necesidad”, que como la gran mayoría se identificaba con él y que ella es de los nacos, de la plebe que le aplaude; que reprueba las marchas homofóbicas porque cada quien debe hacer con su culo un papalote, porque cada quien debe hacer con su vida lo que quiera o lo que pueda; que a todos los que están un poco locos siempre los ha querido mucho; que este país tiene grandes oportunidades para resurgir.
Una jovencita le cuestionó sobre los Derechos Humanos en México y al final la celebró por ser mujer y hacer las preguntas difíciles; recordó a las mujeres juchitecas que participaron en la huelga ferrocarrilera y que se tiraban a las vías para impedir que las máquinas avanzaran; recordó a mujeres como Tina Modotti, “quise documentar a mi país, dar a conocer a una fotógrafa como ella, la primera mujer que se retrató mostrando el vello púbico, pero no tanto por eso, me impresionó por su lucha política y su gran amor a México”, recordó a Leonora Carrington que la recibía en su casa con un “¿quieres un té o quieres un chingado tequila?”. “Las mujeres son el elemento aglutinador, son como el Resistol, sin las mujeres el país se caería a pedazos”, remató.
Y así concluyó: “Ustedes son los dueños de este país, actúen en consecuencia; México es un país de jóvenes y pueden hacer muchísimo. Si quiero ser un pintor, pues ser un pintor chingón. Yo me identifico con el esfuerzo que hace todo ser humano para construirse, para no embarrarse en el suelo, para no autodestruirse. Tenemos que ser militantes, emprender una lucha política. Hay que leer a Rousseau, hay que leer a Montesquieu, hay veces que hay que encerrase con el libro y decirse: ‘esto no me va a vencer’, yo creo en el esfuerzo personal y hay que chingarse poquito. Desconocemos a nuestro país y hay que escribir sobre México, en la medida que lo conocemos nos conocemos a nosotros mismos”.
Cuando llegó Elena a México lo que más le asombró es que en el mapa estaban zonas marcadas como “territorio por descubrir” y ha sido una gran exploradora, una mujer valiente, haciendo un trabajo incansable: documentando, edificando una invaluable y maravillosa obra y, sobre todo, eternizando, reconociendo y visibilizando a quienes en este país han sido violentamente borrados.