Por: Juan Pablo Martínez Zúñiga

El clásico filme de horror “El Exorcista” (Friedkin, E.U., 1973), basado en la novela homónima de William Peter Blatty, popularizó una narrativa que ha encontrado diversas variantes con el paso del tiempo, en éste caso un clérigo que aborda un fenómeno sobrenatural conectado con la lógica pero que no puede ser abordado de manera científica y sí espiritual, algo que incluso un agnóstico admitirá con relativa amargura. La adaptación literaria del libro “El Prodigio” por el notable cineasta chileno Sebastián Lelio (“Una Mujer Fantástica”) y estrenada recientemente en Netflix va por la vía opuesta encontrando un punto de reflexión por parte de una protagonista desvinculada de lo metafísico por una dolorosa pérdida personal hasta reencontrarse con la senda de aceptación teocéntrica o metafísica. Lelio, junto a la dublinesa Emma Donoghue, autora del texto original, describe en su adaptación cómo una enfermera británica llamada Lib Wright (la notable Florence Pugh) va a una pequeña villa de Irlanda en 1862 contratada por una pequeña comitiva que incluye a un reputado doctor (Toby Jones) y al párroco del lugar (Ciarán Hinds) para observar a una niña de once años de nombre Anna (Kila Lord Cassidy) quien luce saludable hablando y conduciéndose con normalidad a pesar de no ingerir alimento alguno por cuatro meses de forma voluntaria, razón por la cual es considerada por los lugareños como una santa. Lib debe limitar su actividad tan sólo a la observación in situ, en intervenir en su cotidiano el cual incluye oraciones diarias y contacto con sus conservadores padres colaborando tan solo con una monja (Josie Walker) quien la releva cada ocho horas (el quid en cuanto a la representación archicatólica de la comunidad se suma en un intercambio cuando la enfermera pregunta “¿Por qué una monja?” y la seca respuesta es “¡Bienvenida a Irlanda!”). Los tormentos emocionales de Lib debido a la muerte prematura de su pequeña hija tiempo atrás así como la evolución en su relación con Will Byrne (Tom Burke), un periodista que cubre el progreso de Anna a quien ve con escepticismo en cuanto a su supervivencia mística serán los elementos que constituyen una psicología de origen pragmático -Lib intuye que la niña subsiste mediante algún apoyo externo o nutrimento oculto- mientras combate ideológicamente con la familia y el comité, seres de cierta calaña retrógrada producto del pavor que aún impera por una terrible hambruna que asoló la región años atrás.
La postura del director Lelio queda muy clara tanto al inicio de la cita como al final, empleando un recurso denominado “24 mentiras por segundo” por el cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder (contradiciendo la postura de Jean-LucGodard al respecto) donde un narrador presenta al filme mientras la cámara muestra cómo un estudio de cine gradualmente adquiere las características escenográficas de la Irlanda del siglo antepasado reafirmando la noción de que nada es verdad o falso hasta que se pruebe lo contrario. La idea del alimento o el hambre misma como instrumento simbólico para desarrollar sutiles cavilaciones sobre el desgaste del espíritu y corazones humanos ante pérdidas irreparables ingresa con inteligencia y mesurado lirismo mientras que todo el proceso escenográfico y actoral produce mayor ahondamiento en las ricas ideas que se plantean mediante marcados contrastes, ya sea en las posturas perceptuales de los protagonistas (en particular Lib y Byrne, cuya relación es más producto de sus tristes pasados que por un amor o afectos genuinos) o cromáticos como los vestuarios de tonos fríos pero brillantes contrapunteando los tonos oscuros y ambarinos de la ominosa choza donde transcurre gran parte de la acción. También cabe destacar la dinámica entre Pugh, quien logra de nuevo un alto grado de mimetización con su personaje y la niña Cassidy, una pequeña histriona a tomar en cuenta por su excelente desempeño en ésta cinta. “El Prodigio” es la cinta misma, un trabajo metódico y calibrado adecuadamente para conducir al espectador por los laberintos del hombre y la fe para localizar esta tesis: ¿Es un santo quien sucumbe a las expectativas de su propia condición dogmática o una persecución ególatra por la trascender la carne?

“¿¡SOY LO BASTANTE NEGRO PARA TI?!” (“ IS THAT BLACK ENOUGH FOR YOU?!?”)
Para muchos cineastas, analistas e historiadores el replanteamiento de los cánones narrativos y estilísticos de Hollywood llegó en 1969 con filmes rebeldes e iconoclastas como “Easy Rider, Busco Mi Destino” (Dennis Hopper” o “Bonnie y Clyde” (Arthur Penn), pero a los ojos del director, guionista y alguna vez crítico del New York Times Elvis Mitchell la verdadera contracultura arribó a las salas de cine años antes con el alzamiento de la ideología afroamericana en Los Ángeles y otras comunidades donde la segregación racial topó los límites de la paciencia negra e hicieron algo al respecto. Filmes como “La Noche de los Muertos Vivientes” (Romero, E.U., 1968), “Putney Swope” (Robert Downey Sr., E.U., 1969) o “Sombras” (Cassavettes, E.U., 1959) colocaron al hombre o mujer de color como voceros de éste proceso anticonformista quebrando lo paradigmas del patrocinador de la narrativa caucásica anunciando que una literal nueva raza de filmes tomaría el control de la dialéctica cinematográfica gringa. Ésta línea independiente, así como el trazo que marcaron directores progresistas como Melvin Van Pebbles o Gordon Banks en paralelo al éxito mainstream de actores como SidneyPoitier serán el elemento principal a examinar en éste estupendo documental que desmenuza con claridad cronológica y argumental el paso de los hombres y mujeres afroamericanos frente o detrás de cámaras en el cine norteamericano, abordando con inteligencia y madurez (o sea, sin dedos flamígeros señalando fallas o denuncias) los trabajos que consolidaron una propuesta fílmica rebasando incluso los estertores o posturas de varias películas o creadores celebrados en aquel momento, ya sea utilizando herramientas diegéticas como la constante voz en off de Mitchell como nuestro guía en cuanto a historia y reflexiones personales o los testimonios de personalidades como Laurence Fishburne, Whoopi Goldberg, Samuel L. Jackson o Harry Belafonte, hablando y analizando el significado de su presencia étnica en las décadas de los 60’s y 70’s cuando la transformación ideológica y cultural era la orden del día, incluyendo el denominado cine “blaxploitation” señalado por uno de los entrevistados como “el proceso acomodaticio de la negritud” cuando ésta encontró por fin a los ídolos de los que carecía en el cine de antaño, con vaqueros, detectives y policías al fin mostrando rostros de color. Las dos horas y cuarto que dura este trabajo transcurren como el agua y se disfruta de igual manera, por lo que la respuesta a “¿¡Soy Lo Bastante Negro Para Ti?!” sería que no, jamás si éste es el resultado.

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