La respuesta de la población a la convocatoria para la concentración en defensa del INE, en las diferentes plazas públicas de la república mexicana –el domingo pasado– fue de una enorme magnitud. Superó todas las expectativas. Los convocantes volvieron a ser rebasados, como también lo fueron el pasado 13 de noviembre. Las escenas que se transmitieron en los diferentes noticieros de televisión nos mostraban un Zócalo en donde no cabía la gente. Estaban por todas las calles aledañas, pues era imposible entrar a la plancha del Zócalo. Muchas cuadras atrás, sin poder entrar los ciudadanos, que ataviados con camisas y blusas rosas y blancas acudían a mostrar su repudio al Plan B del presidente López Obrador. Y es importante aclarar que las expectativas fueron rebasadas en asistentes y sin utilizar recursos públicos; y esto aconteció tanto en el Zócalo como en las otras 111 ciudades, incluida Aguascalientes, en donde hubo manifestaciones simultáneas. En Aguascalientes los organizadores y asistentes tuvieron un detalle muy bello al guardar un minuto de silencio en memoria de Don Felipe González, que dos días antes había fallecido. El respeto con que los asistentes tomaron esta solicitud fue una señal fidedigna de que Felipe González se ganó a pulso el reconocimiento a su labor como político y a la bonhomía que con creces demostró a la ciudadanía.

Volviendo al tema que este día me ocupa, se debe decir que en la jornada dominical vimos una expresión de rechazo muy extendida en toda la república al Plan B, que expresa que el presidente está cometiendo un error muy importante, porque no está escuchando a sus opositores. Habrá quien diga que esa es la batalla política, pero no, porque el presidente es jefe del estado mexicano y no solamente jefe de su facción política, no es jefe de partido. Sin embargo, como dice López Obrador, al defender la democracia, no se puede hacer una reforma al cuarto para las diez, que cambia las reglas del juego democrático. Reglas que se han venido construyendo por los menos en las últimas tres décadas, las cuales se han seguido afinando y debatiendo. Poniendo la maquinaria como de relojería de los procesos electorales, para que así, de pronto, a punto de que arranque el proceso electoral el presidente toma la decisión de modificar las reglas para favorecer obviamente a su propio movimiento. Excluye a todos los demás y por ello recibió este rechazo colectivo.

¿A qué podemos atribuir esta respuesta? ¿Y sobre todo, qué mensaje le manda por un lado al Gobierno de la 4T y por el otro a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en relación al nefasto Plan B? El gran éxito se debió a que la gente entiende la gravedad de la situación. Los ciudadanos no quieren renunciar a su derecho a elegir a sus gobernantes y representantes en elecciones libres, confiables y creíbles. Y eso está en la constitución. Después de la marcha del 13 de noviembre pasado, se tuvo el gran éxito de parar la reforma constitucional. Pero como López Obrador no sabe perder, pasó a un plan B por la puerta de atrás. Al vapor. Ni siquiera lo leyeron los diputados que lo votaron de una manera vergonzosa. Las reglas del juego democrático que se habían construido pluralmente, las deshicieron unilateralmente. Sin ni siquiera someterlo a una discusión. No, todo fue de espaldas a la población y violando la constitución. Ahora el interlocutor es la Corte a la que se le está diciendo que decidan libremente. Que ejerzan la división de poderes y que cumplan su obligación de defender la constitución. La concentración del domingo pasado fue para respaldar a los ministros. Para que tomen su decisión con libertad, porque además la ciudadanía está convencida que la democracia está tutelada en la constitución y que lo que se quiere hacer con el Plan B es un atentado que no se sostiene, pues todo el argumento de dicho plan es lo que le llaman austeridad entrecomillas. Pero le daré un dato: Todo lo que gasta el INE en el año no llega ni a la cuarta parte del 1% del presupuesto nacional. Y con lo que se gasta en Dos Bocas, en el Aeropuerto Felipe Ángeles y en el tren maya alcanzaría para más de medio siglo de sostener el Instituto Nacional Electoral. Y, además, si algo nos ha enseñado la historia es que no hay nada más caro que no tener democracia.

Ahora la pregunta es: ¿Qué va a pasar ahora?, ¿habrá una estrategia en el caso de que la Corte admita el Plan B y también en el caso de que lo rechace?  Quienes encabezan estas manifestaciones deben ya tener distintos escenarios. Para empezar, deben estar confiando en la Corte. El domingo pasado vimos las escenas de como llenaron de flores las escalinatas, del edificio de la Corte, como anunciando el inicio de la primavera mexicana, que es la irrupción ciudadana defendiendo la democracia, las libertades y la constitución. Lo deseable es que ocho ministros de la Corte declaren inconstitucional este bodrio que hicieron violando la constitución y que lo hicieron también violando todos los procedimientos parlamentarios. Si cuatro ministros decidieran avalar el Plan B, entonces se entraría en una situación muy complicada, porque el que no se declare inconstitucional no quiere decir que sea constitucional. Y entonces será como lo que pasó con la reforma eléctrica, en donde no se llegaron a los ocho votos, pero siguen avanzando los amparos porque la mayoría de ministros determinó que sí era inconstitucional. ¿Y entonces qué haría el Tribunal Electoral? Por un lado tendría la constitución y por otro lado tendría una legislación que dice cosas opuestas, ¿a quién se le hará caso? Habría una incertidumbre tremenda.

Muchos articulistas ya lo han escrito: La suerte de la república está en la corte. Se debe hacer prevalecer la constitución y los derechos fundamentales. Y que efectivamente resistan a las presiones y al despotismo y declaren inconstitucional el Plan B. Ya hay precedentes en donde la Corte ha echado para atrás leyes precisamente por no cumplir ni siquiera los procedimientos, con más razón se debe rechazar ésta que viola en la letra y el espíritu lo que menciona la constitución.

El presidente dará pronto respuesta a las concentraciones del domingo pasado y van a hacer sus concentraciones con sus gentes, sus seguidores. Pero este es el punto fino. El presidente, el jefe del Estado, no puede darse el lujo de estar sólo con los suyos. Él es el jefe de todos los mexicanos y el persistir en su actitud le marcara para siempre el haber destruido o tratar de destruir las reglas democráticas de México.