“EL EXORCISTA: CREYENTES” (“THE EXORCIST: BELIEVER”)

Una película es un ser único e independiente a otros de su clase, casi como un animal autónomo e individual, sin importar que otros se le parezcan o sean de la misma especie. Por ello, se le debe apreciar, analizar o considerar de forma aislada y contenida, sin compararla con otra, de manera que su observación sea considerada y justa, como lo haría cualquier zoólogo con cualquier componente de una fauna específica para determinar sus fallas y logros en base a su propio proceder. “El Exorcista: Creyentes” es presa fácil, pues tiene como inevitable punto de comparación una predecesora que no sólo franqueó la barrera temporal o generacional (ya son 50 años desde su aparición) por su innovador -algunos dirían “vanguardista”- uso de las herramientas del género terrorífico, sino que también consideró el uso de la narrativa cinematográfica más allá de los límites de su género para plantear temas profundos de sociocultura, metafísica, teología y existencialismo mediante una trama que en el fondo es un amplísimo drama intrafamiliar con máscara monstruosa. Así que cualquier secuela no la tenía fácil, como ya lo demostró “El Hereje” (1977) con sus delirantes dejos antropológicos, o la desdeñada pero muy potable tercera parte “Legión” (1990) orquestada por el novelista artífice del texto original William Peter Blatty (omitiremos las precuelas y la serie de televisión por su inconsecuencia histórica a la saga, queriendo explicar/replicar/extender lo que no se debería). Como vivimos en el apogeo del post-posmodernismo, conocido con el lingo internauta como “legasequelas”, es difícil dejar en paz algo que aún tiene bouquet a cuantiosos dólares. Así que uno de los especialistas modernos en esta lid, el productor, guionista y director David Gordon Green (la nueva trilogía de “Halloween”, otra serie añeja a la que le niegan su eterno descanso), es el perpetrador de una nueva trilogía sobre posesiones demoníacas cuyo ADN argumental se rastrea a las andanzas de Pazuzu, el travieso demonio proclive a usufructuar cuerpos infantiles para uso propio. Ahora, este demonio tomará no una, sino dos almas inocentes en forma de dos preadolescentes con vidas muy disímiles. La idea es armar un melodrama con tramas paralelas sobre el sufrimiento de los padres de estas niñas. En el primer caso, y de manera más estelar, tenemos a un fotógrafo afroamericano de nombre Victor (Leslie Odom Jr.) quien perdió a su esposa embarazada en un temblor acontecido en Tahití hace 13 años cuando visitaban ese empobrecido país. La bebé sobrevivió, como dicta la norma operativa del guion estándar norteamericano, para ennoblecer la idea del padre soltero y ganarse nuestra empatía. La niña, Angela (Lydia Jewett), extraña a su mamá, por lo que decide adentrarse en el bosque vecino junto a su mejor amiga, Katherine (Olivia O’Neill), para invocarla mediante un ritual ambiguo, sin ouija o algo parecido. Ambas desaparecen y sus angustiados padres las buscan. Tres días después, reaparecen sin recuerdo alguno de lo ocurrido. Como es de esperarse, signos de que algo no está bien comienzan a manifestarse conforme Angela y Katherine adoptan una conducta extraña y, posteriormente, profana, como Angela atacando violentamente a su padre y Katherine, miembro fiel de una comunidad religiosa, blasfemando en una misa dominical. Tras exhaustivos análisis médicos, a Victor le queda claro que debe recurrir a métodos alternativos. Al descubrir un libro escrito por Chris McNeill (Ellen Burstyn), la madre de Regan (Linda Blair) y protagonistas de la cinta original, decide consultarla y posteriormente involucrarla en lo que será una doble posesión, pues Pazuzu ha tomado las almas de ambas niñas, sincronizando sus órganos internos al punto que lo que le sucede a una también afecta a la otra. Para enfrentar al demonio, la película recurre a varios guerreros de la fe: además del esperado sacerdote católico, hay un pastor presbiteriano (Raphael Sbarge), una sacerdotisa exótica o algo por el estilo (Okwui Okpokwasili) y una cariñosa enfermera que intentó ser monja (Ann Dowd), todos vecinos o miembros de la comunidad preocupados por el bienestar de las chicas. El clímax se desenvuelve según lo esperado (voces infernales, luces parpadeantes, salivación y vómito constantes, levitaciones, etc.) pero con una gran falla: sigue el estilo de su productor, el cuestionable Jason Blum y su estudio Blumhouse, en cuanto a estética y tono de la secuencia, reproduciendo lo que ya hemos visto en sus producciones como “El Conjuro” y otros títulos similares. La película pone al descubierto la escasa habilidad del director Green, quien se desenvuelve bien en la comedia independiente, pero carece de aptitudes para el horror de cepa sobrenatural como éste. Y debido a ello, y a la recurrente aparición de personajes clave de las películas anteriores -como si ello garantizara un éxito creativo inmediato-, “El Exorcista: Creyentes” hace que cualquiera se vuelva escéptico ante cualquier intento de perpetuar los clásicos del horror.

“NADIE PODRÁ SALVARTE” (“NO ONE WILL SAVE YOU”) – STAR+

En su libro “La Guerra de los Mundos”, el escritor H.G. Wells plantea una invasión interplanetaria al planeta a punta de pistolas de rayos. En él, hay un capítulo muy interesante en el que el protagonista se refugia con un sacerdote en un sótano mientras los marcianos asolan Inglaterra. Este segmento de la novela se desliga del cataclismo global alienígena por tratarse de un punto de tensión meramente humano y cargado de psicología. Algo similar es lo que pretende lograr el director Bryan Duffield (“Amor y Monstruos”) con su cinta de invasión extraterrestre minimalista “Nadie Podrá Salvarte”, que casi consigue estructurar un drama de ciencia ficción con aderezo terrorífico de primera línea si no fuera por ciertas fallas en el andamiaje narrativo y un recurso que termina sabiendo más a truco que a propuesta: la cinta carece de diálogos, pues éstos se reducen a 8 palabras dispersas en todo el metraje.
El protagonismo recae en Brynn (Kaitlyn Dever), una joven costurera que lleva una existencia solitaria en la casa de su niñez a las afueras de un bosque que colinda con un pequeño pueblo casi de ensueño. Ella evita contacto con sus habitantes al punto de esquivar a algunos en particular debido a un evento del pasado algo traumático que no se revela hasta el momento climático de la cinta para añadir tensión dramática, pero que involucra a la que fuera su mejor amiga de la infancia, una chica llamada Maude a quien le escribe cartas a la vieja usanza (papel y pluma). Una noche, Brynn escucha ruidos en su hogar y descubre a un ser extraño que posee la fisonomía clásica de un alien acechando; lo combate y triunfa, pero ello será sólo el inicio de una noche de pesadilla donde deberá enfrentar a una serie de invasores de forma análoga a los momentos de su pasado que la orillaron a ser una ermitaña. Con ello, el director Duffield busca añadirle capas de complejidad al personaje, mientras que su marco narrativo del silencio logra amplificar la tensión en las secuencias con alienígenas, a la vez que simboliza un sentido de desconexión e incomodidad de la protagonista con el mundo que la rodea. Bajo este contexto, el uso del mutismo continuo se percibe cada vez menos como una estrategia narrativa bien planificada y más como una bagatela argumental que va perdiendo efectividad conforme llegamos al meollo del asunto, tanto del personaje en términos emocionales y psicológicos como de la invasión en sí. Cuando los puntos subyacentes del trauma y del perdón se tornan evidentes, la trama adopta un formato de tautología del cliché, donde las excelentes atmósferas, la actuación impresionante de Dever y el fino sentido del suspenso no superan el agotamiento por exceso narrativo de su historia mucho antes de que esta termine. “Nadie Podrá Salvarte” habla de un director talentoso que aún está a la búsqueda del guion que consolide su consagración, porque este apareamiento de “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo” con “Señales” no lo logra.

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