Armida Alonso Gómez, mi esposa por obra y gracia del amor y la vida, y también de mi inmejorable suerte; mi dulce compañía gracias a su bondad, egresó de la carrera de contador público en la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA). Le tocó en suerte comenzar en 1975 sus estudios profesionales en el edificio de la Escuela de Comercio y Administración (ECA), frente al Parián, donde hoy es el Centro Cultural Universitario, y concluirlos en Ciudad Universitaria, que para entonces era un conjunto muy pequeño de edificios tipo CAPFCE, todos iguales, todos sin mayor gracia, pero buenísimos; funcionales. Tanto que todavía están en pie y albergan salones y departamentos, aunque varios de ellos debidamente remodelados.

Recuerdo que cuando venía a visitarla, porque combatía yo las penumbras de mi mente en el Ombligo de la Luna; iba a recogerla al campus para llevarla a su trabajo. Estacionaba mi bólido, una vieja camioneta Dodge de 6 cilindros a la que sólo le funcionaban 4, en el estacionamiento al oriente del edificio de la biblioteca y el Auditorio doctor Pedro de Alba, que entonces, 1978-79, era lo único que había en esa zona. No existían la rectoría, ni ninguno de los edificios al sur del Pedro de Alba y la biblioteca, que fueron inaugurados en noviembre de 1976. Entonces era aquello puro monte, salvo los terrenos donde se construyeron estos primeros edificios. En los alrededores todo era pastizales; no había árboles, todavía. Ahora que me acuerdo, sí había un árbol, un mezquite solitito, donde luego fue la rectoría. Me estacionaba e iba al encuentro de mi dama por el andador oriental del Jardín de las Generaciones, justo al poniente de la cafetería… Recuerdo perfectamente cuando…

Mejor aquí le dejo; mejor. En todo caso traigo esto a colación por lo siguiente: invariablemente ha sido ella ordenada; y más destaca esta virtud en contraste con mi desorden, que en este sentido la obligó a emplearse a fondo a fin de mantenernos firmes. Tristemente, si por mí fuera… Señalo esto, no porque sea mi esposa, sino como constatación de un hecho objetivo. Por otra parte, debo decir que siempre fue una estudiante sobresaliente en su grupo, por lo que frecuentemente recibió reconocimientos. Esta personalidad ordenada la llevó a conservar todos estos documentos, en perfectas condiciones; esos y otros.

Hace unos días, a propósito de los festejos cincuentenarios de la UAA, me mostró algunos de estos papeles, que ahora relaciono con lo dicho en la presentación de los libros sobre el centenario del Instituto Autónomo de Ciencias y Tecnologías, el pasado jueves 22 de junio, en la que salió a colación el denominado “espíritu de la universidad”. Entonces, viendo estos documentos de mediados de los años setenta, tuve la rara y gratificante sensación de escuchar una voz del pasado, del tiempo perdido; una voz que me contaba sobre el espíritu primigenio de la institución. En mi inútil opinión, la lectura de documentos como este permite contrastar lo que era la universidad en sus inicios, con el momento actual; el pensamiento de los fundadores con el de los universitarios de hoy, porque en última instancia todo cambia, e incluso la sociedad que vio nacer a la institución es muy distinta a la actual.

Adosado a una de estas felicitaciones, venía otro texto, un ensayo, escrito en el tono familiar de una carta personal, en la que el rector fundador, el contador Humberto Martínez de León, le cuenta a su interlocutor, ahora yo, las circunstancias de la fundación de la universidad. Como digo, el texto está escrito como si se tratara de una carta, aunque su autor se refiere a sí mismo con ese tono mayestático del nosotros, tan querido por algunas autoridades, con o sin autoridad.

El documento está escrito con una de esas máquinas de escribir IBM de color verde, de esfera, que eran todo un lujo; los Rolls Royce de las máquinas de escribir eléctricas. El documento está impreso en hojas que fueron blancas pero que ahora tienen un tono antiguo, amarillento; hojas con el antiguo logotipo de la universidad, ese que le decían el elefante. Por desgracia no está fechado, pero por las cifras que ofrece se infiere que llega hasta mis manos desde el segundo semestre de 1976.  El título es “Breve descripción del proceso de creación de nuestra universidad”. Permítame ofrecerle algunos elementos que constan en el documento, porque proyectan el espíritu originario de la institución, esto en mi inútil opinión.

Martínez de León recuerda que cuando se convirtió en rector del Instituto “advertimos graves presiones sociales y los agudos problemas humanos que vivían los jóvenes que egresaban de las escuelas de bachillerato que existían en el estado en ese tiempo, por la ausencia de oportunidades de educación superior”. En apoyo de su afirmación, ofrecía algunas cifras: de cada 100 egresados, 47 “se malograban”. De los que estudiaban en otra ciudad, sólo regresaban, ya graduados, un 12%. “Lo anterior señalaba el grave problema que entonces vivíamos en Aguascalientes, al perder a nuestros jóvenes en proceso de preparación”, jóvenes que con su profesión tendrían que apoyar el proceso de desarrollo de la entidad. En la próxima entrega le cuento más al respecto.

(Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).