Carlos Reyes Sahagún Cronista del municipio de Aguascalientes
He aquí una moneda… En una cara, la luminosa, está la autoridad, racional, humanista, justiciera, civilizada, respetuosa. La autoridad, sometida al derecho, fruto del contrato social, ese acto que realizamos para prevenir la barbarie, organizar la vida comunitaria ydar cauce a la civilización. La autoridad, nacida del consenso, de la discusión racional y civilizada que privilegia el interés de la mayoría; enriquecida con la experiencia de los ancestros, acordada libremente en el órgano legislativo, libremente elegido para actuar por delegación, siempre con la convicción, la voluntad, de servir a la sociedad a la que se debe, buscar su bienestar. Buscar, dicho de la manera más simple, que todos los miembros desarrollen a plenitud su dignidad de personas.
Esa es, señora, señor, la autoridad. La otra cara de la moneda es el poder… El lado oscuro, perverso, la mayor pasión humana. “Dios nos ha dado el papado; disfrutémoslo”, dicen que dijo el papa León X, un hijo de Lorenzo el Magnífico que por obra del demonio trepó a la silla de san Pedro en la aurora del siglo XVI, y que acabó de destruir la unidad eclesiástica y doctrinaria del cristianismo.
El poder es la perversión de la autoridad; su corrupción. La autoridad administra en tanto el poder usa, a las personas y a las cosas. Es como una serpiente, que hipnotiza a sus víctimas para luego devorarlas, lenta y suavemente; corromperlas y corromper todo lo que toca; todo lo que encuentra en su marcha triunfal.Busca entre hombres y mujeres y elige siempre a los débiles de carácter; a aquellos sobrados de ambición, pero faltos de valores. Les habla al oído y los conquista mediante la palabra vil. «Todo esto te daré, si postrado me adoras», les dice mostrándoles bienes y servicios, anexos y conexos de la República Mexicana, y entre tanto se les enrosca en el cuerpo para hacer imposible la escapatoria.
El poder es efímero y siempre está fragmentándose, a despecho y frustración de sus adoradores, que querrían concentrarlo todo en sus manos y retenerlo para siempre. Es como una serpiente, sí, y así como Dios está en el cielo, la tierra y en todo lugar, así también el poder está también en la casa, la oficina, la fábrica, el comercio, la escuela, la iglesia, el Gobierno, y en todo lugar. Como es ilegítimo -¿cómo podría ser legítimo que una persona domine a otras, las aplaste y humille; que expolie y aproveche para su uso personal lo que pertenece a todos?- el poder se reviste de autoridad, se presenta como tal, y busca a toda costa dar una apariencia de civilización y cercanía.
De entrada hace subir a sus víctimas a un ladrillo, pero lo que los poseídos sienten es que trepan a la cúspide del mundo, ese monte muy alto desde el que el demonio le mostró a Cristo todos los reinos del mundo y su gloria. Acto seguido, coloca en sus ojos una venda para que no puedan ver la maldad que les hará cometer y, al contrario, piensen que hacen lo correcto, lo necesario; lo mejor. Finalmente, les hace sentir y creer que siempre lo poseerán; que estará en ellos por los siglos de los siglos amén; que nunca se irá de sus manos.
Una vez cumplidos estos requisitos, las víctimas cómodamente instaladas en su ladrillito, con los ojos vendados, comienza a actuar, buscando únicamente su preservación e incremento. Si para ello requiere de hacer el bien, lo hará, pero en caso contrario no dudará en hacer sentir a los demás, a los simples mortales que somos todos los demás, la brillantez de su oropel.
Algunos iluminados presintieron su dimensión perversa, y se quemaron las pestañas buscando la forma de evitar los excesos de su naturaleza. Entonces inventaron la división de poderes, en Ejecutivo, Legislativo y Judicial; inventaron la autoridad. A propósito de estos pensadores, aquí le va la definición de poder. ¡Qué Aristóteles ni Hegel!; ¡olvídese de Santo Tomás de Aquino, Marx y Lenin! Aquí va la precisa, la efectiva, aunque sumamente rupestre. Fíjese bien: el poder es, fíjese bien, la embriaguez que produce la experiencia de mover los dedos, arquear una ceja, lanzar una mirada, y saber que todo alrededor se moverá para cumplir su voluntad. La sabiduría popular acuñó algunas expresiones para referirse a esta situación. Cuando vemos que alguien presenta los síntomas de estar poseído por el poder, cuando alguien se vuelve un déspota insufrible –y no precisamente ilustrado-, decimos: “ya se le subió”, o “se siente hecho a mano”.
Por desgracia no han faltado quienes han intentando concentrar la mayor cantidad de poder, y en el camino han destruido miles de vidas, millones. Algunos por poco lo logran, por ejemplo Stalin en la Unión Soviética, pero es más frecuente el fracaso: Victoriano Huerta, Hitler, Mussolini, Idi Amín, Pinochet, etc. A propósito de este último, no hay nada más triste, más injusto, más perturbador, que el hecho de que un dictador muera cómodamente en su cama, rodeado de sus bienquerientes, que fallezca en el seno de nuestra Santa Madre, la Iglesia, confortado con la bendición papal.
Polvo en el viento, vanidad de vanidades, el poder. Todos somos polvo en el viento, pero algunos son polvo de estrellas…
¿Irán a terminar ahora la arbitrariedad y la discrecionalidad?, ¿el nepotismo rampante y descarado, el desprecio a las formas republicanas; las figuras que no tienen cabida en la ley, pero sí en la vida pública; la familia real? ¿Terminarán esas negaciones de la vida republicana? (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).