
Por: Mtra. Cindy Cristina Macías Avelar.
El costo de las campañas políticas va mucho más allá de un tema económico.
Sin duda, siempre ha sido un tema cuestionado y calificado como excesivo, pero si, aunado al tema monetario, tomamos en cuenta otros aspectos que también forman parte del proselitismo político, pueden resultar aun más onerosas.
¿Por qué?
Porque las precampañas y las campañas retan nuestro sentido común y pareciera que menosprecian nuestra capacidad intelectual, porque en muchos casos atentan contra la estética urbana, en otros se compromete la ecología, muchas tienen inmersos temas de corrupción y abuso del poder público, así como utilización de recursos públicos distintos del financiamiento de los partidos que son de dudosa procedencia.
Asimismo, estos “costos” se ven incrementados si tomamos en cuenta que el financiamiento de los partidos, así como el ejercicio del voto, se sufragan con nuestros impuestos y al final de cuentas decidimos no acudir a las urnas a ejercer el sufragio.
Si bien lo anterior pudiera no ser cuantificable en su totalidad con un parámetro monetario, sí tiene un costo para la ciudadanía. Se trata de un costo emocional, de aburrimiento, frustración o impotencia ante el descaro o la mentira, de promesas que a todas luces no son viables o en total desconocimiento de la realidad social, o inclusive, nulidad de propuestas. Hay proyección de personajes que no presentan consistencia alguna; pretenden vendernos candidaturas que no tienen congruencia con su historial político, aunque sí impresionantes campañas de marketing político.
Hay un bombardeo de publicidad en redes sociales y en la vía pública, y se nos presentan giras de las candidaturas pero, ¿realmente informan algo? ¿Realmente cumplen su finalidad? ¿O únicamente nos hacen desperdiciar otro bien precioso, que es nuestro tiempo?
Obviamente las precampañas y campañas tienen, cada una, su finalidad y razón de ser, de gran importancia cada una, pero cada día las vemos más desnaturalizadas y es más evidente el hartazgo de la ciudadanía respecto de ellas, por las razones ya comentadas y quizá algunas otras más.
Este tema cobra relevancia actualmente ante el hecho de que, para las elecciones de 2024, México tendrá las campañas más largas de su historia, que podrían alcanzar hasta un año, recrudeciendo el cansancio del electorado y, obviamente, mayor gasto de recursos.
Por ejemplo, la campaña del proceso “interno” de Morena para elegir a la persona que ostentará la coordinación nacional de los Comités de Defensa de la Transformación, que durará oficialmente 79 días.
O, en el caso de la oposición, la elección de la persona que encabezará el Frente Amplio por México, cuyo proceso inició “oficialmente” desde el 4 de julio.
Todo lo anterior, parece un contrasentido de la reforma electoral de 2014, con la cual, precisamente, se buscó la reducción de los plazos para hacer proselitismo; sin embargo, se hace lo contrario.
En este orden de las cosas, sería importante que nosotros, como ciudadanía, nos cuestionemos y cuestionemos a nuestros partidos y representantes políticos, respecto a si ellos están a la altura del gran costo que implican las precampañas y campañas políticas, bajo la óptica ya comentada.
Si, como ciudadanía, realmente estamos a la altura de exigir todos los derechos que nos otorga nuestro sistema político y de partidos, o bien, si hace falta que nos pongamos las pilas y exigir campañas de altura, informativas y de propuestas realmente viables.
Pero también es fundamental asistir o participar en las reuniones, debates y todas aquellas actividades que puedan otorgarnos la mayor cantidad de información para elegir a quienes consideremos podrán tener el mejor desempeño y, sobre todo, acudir a las urnas el día de la jornada electoral. De lo contrario, estaremos “malgastando” el alto costo que nos implican a todos, los procesos electorales.