José Luis Quintanar Stephano
En el año 2005, apareció publicado en algunos medios de divulgación científica, la investigación realizada en la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, sobre los resultados obtenidos en cuanto al hombre más feliz de la tierra en ese momento. Resultó ser Matthieu Ricard, un francés de 74 años de edad, Dr. en Biología Molecular y que años atrás había abandonado su carrera científica para convertirse en monje budista en Nepal.
Durante la etapa experimental realizada con cerca de 800 voluntarios, los investigadores colocaron cientos de electrodos de registro electroencefalográfico en sus cabezas, así como el sometimiento a pruebas de resonancia magnética nuclear y evaluaron los niveles de estrés, irritabilidad, enfado, placer y satisfacción entre otros. Para medir el nivel de felicidad se utilizó una escala con valor neurológico que iba desde el 0.3 (muy infeliz) hasta -0.3 (muy feliz) donde Matthieu Ricard inclusive rebasó el rango con un -0.45.
Respecto a los aspectos metodológicos de la investigación, así como sus conclusiones, hay que tomarlos con mucha reserva. Sin embargo, de lo anterior se desprenden preguntas y reflexiones considerables de interés: ¿Se puede definir la felicidad? ¿Cómo se sabe cuándo una persona es feliz? ¿Qué estructuras neuronales están involucradas en la sensación de felicidad? ¿Se puede aprender a ser feliz? ¿Conoce usted a una persona feliz?
Existen conceptos tan amplios que definirlos es muy difícil, como lo que es la vida, el amor, la felicidad. Ante ésta última, se dan por asociación, ideas como las aristotélicas donde se describía como la presencia e intensidad de emociones o sentimientos positivos o simplemente como la sensación de bienestar, de tener paz interior, de placer, de gozo, etc. Parecería que la felicidad no es un estado constante, sino que es intermitente y dependiente de factores externos vinculados a las experiencias internas. Entre las áreas nerviosas involucradas en este tipo de sensaciones, se encuentran las del sistema límbico, es decir, de las emociones. En el caso particular de los estudios donde a través de la meditación se logra la activación de las áreas del cerebro involucradas con la empatía, así como con sentimientos felices y placenteros (la corteza prefrontal medial izquierda y la circunvolución cingulada anterior), se genera una sensación de bienestar. Entre las substancias mediadoras en estos eventos están los neurotransmisores dopamina y serotonina.
Por otro lado, existen escalas donde se mide el nivel de felicidad de acuerdo a la interpretación personal, como lo es la Escala de Felicidad Subjetiva (Lyubomirsky&Lepper, 1999), en la cual la persona se evalúa a sí misma o se compara con quienes la rodean. Lo interesante de la Escala de Felicidad Subjetiva es que permite la correlación con la escala neurológica y se puede dar una aproximación integral del nivel de felicidad que se tiene.
La interacción entre las diferentes vías neurológicas implicadas en la sensación de felicidad, son rutas que, con el ejercicio de su activación de manera frecuente o intensa, facilitan justamente el camino hacia la felicidad, por esta razón se puede aprender a ser feliz.