Noé García Gómez
La comida
Una de las características que más distinguen al Barrio de «La Puri» es su variedad gastronómica, los platillos que ofrecen a los comensales. Si alguien quiere ir a saciar su hambre o tiene un antojo para desayunar, comer, cenar o gusguear, se le viene la mente «La Puri», ya que sabe que encontrará variedad para cualquier gusto y presupuesto. Los negocios de comida aquí no sólo ofrecen platillos, ofrecen confort y camaradería. Ya cada negocio, puesto o local con su estilo. Los anfitriones también ofrecen un sincero “buenas, joven”, “Don”, “Seño”, acompañado de una amena plática que hacen sentir a los clientes como en un ambiente familiar, como un sustituto temporal de la casa, pues quienes son los dueños y atienden son reflejo de sus costumbres, formas, vivencias, y tradiciones, que se ven reflejadas en la sazón y atención, por lo que son parte de la historia del Barrio y por ende de Aguascalientes.
Es difícil comenzar (tomaré un enorme riesgo de omitir algo, por lo que asumo la responsabilidad y estoy dispuesto a subsanar si me ayudan con sus aportaciones), pero trataré de describir los que tengo presente en la mente, más emblemáticos y familiarizados.
Comenzando por la que se ofrece por las mañanas, ¿quién no ha ido al mercado por un licuado, choco o jugo de fruta? Donde el cliente puede pedir, agregar o quitar ingredientes según su hábito, un jugo de naranja y poquita zanahoria y tres huevos de codorniz, una especie de energizante para ayudar a iniciar con vigor las labores del día; un camote o calabaza enmielada con piloncillo, para mezclarla con leche, el puesto de “El Cañas”, que creó y patentó una máquina para extraerle el jugo a la caña y ofrecer esa endulzada bebida; dentro del mercado el puesto de “Don Flor”, que preparaba tortas a la plancha con una dosis generosa de mantequilla, jamón, queso de puerco o adobada; también las conocidas tortas de Don Chuy, que se distinguían por la especial selección de ingredientes que la componían, un crujiente y recién horneado bolillo, un aguacate en su punto, una espesa crema natural, un delicioso queso asadero, con lomo de carnitas o unas buenas rebanadas de jamón. Los económicos tamales fritos, que tenías que esperar para que estuvieron en su punto y crujieran por fuera y humearan por dentro; la canasta de gorditas de harina, la variedad de puestos de gorditas, cada una con casi los mismos platillos pero con una sazón distinta. Las quesadillas fritas de atrás del mercado (calle Reforma) bañadas de salsa de tomate para ponerle picante al gusto, frente al típico menudo de la conocida “China” con sus largas mesas comunales para degustarlo siempre en compañía de algún desconocido, que en ese momento compartían la sal y las tortillas; o el local de menudos “Gaby” donde los domingos hacían fila con sus ollas para llevar: “póngale otros 5 pesos de caldito, pa’ que rinda”; también la birria con estilos distintos para los paladares.
El tránsito entre el desayuno y la comida era tenue, pero variaba, los puestos de mariscos para un buen coctel o tostada de ceviche, o la variedad de platillos del mar con el Melón, por supuesto la variedad de guisados y su especialidad: las jugosas carnitas que podrías escoger recién hechas en El San Pancho.
El crisol de olores y sabores de la noche era distintivo, recorría las calles y llegaba a los olfatos a varios metros de distancia, por ahí de las 6 de la tarde comienzan los puestos a instalarse y calentar la carne, un puesto de comida mexicana, preparando al instante tacos dorados, enchiladas o flautas, unos tacos de cabeza con su variedad de lengua o sesos, tacos de crujiente tripa con una picosa salsa con trozos de cebolla y cilantro, por supuesto la variedad de tacos que ofrecía Ramón; y los conocidos Burritos de la Puri con la receta especial de su condimentada carne, con sus características megatortillas de casi un metro de diámetro, frijoles y queso, hacían que la espera del tiempo que fuera valiera la pena para saciar el antojo, los noctámbulos de la ciudad sabían que al terminar su jolgorio podrían ir a la glorieta fueran las dos o tres de la madrugada y ahí estarían para cerrar su parranda con el estómago lleno. También están las cenadurías “El gran taquito” y el “Sopecito”, con pozole y los deliciosos platillos mexicanos, acompañados de un atole o un agua de jamaica o arroz, recuerdo unas -poco conocidas- tortas de adobada en la calle Cosio, duré un tiempo que cuando ahorraba algo esperaba se dieran las 6:30 para ir por una.
Mención aparte están los antojitos, una nieve o paleta de hielo de la Michoacana, del tradicional As o del Popo, cada una con un estilo distinto, unos churros rellenos de cajeta o mermelada; también podría ser una bolsa de caña, membrillo o granada desgranada con limón, sal y chile; o los típicos elotes preparados ya fueran cocidos o asados y el elote en vaso, conocido de forma única en nuestro estado como chasca.
La variedad de platillos, estilos, sazones y gustos que se ofrecen hacen otro elemento especial y distintivo para el Barrio, un barrio fritanguero que era punto de encuentro para los comensales de todo el estado y principalmente de la ciudad, con la posibilidad de saciar todos sus antojos.
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