Las madres de nuestro barrio

En los barrios -La Purísima no es la excepción- las madres son parte fundamental, pero como lo dijo Richard Hoggart, “Escribir sobre las madres de clase trabajadora implica correr riesgos particulares” (Hoggart, 2013, p.67). Sin embargo, es importante desarrollar el papel que desempeñan, ya que “es admirable el lugar que ocupa la madre en la familia. Pienso en una mujer de mediana edad, plenamente consolidada como ama de casa, reconocida como tal. En ese momento de su vida, ella es el eje del hogar, porque ocupa la mayor parte de su mundo. Es ella, y no tanto el padre, quien mantiene unida a la familia.” (Hoggart, 2013, p.68). En los años 80, la gran carga de la crianza de los hijos e hijas la asumía la mujer. Se daba por hecho que era la madre quien debía dejar de lado sus aspiraciones, carrera profesional y hasta amistades de la infancia para dedicarse a la maternidad y la administración del hogar.

Pero no se puede hablar de la «madre» o la «maternidad» en singular en un barrio como la Purísima, se tiene que hablar en plural, las maternidades, ya que dependiendo del contexto familiar, variaba su función y rol; desde la hogareña, la matriarca, la emprendedora, la solitaria, por enumerar algunas, pero todas tienen una vida más dura que otros integrantes de las familias, pues están dedicadas “a lo suyo” y ese “suyo” era dedicarse de tiempo completo a todos los integrantes del hogar, hijos, hijas, esposo y, en algunos casos, padres o suegros. La mayoría tenía que cocinar, remendar, planchar, fregar, lavar, cuidar y hacer tareas con los hijos, administrar el gasto, comprar e inventariar la despensa y “satisfacer” los deseos del marido, trabajo de 24/7. La administración del hogar requería habilidades especiales, ya que procuraban que hubiera suficiente para todos con el escaso presupuesto que tenían; aunque eso resultara en hacer “rendir” los frijoles poniendo más agua, a la carne poniéndole más chile al guisado o la leche acompañándola con canela, además de ir a pedir fiado a uno y otro negocio, y por lo regular, arreglándoselas sola en este intrincado sistema de finanzas hogareñas, ya que si le trataba el asunto al marido podría molestarse. Por ello, algunas emprendían micronegocios en sus casas, venta de dulces, hielos, planchado, cenaduría, reparaciones menores de ropa entre otros, para poder tener algún dinero extra que ayudara al gasto familiar. Pero además atendían las necesidades públicas de la familia, asistir a reuniones de la escuela, asistir a dependencias para trámites como aclaraciones de pagos de electricidad, agua o impuestos, llevar a los hijos al médico, aunque si es ella la que se siente mal, posterga su visita a la clínica, pues es quitarle tiempo al servicio que presta a los otros.

Por todo lo anterior y además de ello, sus cuerpos han resistido el embarazo, parto y crianza de un número importante de hijos, -las familias de los 80 tenían en promedio cinco- por lo que su físico lo padece. Como lo dice Hoggart, “después de los 30… habrá perdido gran parte de sus encantos y que entre los 35 y los 40 ya han perdido las formas… a los 45 o 50 años ya empiezan los achaques; en los peores momentos se suele decir que ‘se está poniendo vieja’. Aparecen el reumatismo y el dolor de espalda que se debe a un prolapso que la mujer ha tenido durante veinte años sin saberlo” (Hoggart, 2013, p.72). Además, comprarse cremas o maquillaje era un lujo que no podían darse.

Además de todo ello, las madres inculcaban principios y valores, tanto repitiendo o corrigiendo a sus hijos, pero principalmente con el ejemplo: la bondad, solidaridad, afecto, persistencia, resistencia, colaboración, hermandad, entre muchos otros, donde los hijos medían todas las acciones en comparación a lo enseñado por su madre.

Sin duda, podría considerarse que las madres de los barrios y de familias trabajadoras eran la piedra angular del núcleo social. Gracias a su labor y sacrificio, se tenía una sociedad con principios y valores. Pero es importante terminar diciendo que “es necesario deshacerse de la idea de que las personas (hombres y mujeres) que viven este tipo de vida tienen algo de héroes” (Hoggart, 2013, p. 74). Creo que es importante no hacer apología del sacrificio de una vida para que esté al servicio de otros. Hoy las condiciones son distintas y las responsabilidades familiares se tienen que compartir entre sus miembros.

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