Por Daniel Amézquita
El novelista Juan Goytisolo en un artículo publicado en El País “La confabulación del azar”, alude a un relato de Las mil y una noches para referirse a las causas fortuitas y en apariencia simples que causan grandes conflictos: una avispa se precipita sobre ella, un gato se arroja sobre la avispa, un perro se abalanza sobre el gato y lo mata, el dueño del gato mata al perro, el dueño del perro mata al dueño del gato, el pueblo del dueño del gato clama venganza por su sangre vertida al pueblo del dueño del perro, la contienda se generaliza y todo el mundo muere, con excepción de uno que se arrepintió cuando ya no servía de nada.
Este pasaje me permite escribir sobre un tema que casi siempre está vigente: la tolerancia ante la discordia, la pugna, la guerra, el terrorismo. Si bien algunos pretenden señalar a la política como “el arte de lo posible”, podríamos señalar de igual forma que el respeto es “el arte del ser humano”, así la tolerancia se convierte en una expresión prioritaria de humanidad que tiene que ejercitarse, perfeccionarse en sus formas y divulgarse entre los interlocutores.
De esta manera la tolerancia y el diálogo propositivo con las diferentes formas de expresar nuestra estadía en el mundo, ya sean religiosas, políticas e ideológicas, se convierte en una convivencia saludable entre las sociedades cada vez más globalizadas y, por lo tanto, informadas y desinformadas por igual. La violencia, la generación de terror y la incitación al odio mediante discursos o perpetración directa, producen la radicalización de nuestros miedos y desconocimientos, lo que causa un fenómeno de reacción, a veces inesperado e intempestivo, con tal de proteger nuestra manera de vivir y entender el mundo.
Nuestra principal respuesta hacia el miedo y el odio es buscar la vía más fácil para encausarlo, el autor israelí Amos Oz, en su libro “Contra el fanatismo”, dice que la evidencia de la ignorancia es la falta de imaginación. Imaginación para crear otras posibilidades. La posibilidad de que existen personas con las que podemos interactuar recíprocamente y pueden ser de una o de otra religión, raza o postura política.
Así como la leyenda de la gota de miel que se derrama, nuestra reacción primera a los problemas y vicisitudes que acontecen, puede llegar a agravar o perpetuar los sistemas que enarbolan el estereotipo y el prejuicio como privilegios. Tolerar lo que nos es diferente es una forma de entendernos mutuamente, de respetar nuestras necesidades a través del intercambio de las ideas y el respeto a la vida en general.
El arte de lo humano es creer en la humanidad misma, creer que las posibilidades son más que las negaciones de una avasallante realidad.