Por Daniel Amézquita

Debido a las medidas que se pretenden aplicar en temas de migración por parte de nuestro vecino del norte, en México se ha despertado un nacionalismo espontáneo y rencoroso que se ha difundido por los medios de comunicación y las redes sociales. Esta reacción no es otra cosa que la forma en que los mexicanos entendemos la resolución de conflictos, primero desafiando, después haciendo gala de altanería y finalmente linchando a quienes consideramos culpables de la desgracia en turno, en este caso ni siquiera es nueva y ni siquiera es alentada por los norteamericanos en su totalidad.
Para entender esta circunstancia habría que remontarse mucho tiempo atrás y reconocer que las políticas diplomáticas entre el vecino norteño y México nunca han sido del todo respetuosas y justas, si bien, habíamos entrado en un periodo pasivo, aún existe ese sentimiento antiestadounidense que fue heredado posiblemente de nuestros abuelos, si no es que incluso más atrás. Todavía cala hondo que Santa Ana fuera obligado a vender la mitad del territorio, que un imaginario niño héroe se arrojara con nuestra bandera desde el techo del castillo de Chapultepec para que los gringos no la usurparan, que el Gral. Pershing correteara a Pancho Villa atormentando poblados para darle caza, éstas entre otras muchas historias en las que se acrecentó la animadversión hacía el vecino del norte. No fue sino hasta que los horrores de las guerras de mitad del siglo pasado hicieran que Norteamérica se viera en la penosa necesidad de recursos tanto humanos como materiales, para suplir y completar sus necesidades, que las relaciones fueron mejorando con sus respectivas variables y contextos.
Ahora que Estados Unidos tiene un presidente salvajemente proteccionista y que tomará acciones para hacer realidad su delirio, algunos sectores de la sociedad han llamado a un boicot contra los productos gringos y al consumo de productos nacionales, pero habrá que entender qué es la economía nacional en una primera parte: se trata de adquirir bienes, servicios y recursos que se produzcan en la región y así fomentar la participación de los productores y consumidores locales. En teoría funciona como una medida sustentable que beneficia a todos, pero, lamentablemente, para los nuevos patrioteros, no es económicamente viable en un mundo globalizado en el que nuestra sociedad ha construido sus necesidades y fijado sus prioridades en la comercialización de insumos, maquinaria y capital proveniente del extranjero.
Cuando se hacen esta clase de convocatorias, parece más un berrinche que una propuesta lógica y sensata, y esto se debe a que los mexicanos tenemos poca o nula educación financiera y por lo tanto carecemos de nociones de economía básica. Con estas acciones se pretende que las grandes trasnacionales vean comprometidos sus intereses y tomen en serio a los mexicanos que aportan para aumentar las arcas de otras naciones, para forjar un cierto respeto a partir del miedo hacia la abrupta unión de los mexicanos, decididos a dejar la hamburguesa y comer tacos, a dejar de ver películas de Hollywood y consumir cine mexicano, pero parecen olvidarse, que si bien estas empresas irrumpen en los comercios locales causando su quiebra e inminente cierre, lo hicieron bajo el amparo de las leyes de mercado mexicanas, hechas por representantes y servidores públicos mexicanos y sin ninguna protesta por parte de los neonacionalistas que visibles ahora, con la intención ingenua de poner en jaque a las empresas y negocios extranjeros, donde por cierto laboran cientos de miles sino es que millones de mexicanos. No sólo se trata de la antipatía sino de reflexionar y posicionarse acerca de los tratados y las leyes que rigen el mercado en nuestro país, que permiten los monopolios y la expoliación de los recursos, en lugar de fomentar una economía sostenible e incluyente, en lugar de educar en las finanzas en vez de en el endeudamiento.
Estas acciones improvisadas de protesta como lo es el boicot sólo revela nuestra propia debilidad para convivir en armonía con las otras expresiones del mundo y lo intolerantes que somos con quienes no nos toleran. Habría que entender que clasificando y condenando el gusto y las necesidades de los demás sólo estamos reproduciendo la violencia con que nos ha tratado nuestro vecino, eso sí con mucho menos poderío y alcance, que tenemos la necesidad de importar y exportar no por que así lo quieran los gringos sino que así funciona la economía global que tanto ha impulsado el desarrollo de los países como tanto han hecho acrecentar las brechas sociales.
Pero no todo está perdido y tenemos la opción de transformar nuestra economía y potenciarla, más allá de miras nacionalistas deberíamos de dejar de consumir corrupción e impunidad hechas por manos mexicanas, deberíamos de dejar de dar mordidas, dadas y aceptadas por manos mexicanas, deberíamos de ser empleadores que prioricen las prestaciones y servicios de los trabajadores, asegurarlos y protegerlos de las eventualidades, así como procurarles sueldos dignos, no justos (sabemos que la justicia vale 80 pesos diarios y que no alcanza para nada), deberíamos de dejar de regatear, de ser tranzas, de buscar sacar ventaja del prójimo en cuanto se deje, quizás así y sólo así empezaríamos a educarnos económicamente y entonces el llamado sería otro, no al boicot, sino a la complicidad y a la comunión antes que al despropósito.