
Una de las costumbres más añejas entre las familias de Aguascalientes era asistir en la mañana a los oficios religiosos. Con frecuencia se veía al jefe de la casa acompañado de su esposa y sus hijos, cumpliendo con la devoción de acudir a la misa del alba para quedar tranquilos durante el día.
Dentro de los primeros fundadores del Barrio de San Marcos, se encontraban los hermanos Margarito y Néstor López, quienes vivían en la calle de Hebe, que en la actualidad es Manuel M. Ponce. Sus grandes y lujosas residencias dejaban ver que el dinero no era algo de lo que carecieran, ya que decoradas al estilo dórico, estaban ricamente amuebladas.
Se decía que eran los propietarios de las enormes huertas que casi daban al río de los Pirules y su fama de millonarios se conocía por toda la Villa, así como de hombres piadosos y caritativos.
Tenían la costumbre de invitar a varios amigos para que juntos participaran en la Sagrada Eucaristía y después de la misa, que por lo general era en el Templo de Guadalupe, los invitaban a desayunar a su casa. Una vez allí, solían intercambiar información de lo acontecido en días pasados, para después cada quien seguir sus labores. Esto lo practicaron durante mucho tiempo, y ya se había convertido en una costumbre de la familia López.
Se dice que en el año de 1860, la hija de don Néstor se enfermó terriblemente, tanto que el médico les dijo que sólo un milagro podía salvarla. Aun así, ese día lluvioso asistieron a misa presurosos, al escuchar el tañer de las campanas apuntando la última llamada. La madre de la niña iba a la iglesia con gran fe para pedirle a Dios por su pequeña Lupita, para que no se la llevara, porque era la alegría de su vida. La caravana seguía caminando de prisa, todos iban alegres disfrutando del fresco de la mañana, de su olor a tierra mojada y de las bromas que entre los señores se hacían. Sólo la esposa de don Néstor llevaba su pensamiento fijo en la niña que había dejado enferma en su casa.
De pronto, al dar la vuelta en una esquina, a unos cuantos pasos de la huerta que era de los señores López, se apareció un individuo demasiado alto, enfundado en un traje negro y con un chambergo (sombrero) de ala monstruosa. Al irse acercando al grupo, todos experimentaron un escalofrío tal, que empezaron a temblar como hojas.
Aquella figura, segundos más tarde, desapareció. En silencio llegaron al templo. Nadie se atrevía a hablar de lo que habían visto. Una vez que terminó la misa, se despidieron del sacerdote y con excusas de no poder desayunar en la casa de don Margarito López, cada familia se fue por su rumbo. Al día siguiente se volvieron a reunir todos los amigos para ir a misa, y en el mismo lugar volvió a salir la misma figura extraña, que dejó sin respirar a los paseantes. También volvió a desaparecer.
Este encuentro se hizo cotidiano por un mes. Algunas personas ya no querían asistir a la misa del alba, pero las familias de los hermanos López continuaron con su costumbre de años y a los pocos días todos reanudaron los encuentros mañaneros. Para entonces se atrevían a comentar del extraño aparecido que como exhalación pasaba junto al grupo, sin decir una sola palabra. Algunos decían que era un hombre extravagante, un maniático que también gustaba de salir a la hora del alba para tomar el fresco. Pero otros no pensaban así, se atrevían a hablar de un fantasma, de un alma en pena. Los niños le decían «el aparecido de la vereda». Pero en el fondo todos sentían temor de que fuera algo sobrenatural.
Así llegó el mes de noviembre y un día que el grupo presidido por don Margarito iba rezando el rosario a la Virgen de Guadalupe, de pronto el aparecido no sólo pasó cerca de ellos, sino que se paró y con voz de ultratumba le dijo a don Néstor:
__Tú tienes una enfermita en casa, si me llevas con ella, yo te la curaré. Continuará… (Tomado textualmente de Leyendas de Aguascalientes. Recopilación de Pamela Anet Valle. Ediciones Horus)