
Por casi tres generaciones, la icónica muñeca creada por Ruth Handler en 1959 ha sido un envase plastificado de las aspiraciones, ambivalencia, incontables análisis y hostilidad desenfrenada de las mujeres que jugaron o no con ella una vez que las imposibles proporciones de Barbie les detonó algún punto de inspiración sobre sus narrativas personales y prospectos corporales en sus futuras vidas, por lo que de igual forma se le ha despreciado al perpetuar las peores facetas de una sociedad falocéntrica que favorece la hipersexualidad física o porque representa un feminismo acomodaticio o cooptado sin posibilidad de cambio. Entonces ¿Hacia dónde se decanta “Barbie”, la más reciente película de la actriz y directora Greta Gerwig (“Lady Bird”, “Mujercitas”) sobre este polémico y analizado juguete? Curiosamente la elección vira hacia dos rutas, una en la que se explora la naturaleza nostálgica de la muñeca en cuanto a su significado en el contexto lúdico y cultural mediante una mise-en-scéne psicodélica y kitsch adecuada para la iconología que seres plastificados pero antropomorfos pretenden representar en un mundo que contrasta drásticamente con el nuestro por su vanidoso estado de seudoperfección y otra en la que Barbie es un tótem de la liberación impostada que encuentra sus propias delimitantes en su idea autogratificada de sonrisa, cuerpos, hogares y autos impolutos e intachables. Quién diría que una cinta procedente de una marca de juguetes y aparentemente destinada a un público infantil terminaría por ser un imperfecto pero en momentos fascinantes discurso sobre la autonomía, la identidad y los roles de género con suficientes alegatos al respecto que hay momentos que ciertas escenas semejan un drama legal con elaborados y a veces nada discretos discursos al respecto. Con una inteligente recreación al prólogo de “2002: Odisea del Espacio” (Kubrick, E.U., 1968) narrado por Helen Mirren, la película rápidamente exhibe sus cartas idiolecticas y nos sitúa posteriormente en la Tierra de las Barbies, donde cada una de sus habitantes juega un rol sociocultural que permite distinguirlas junto a su físico o color de piel (no hay dos Barbies iguales). Así pues tenemos una “Barbie Presidente”, una “Barbie Médica” o una “Barbie Ingeniera” hasta llegar a la “Barbie Estereotipo” (Margot Robbie, ni mandada a hacer para el papel, hecho que incluso la película hace evidente en uno de sus muchos momentos meta) que cumple con su rol arquetípico de ser física y conductualmente perfecta. Por obra y gracia de un guion escrito por el sagaz Noah Baumbach que toma prestadas ciertas herramientas narrativas de otros filmes como “Truman: Historia de Una Vida” o “Toy Story 2”, nuestra protagonista tiene un lazo intrínseco con su dueña en el mundo real y esta comienza a inocularle ideas sobre la muerte y la depresión, por lo que decide venir a nuestra realidad con la ayuda de la “Barbie Rarita” (la hilarante Kate McKinnon) para hacerle ver que la idea de “Barbie”, más que su representación fáctica, es un símbolo de las aspiraciones femeninas más hondas, pues con Barbie tú puedes ser lo que quieras ser. Por supuesto, por cada ying hay un yang y en la Tierra de las Barbies son los Ken, quienes cumplen la función de esquematizar una masculinidad secundaria y fallida a modo de soporte para las Barbies, sobre todo el Ken que se ha enamorado perdidamente de la Barbie Estereotipo (un Ryan Gosling sensacional en cuanto a interpretación y sentido de la ironía) aún si ella no logra valorarlo en su justa dimensión, por lo que decide acompañarla en su gesta. Una vez en el mundo real, las cosas se complican pues mientras la muñeca se da cuenta que el papel que creía desempeñar como modelo femenino y cultural a seguir carece de validez, Ken termina aprendiendo del patriarcado y lo aplica en su hogar, alterando el orden preestablecido de la Tierra de las Barbies. Queda en esta Barbie, sus compañeras y dos humanas madre e hija (América Ferrera y Arianna Greenblath) tratar de reestablecer el estatus quo pero con la incógnita si este tuvo en algún momento alguna vigencia o relevancia. Varios de los puntos que pretende exponer la directora Gerwig sobre los géneros, su papel en la interrelación social y las reflexiones o críticas, así como la aceptación y eternización que el feminismo y el chauvinismo producen encuentran momentos lícitos en la película, así como puntualizaciones paroxistas que golpean con demasía la consciencia del espectador rebasando las posibilidades de una intención más trabajada y mesurada. “Barbie” no es el comercial de 1 hr. 45 min. que muchos creen al trabajar temas y elementos que apelan más a la interpretación y dramatismo que al mero entretenimiento y su amplitud de ideas en momentos hace colapsar las buenas intenciones de su directora, pero sin lugar a dudas el ejercicio cumple y la película logra darle cierto alimento cognitivo y meditativo a su audiencia, sobre todo a la masculina y con ello cumple una misión que el cine de Hollywood rara vez cumple: entretener y proponer.
La vida del brillante pero atribulado físico Julius Robert Oppenheimer encuentra una singular voz no sólo en la forma como el director Christopher Nolan, ahora sí excelente sin reservas con este su film más maduro y cincelado, lo exhibe en esta opus de tres horas, también mediante la milimétrica interpretación que realiza el actor inglés Cillian Murphy de él, proyectándolo como un ser de constitución emocional frágil, incapaz de solventar la relación con su esposa (una formidable Emily Blunt) o su amante con un final trágico (Florence Pugh), pero con un cerebro tan brillante que el mismo Albert Einstein cantó sus loas al ser Oppenheimer quien descifró el secreto de la energía nuclear que permitió la creación de la temible Bomba H. La cinta, por increíble que parezca, es una narración de cierta linealidad que se apoya en la analepsia para desarrollar mediante tiempo psicológico una historia donde vemos cómo Oppenheimer, desde un inicio, era un individuo comprometido con la ciencia pero con dificultades para trabajar con otros que no fueran su hermano (Dylan Arnold). Conforme presenta sus teorías que darían forma al fabulado Proyecto Manhattan (creadores de la bomba atómica a usarse en Hiroshima y Nagasaki), Nolan diserta a través del canal narrativo que es su protagonista sobre los demonios de la creación bélica y los internos, sobre todo aquellos que se gestan a raíz de la conciencia atormentada por la muerte de cientos de miles de personas. Oppenheimer es desmembrado narrativamente conforme interactúa con una gama de personajes que lo ponen a prueba, como el militar Leslie Grover (Matt Damon) que lo investiga bajo sospecha de simpatizar con el comunismo o su supuesto mecenas, Lewis Strauss (Robert Downey Jr.) quien a la postre se tornará en acérrimo enemigo al instigar una agitación en su contra por parte del senado norteamericano. Su lucha por proseguir con los experimentos que lo conducen al famoso Proyecto Trinity en Los Álamos (la primera detonación nuclear de la historia) y los remordimientos posteriores se intersectan con el apetito de conocimiento de Oppenheimer y su necesidad por superar la sombra de sus propias mediocridades, colocándolo en trayectos adversos con otros científicos y el mismo Presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman (Gary Oldman). Aquí Nolan sobresale como conductor de una complicada orquesta de numerosos actores y eventos que encuentran un fino hilo conductor en el mismo científico en quien cae todo el peso dramático de los eventos. Pero es el reparto coral que trabaja en armonía, la indiscutible habilidad técnica que involucra tiempos narrativos retratados bellamente en blanco y negro o color desaturado y el montaje de Nolan, que aquí depura lo ya propuesto en sus otros trabajos, y una apasionante historia sobre un ser humano de prodigiosa mente pero pies de barro que hacen de “Oppenheimer” una de las mejores películas del año que ya aseguró su presencia (y hasta triunfos) en la siguiente entrega de los Premios Oscar.
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