Por:juanpablo martinez zuniga

Los filmes producidos por los estudios Marvel comienzan a mostrar un sesgo muy claro: aquellas cintas que toman su base narrativa en el argumento fuente para robustecerlo y fortalecerlo mediante guiones que consideren más sus posibilidades argumentales y cinematográficas que las meramente escapistas (“IronMan”, “Capitán América Y El Soldado Invernal”) y aquéllas que se desviven por adaptar a la sensibilidad Millenial los anacrónicos y cursis conceptos que Stan Lee y su equipo de artistas concibieron en las páginas de sus célebres cómics simplemente como ejercicios complacientes e intelectualmente amputados, andando con la certeza de que los fanáticos no cuestionarán ni replicarán al respecto simplemente porque son sus fabulados personajes llevados por primera vez a la pantalla grande. “Doctor Strange, Hechicero Supremo” cae en esta segunda categoría, pretendiendo que una historia fundamentada en redención, superación personal, altruismo y abnegación debe verse sobrepasada por alucinantes efectos especiales. En efecto, la más reciente película de la Marvel subestima desconsoladoramente a su audiencia proponiendo que los conflictos emocionales y psicológicos, a toda vista elementos integrales en la presentación de los personajes, no importan una vez que el show de luz y sonido se activa, pues todo lo que interesa al público moderno es un bonito acomodo de imágenes saturadas de imaginería digital ¿No es así? Y con esto resalta otro aspecto crucial en esta fábrica de productos culturales: no se procura una identidad en cuanto al manejo de discurso o forma de estas producciones, salvo escasas excepciones done el director puede imprimir algún tipo de sello personal. Pero son agujas en un enorme pajar concebido para entretener y no proponer, por lo que muchas de estas cintas lucen, huelen y se sienten exactamente igual, incluyendo sus bidimensionados personajes y orígenes. Para muestra:
El doctor Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) es un arrogante, soberbio, insoportable pero brillante cirujano que trabaja en un hospital neoyorquino de renombre junto a su ex novia Christine Palmer (Rachel McAdams). Un día el galeno se ve involucrado en un aparatoso accidente automovilístico que le produce un severo daño en los nervios de sus manos, imposibilitándolo para ejercer de nuevo. Después de recurrir a todos los medios de curación posibles, atiende al consejo de un hombre que, después de un terrible daño en la espina, ha logrado movilidad y una vida normal. Este le comenta sobre unas técnicas de sanación aprendidas en el Tibet, por lo que Strange parte a la mística región donde se encontrará  a la Ancestral (Tilda Swinton), quien le enseñará al médico las artes mágicas primordiales al ver en él el potencial de ser el siguiente Hechicero Supremo, salvaguarda ascético y sobrenatural de nuestra dimensión. Durante su estancia traba amistad con Mordo (Chiwetel Ejiofor), avanzado aprendiz de la Ancestral, y con Wong (Benjamin Wong), impasible bibliotecario que contribuye a la instrucción mágica de Strange. También aprende sobre Dormammu, entidad maligna que habita en la Dimensión Oscura esperando su momento para ingresar a nuestro plano y sobre Kaecillius (Mads Mikkelsen), hechicero renegado que le asiste.
Quien haya visto una película Marvel verá que todo se cumple al pie de la letra: la transformación del protagonista arrogante en un ser maduro y dispuesto, secuencias impresionantes donde la acción, el ritmo y su ubicación en aparatosa puesta en escena es vital, personajes secundarios capaces pero con propósitos breves, posibilidades narrativas diluidas ante la espectacularidad y villanos planos incapaces de crecer como personajes al someterse a motivaciones estériles. La película da la impresión de explorar rincones inéditos en la mitología de este universo tan expandido, pero solo es un espejismo, pues ante los portentosos efectos especiales sólo queda el compendio de clichés característico de esta compañía, y eso no basta para nutrir casi dos horas de cinta. Además, resulta exasperante ver desfilar en pantalla a actores del calibre de Swinton, Ejiofor y McAdams para que hagan absolutamente nada. Pareciera que la estrategia del director Scott Derrickson (“Siniestro”, “El Exorcismo de Emily Rose”) es aparentar que sus personajes son valiosos tan sólo porque los portan estos excelentes actores, pero al final solo están trabajando con caricaturas muy vistas en tantos otros trabajos de ficción.
“Doctor Strange, Hechicero Supremo” pretende angular el Universo Cinematográfico Marvel desde otra perspectiva, pero lo único que consigue es mostrar que dicho Universo sólo se configura cual vector: tiene dirección y amplitud, pero cero profundidad.

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