
Moshé Leher
En algún lugar y momento lo habré contado: ya son más de 50 años que comencé a hacer las cosas en la radio.
Comencé, obviamente, desde abajo.
Si usáramos esa manera eufemística que hoy está al uso (en el mundo de coaching, influencers y esas payasadas), podría decir que mi primer trabajo en la radio fue la de coordinador logístico de distribución de contenidos de marketing, en una cadena de media planning; si nos atenemos a la verdad: era recadero.
Dos veces por semana recogía unas copias al carbón –en papel de China, que ni era de China–, con las ofertas de los desaparecidos autoservicios La Quemazón; la entrega, a eso de las 4 de la tarde, se hacía en los estudios de la XERO, que estaban todavía sobre Madero, donde luego hubo una paletería, donde hay un edificio que alberga, en su primera planta, una sucursal bancaria.
No puedo entretenerme en la vieja consola, el micrófono colgante, el gong de la rúbrica –ya en desusoentonces–, las cartucheras de 8 Track, los muros con planchas cuadradas de material aislante, pues en esos recuerdos (que ahora traigo en la punta de la memoria, como si se tratara de ayer mismo), se me iría el espacio de este artículo, y de muchos más.
De allí, cruzando la avenida, frente a los viejos Muebles Colonial, llegaba a la XEBI (donde entregaba la copia respectiva a la señorita Pacheco), para dirigirme, por la calle Hidalgo, a Primo Verdad, donde sobre el consultorio del doctor Jirash, estaban las oficinas y la cabina de la XEAC, donde reinaba, tras su escritorio el ‘abogado’ Ramírez Gámez.
Para abreviar, de allí iba al Parián, en medio del cual –hablo del viejo Parián, con sus pasillos interiores en cruz–, estaba la XEYZ, Radio Variedades, desde donde cruzaba al edificio de la calle Allende –abajo El Centenario, y en el tercer piso la sede de la CANACO–, donde estaba la más nueva y moderna –automatizada y computarizada– XEUVA.
Ya podría describir viejas instalaciones y en ellas los viejos personajes, pero no hay tiempo para ello, y seguramente la memoria me jugaría malas pasadas: hablamos quizá del año 1972 o 1973.
En algún momento la ruta se hizo más larga, pues la XEAC se trasladó a los que fueron sus estudios y oficinas en Las Américas, donde años más tarde ocupé la gerencia de esa estación, por razones de urgencia –un timo y una graciosa huida– y que no vienen a cuento.
A vista de pajarraco, diré que luego de eso fui, en cualquier orden: cobrador, recepcionista, operador, locutor, productor, hasta los años noventa en que, primero, me encargaron sacar una estación de un embrollo, y luego me tocó dirigir la instalación y la apertura de cuatro estaciones.
Por elegir un recuerdo, cuento de aquella vez que, a manera de castigo –había reprobado unas materias en algún grado del bachillerato–, un verano me enviaron de operador de una estación de esas de música harto rascuache; me tocaba llegar a las 5:40 am a encender el transmisor y operar de 6 a 10 de la mañana, un programa de rompe y rasga, que llevaba por infausto nombre el de ‘Amanecer Norteño’ (puro Alegres de Terán, Carlos y José, Cadetes de Linares); a las seis de la tarde regresaba a la vieja cabina, en el edificio de la misma avenida Madero donde estaban las oficinas de Telmex, para otras cuatro horas de corridos y canciones de harto ardor, de 18 a 22 horas, con el ‘Atardecer Norteño’.
Un par de años después, allí mismo en el cuarto piso de Madero 333,me abrieron el micrófono, con mi propio programa: ‘97.3 Music Box’, un programa semanal con música en inglés, que se transmitía los domingos de 21 a 24 horas, con la Hora Nacional de por medio (de 9 a 10), una emisión elemental, que yo mismo pagaba –mal pagaba–, con el concurso de dos o tres clientes que yo mismo conseguí.
Luego vinieron la oficina de producción, la gerencia de una estación, la apertura de lo que fue Casa de la Radio, los tratos para traer el noticiero de Ferriz de Con (antes de que se le botara una tuerca), y después, como quien cumple un sueño, la filial de Stereorey.
Luego me fui a España y pensé que jamás haría radio de nuevo, pese a lo cual todavía estuve tres años, creo, con aquel ‘Esto no tiene nombre’, y luego otro par de años con ‘La Radiografía’, que creo que se terminó por allí del 2017.
Luego vino la invitación de Beto Romero y el programa que ahora mismo hago, por las mañanas y de lunes a viernes, en una de las estaciones de Ryta, y que, aquí quería llegar, dejo en unos días, no sé si para despedirme ya en definitivo, por motivos que ya serán parte de mis líneas del próximo martes, ya en la semana del adiós.
Creo que 50 años ya merecen un punto.
¡Shalom!
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