Jesús Orozco Castellanos
Por más que tratemos de evitarlo, el tema de la violencia en Guerrero sigue presente. Y seguirá mientras no se dé con el paradero de los 43 normalistas desaparecidos. En algún momento llegué a pensar que el gobierno federal ya contaba con información precisa sobre los hechos. Pero todo indica que no es así. El jueves pasado el presidente Peña Nieto se reunió durante varias horas con su gabinete de seguridad y la instrucción, de acuerdo con los reportes periodísticos, fue muy precisa: encontrar a los desaparecidos. Se informó que el Ejército y la Marina los buscan por aire, mar y tierra. Se había dicho que los policías de Iguala los habían entregado al cártel de los “Guerreros Unidos”. Por lo tanto, se supone que capturando a los líderes de esa organización se podría conocer el destino de los normalistas. De hecho, el pasado viernes se dio a conocer que la PGR detuvo a Sidronio Casarrubias Salgado, uno de los dirigentes de esa banda delictiva. Sin embargo, parece que el asunto es más complicado. El sacerdote Alejandro Solalinde, quien dirige una casa-hogar para migrantes en Oaxaca, dio una entrevista a una revista austriaca y allí señaló que los 43 normalistas fueron asesinados y que algunos de ellos fueron quemados vivos con diésel. Dijo que el gobernador de Guerrero “es un hipócrita” al decir que espera que los estudiantes estén con vida. “Él sabe que fueron asesinados”, comentó Solalinde. Por si fuera poco, al gobierno le va a resultar muy difícil identificar plenamente a las víctimas porque el fuego impide la obtención del ADN, concluyó el padre Solalinde.
El panorama para el actual gobierno se está volviendo muy difícil. En su columna del viernes pasado, el periodista Joaquín López-Dóriga publicó una metáfora que me pareció acertada. Decía que en el año 2013 el barco navegaba en aguas tranquilas, con vientos favorables, un sol esplendoroso, el capitán y su tripulación en sus puestos y de muy buen ánimo, el timonel seguro, los pasajeros contentos y en el horizonte un puerto que prometía algo nunca antes visto. Un año después, el barco navega en aguas turbulentas, los vientos están en contra, el cielo está nublado, el capitán y sus tripulantes se ven nerviosos, el timonel tiene problemas de control, los pasajeros sienten la zozobra y no se sabe con precisión cuál es el puerto de llegada. Otro columnista afirmaba que en cuestión de semanas el panorama tuvo un giro radical: pasamos del gobierno reconocido internacionalmente por su habilidad negociadora, que en muy poco tiempo logró las reformas estructurales que el país demandaba desde hacia décadas, al gobierno paralizado por los crímenes de Iguala; del México del Momento al México del Crimen; del Presidente seguro y firme al Presidente dubitativo. En el 2012 llegó al poder una clase política con una enorme experiencia acumulada que prometió mover a México y cambiar el destino del país, para bien. Por lo visto no era tan fácil. En unas cuantas semanas se acumularon: la matanza de Tlatlaya, el conflicto en el Politécnico, que ya se “amorcilló” (los estudiantes decidieron mantener el paro), los asesinatos de un diputado del PRI en Jalisco y del dirigente estatal del PAN en Guerrero y, para colmo, las masacres de Iguala. Como era de esperarse, la afluencia turística en Acapulco se desplomó.
El escenario es incierto. Para colmo, la situación económica se está complicando. Los precios del petróleo están a la baja. En la propuesta de Ley de Ingresos para el 2015 se calculó en 82 dólares por barril el precio de la mezcla mexicana. En estos días anda en 75 dólares. Algunos analistas estiman que podría llegar hasta los 60 dólares porque Arabia Saudita está presionando para la reducción de los precios. Desconozco las razones. Se supone que los países miembros de la OPEP quieren mantener el control de los precios internacionales del crudo antes de que lo hagan los Estados Unidos, ahora que están explotando yacimientos de petróleo y gas de rocas. Y aunque parezca paradójico, el buen desempeño que está teniendo la economía norteamericana tiene algunos efectos negativos en la economía mexicana, como es el caso de las tasas de interés que irían a la alza. Esto plantearía dos opciones: cobrar más impuestos o contratar más deuda. Lo primero sería terriblemente impopular y llevaría a la quiebra a muchas empresas. Lo segundo también lo hemos vivido: obliga a replantear el tipo de cambio con el consecuente disparo de la inflación. Sería un verdadero círculo infernal.
Ahora bien, ¿hay alguna solución a toda esta problemática? Joaquín López-Dóriga dice que no. Difiero. Creo que actuando con rapidez en la solución del conflicto en Guerrero se abren márgenes de acción. No digo que sea fácil. Los líderes criminales se esconden con relativa facilidad. Por ahora sólo han capturado a uno de los dirigentes de los “Guerreros Unidos”. No sabemos cuántos faltan. En el país hay una buena cantidad de lugares para esconderse. Contamos con tres cadenas montañosas y algunas regiones son verdaderamente impenetrables. Por algo no han podido encontrar a Servando Gómez “La Tuta”. La PGR dijo que la captura era cuestión de horas, pero no.
El escritor Jorge Castañeda señaló en un artículo que el gobierno de Enrique Peña Nieto partió de un enfoque distinto al de su antecesor, no sólo en el tratamiento mediático al tema de la violencia asociada al crimen organizado, sino en el combate mismo a los criminales, ahora mucho más selectivo. Sin embargo, la violencia en Guerrero pone en evidencia ese enfoque y confirma que la situación es básicamente la misma. Castañeda concluye que a Peña Nieto no le va a gustar un cambio de enfoque. A mí me parece que no es cuestión de gustos. Si Peña Nieto se propone trascender como un buen presidente de México, y me parece elemental que se lo proponga, necesariamente debe imponer orden en el país. Es la única forma en que los capitales pueden ser atraídos.
El periodista Ciro Gómez Leyva publicó un artículo con el título de “Cinco preguntas a Luis Videgaray”. En realidad se reducen a una: “¿cuál es el indicador para medir el grado de violencia que soportan los mercados?” Es una pregunta clave. Si las grandes empresas petroleras consideran que México es un país inseguro para invertir, buscarán otras latitudes. Si ven que la violencia está focalizada en pocos estados y que en general hay condiciones de seguridad, invertirán en México. El problema es que el caso de los normalistas de Ayotzinapa se está volviendo emblemático. La cadena CNN publicó un reportaje de 42 minutos con opiniones de jóvenes de todo el mundo sobre los 43 desaparecidos en Iguala. Todos los entrevistados están enterados de los hechos y por supuesto todos emitieron opiniones condenatorias. Y cada día que pase, mientras no aparezcan, el problema se va a ir agravando. Lo peor del caso es que las autoridades están atadas de manos. Nada pudieron hacer para impedir la quema del palacio de gobierno y del congreso en Chilpancingo. Lo mismo ocurrió con los bancos y los comercios vandalizados. Si la policía reprime, significa echarle más leña al fuego. Los normalistas anunciaron que van a tomar aeropuertos y refinerías. Las fuerzas federales tendrán que impedirlo, pero ¿a qué costo? Ayotzinapa puede ser la marca del actual sexenio. Por el bien del país, ojalá que no sea así.