Jesús Orozco Castellanos
Hasta el momento de escribir estas líneas, la delegación de México en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro no había ganado una sola medalla. Ni la selección de futbol soccer pudo sobrevivir, después de haber ganado (con otro equipo) la medalla de oro en Londres 2012. De permanecer esta situación al término de los juegos, algo muy serio habrá pasado. México siempre había ganado al menos una medalla desde los Juegos Olímpicos de 1932. Hubo figuras legendarias como el capitán Humberto Mariles, que ganó la medalla de oro en equitación en Londres en 1948. O el célebre clavadista Joaquín Capilla que ganó varias preseas en los años 50. Como era de esperarse, la cosecha en las olimpiadas de México en 1968 fue más o menos nutrida: 9 medallas. Fue el país sede. En Londres 2012 se consiguieron 7 medallas. Ésa era la meta para los juegos de Río, de acuerdo con los dirigentes del deporte olímpico mexicano. Sin embargo, parece que el parámetro ya cambió. Alfredo Castillo Cervantes, presidente de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), señaló el pasado jueves que el objetivo de los atletas en las competencias olímpicas no es ganar medallas sino colocarse entre los 15 mejores del mundo. A ver: de antemano se conocen los tiempos y las marcas de los atletas. En las olimpiadas modernas se premia con medallas a los tres mejores. Los demás son parte de la estadística. Si no van a competir por las preseas, lo ideal es que se queden en casa, ahorrándole al erario el considerable gasto que implica enviar una delegación a los juegos.
¿Qué fue lo que se hizo mal? De entrada, el nombramiento de Alfredo Castillo como presidente de la Conade. Dicen que le gusta el basquetbol pero nunca lo ha jugado, lo ve por televisión. Ya siendo presidente, Peña Nieto lo nombró comisionado especial para la pacificación del estado de Michoacán. Algo logró. Convirtió a los grupos de autodefensa en policías rurales uniformados. De allí pegó el salto a la Comisión. Lo primero que hizo allí fue pelearse con los dirigentes del Comité Olímpico Mexicano. Les dijo que los responsables de las federaciones deportivas son una partida de corruptos, lo cual es cierto, pero no midió los riesgos porque desde entonces le insinuaron que en los próximos Juegos Olímpicos (los de Río de Janeiro) las federaciones tendrían pocos incentivos para apoyar a los atletas. En el fondo eran amenazas y por lo visto las están convirtiendo en realidad. Para colmo, Castillo hizo un papelón en Río. Se fue acompañado de su “novia”. Se les va en arrumacos todo el día. Anda de luna de miel. Asistieron a la ceremonia de inauguración vestidos con los uniformes de la delegación mexicana. Pero no eran uniformes comunes y corrientes. Eran de diseñador, nada menos que de Hugo Boss. Ni modo de ir con la representación de México ataviados con unas “garritas”. Alfredo Castillo tiene una ventaja: es primo de Humberto Castillejos Cervantes, director jurídico de la Presidencia de la República. O sea que de algo sirve formar parte del círculo mexiquense, cercano de la casa presidencial.
Las críticas en las redes sociales están a todo lo que dan. Las menos agresivas señalan que “ni eso saben hacer los que dijeron que sabían cómo gobernar”. Por si fuera poco, una de las competidoras en tiro con arco, que logró una muy decorosa posición en cuarto lugar, enfurecida por la crítica, les dijo a los de las redes: “Pues háganlo ustedes”. Está muy equivocada esa jovencita. Los críticos y los mexicanos en general tenemos plena libertad para comentar el paupérrimo desempeño de la delegación mexicana. No somos atletas. Los obligados a competir son ellos. El despecho es muy mal consejero. Y menos ahora que ya nadie cree la vieja máxima de “lo importante no es ganar sino competir”. Decía Vince Lombardi, el famoso director técnico de futbol americano profesional: “Lo importante no es ganar, es lo único”. Por lo tanto los pretextos sobran. Castillo dijo que en el caso de los clavadistas mexicanos, los jueces los calificaron mal en venganza porque nuestro país se opuso a que el campeonato mundial de clavados del 2017 se llevara a cabo en Guadalajara. El argumento es ridículo. Ya parece que esos señores van a poner en riesgo su prestigio por un asunto tan trivial como el que mencionó Castillo. Y además, como si México fuera una potencia deportiva a la que hubiera que reducirle el número de medallas para no hacerle sombra a los grandes como Estados Unidos, China o la Gran Bretaña. Los jueces están en lo suyo y nada más.
En el caso de la selección de futbol, ocurrió un desenlace más o menos esperado. Varios equipos importantes como el Club Guadalajara se negaron a prestar jugadores para integrar la selección olímpica. Igual hay que mencionar que la Federación Mexicana de Futbol no tuvo la fuerza para exigir a los clubes extranjeros la participación de jugadores como Javier “el chicharito” Hernández, Andrés Guardado o Giovanni Dos Santos. Ellos son los verdaderos “cracks”. No es el caso de Oribe Peralta. Como se sabe, en los juegos olímpicos participan futbolistas menores de 23 años con algunos refuerzos que, en el caso de Río, no fueron los adecuados. Bien decía el comentarista José Ramón Fernández: el futbol mexicano es un amasijo de intereses, comenzando por las empresas televisoras. No les interesa la promoción del deporte. Lo único que buscan es hacer negocios. Y en el caso del deporte olímpico en general, al gobierno mexicano le tiene sin cuidado. Y en particular a este gobierno, agregaría yo. Por lo visto no se hizo lo que tradicionalmente se hacía. Los dirigentes olímpicos ponían la mirada en un grupo de 30 ó 40 atletas a los que apoyaban con becas para que pudieran dedicarse de lleno a la práctica de sus respectivos deportes. Y desde luego se tenía que lidiar con la corrupción en las distintas federaciones. Eso se daba por hecho. Ser dirigente de una liga deportiva, así sea llanera, es para volverse rico. Conozco bien el caso del beisbol. Los dirigentes de una liga amateur lo único que hacen es seleccionar los campos y organizar los torneos. Los juegos se realizan con un solo umpire (árbitro) al que le pagan cualquier cosa. En ocasiones sólo les dan para su transporte y algún refrigerio.
Habrá que ver el resultado final de los juegos. Si sólo se consiguen una o dos medallas por parte de la delegación mexicana, sería terrible. Si no se consigue ninguna, sería catastrófico. Claro que el país no se acaba por eso. En última instancia, el Presidente de la República leerá un discurso en el que dirá que México es mucho más que unos juegos olímpicos, que tenemos historia y cultura y prueba de ello es que la dirección musical del tema de los juegos de Río le fue encomendada a nuestra compatriota Alondra de la Parra. Pero no hay como recibir a los atletas en Los Pinos, felicitarlos y dirigir un mensaje a la Nación para celebrar la destacada participación de México. Más allá de la parafernalia, lo cierto es que los deportistas triunfadores se convierten en ídolos para los niños y jóvenes que sueñan con destacar algún día en el deporte, sobre todo si se lleva sobre los hombros la representación de México.
Decía un columnista del diario “El Universal” que el presidente Peña Nieto abrió un frente adicional, totalmente innecesario: el de Alfredo Castillo, que tuvo el descaro de decir que la Comisión que preside se ha convertido en agencia de viajes. Lo estamos viendo. Y viajes de lujo, con todo pagado.