Josemaría León Lara

El día de la elección presidencial en los Estados Unidos está ya a la vuelta de la esquina. Ha pasado ya más de un año cuando los primeros aspirantes de ambos partidos decidieron levantar la mano para ir “por la grande”, muchos muy buenos cayeron antes de tiempo, dando pie a que los finalistas no sólo son lo peor de cada bando, sino que deja entrever la porquería que puede llegar a ser la política, cuando en el país más poderoso del mundo están compitiendo los dos candidatos más impopulares de la historia de nuestro vecino país del Norte.

Ya no hay marcha atrás, el próximo ocho de noviembre se hará escuchar la voluntad del pueblo estadounidense al elegir a quien será el presidente número cuarenta y cinco de su historia; y no es que en verdad exista una real incertidumbre sobre quién será el abanderado puesto que da lo mismo si gana Trump o la señora Clinton, los votantes no tienen otra opción que ejerciendo su derecho al voto deberán decidir por el menos peor.

Nos encontramos ante un espejismo, una macabra broma del destino, una farsa, una ficción a la que solemos llamar democracia. Lo que desde sus inicios fue concebido como la idea del gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, resulta ser que no es nada más que letra muerta. Situación que ambos candidatos han mal interpretado a favor de los intereses de cada uno, en el caso de Donald Trump más allá del gran villano que todos conocemos, su principal forma de ataque y convencimiento de las masas es a través de un supuesto rompimiento con la clase política.

Lo irónico del asunto es que el propio candidato republicano pretende venderse como ajeno al sistema que tanto critica, pero es ese mismo sistema del cual se ha beneficiado toda su vida. Cuando por el lado de los demócratas, su candidata es la representación perfecta del sistema, dónde su trayectoria se ha desarrollado eternamente en el servicio público sin haber hecho algo de verdadera trascendencia por ese pueblo al que pretende representar.

Los dos careos que han tenido en los por demás interesantes debates presidenciales, se han convertido en un duelo de ataque y defensa; perdiendo el sentido propio de debatir, de utilizar esa palestra para proponer y darse a notar, por qué él o ella son la mejor opción para trabajar desde el despacho oval desde el próximo veinte de enero. En cambio ha sido todo lo contrario, un grotesco despliegue de acusaciones, desacreditaciones, insultos y peor aún, de falta de moralidad e integridad tanto humana como política.

A pesar que dichas acusaciones no se han comprobado de manera oficial a ninguno de los dos, el hecho es que de ser cierta cualquiera de ellas, queda al descubierto la calidad de persona que al menos por los siguientes cuatro años, habrá de tener la mano encima de los códigos nucleares. Es una verdadera tragedia lo que se está viviendo en la Unión Americana, ya que su pueblo no tiene más opción que elegir a aquél o aquélla que haga menos daño, del que ya han causado hasta este momento.

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@ChemaLeonLara