Mtro. En Derecho Juan Sergio Villalobos Cárdenas
Se ha dicho que existen dos tipos de democracias: las consolidadas y las que están en construcción. Lo niego. No existe en el mundo una sola democracia que resulte ser un producto terminado. La democracia es, en el mejor de los casos, un proceso dialéctico. El mejor ejemplo de ello son dos acontecimientos que incidirán en la vida política futura de México y de Aguascalientes.
El tercer debate televisivo de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos fue seguido con gran expectación por miles de personas alrededor del mundo. El encuentro mostró, al igual que los debates previos, una gama amplia de recursos retóricos y la capacidad de los contendientes para lanzar lodo. ¿Lo rescatable del debate? El debate mismo; ese ejercicio republicano y democrático de confrontar ideas y propuestas, de abrirse de cara a la sociedad y mostrarse de cuerpo entero. Ni siquiera Norteamérica puede presumir de una democracia perfecta; los debates celebrados y toda la campaña presidencial dan cuenta de ello. Estados Unidos aún sigue construyendo su democracia que al igual que todas las demás del orbe es imperfecta. Pero no sólo el debate ejemplifica esto; los mismos candidatos y sus discursos lo ponen en evidencia. En el país más democrático del mundo, el candidato republicano se lanza sin piedad en sus propuestas contra de los migrantes, particularmente mexicanos, que se encuentran viviendo sin la debida documentación en los Estado Unidos. Sus críticos no dudan en aplaudir la actual administración demócrata del presidente Barack Obama olvidando que fue él quien endureció la política de control migratorio en los últimos años, repatriando connacionales por racimos. Cabe preguntarse ¿qué sucederá cuando el candidato que proponga perseguir y expulsar a todos los migrantes, levantar un muro y pasarle la factura a México no sea un bufón de la política o un showman sino un político de carrera? Ciertamente ésta no será la última vez que escuchemos tales propuestas; aunque la señora Clinton gane la elección, los mexicanos no estamos salvados. Surge aquí la importancia de que la nuestra, sea una democracia robusta y que el país tenga políticas consistentes. En política, no podemos cifrar nuestras esperanzas de bienestar o crecimiento en un candidato o una elección extranjera. La cuestión estriba en determinar en qué medida debemos permitir que nos afecte e impacte el desenlace político de aquella elección, y eso si depende enteramente de nosotros: de la vocación democrática que tengamos y la solidez de las instituciones y políticas públicas que seamos capaces de desarrollar. La democracia no es un bien que pueda importarse.
El otro evento igual de trascendental para la vida política local, es el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación respecto de la impugnación de validez de la elección para gobernador en el Estado de Aguascalientes. La sesión de los magistrados fue transmitida en vivo y fue, por decir lo menos, apasionante. La cultura, la historia, lo social y lo jurídico se discutió ampliamente. Al final por mayoría de votos se determinó validar el resultado de la elección. Debemos aquilatar todo el proceso electoral -incluyendo la impugnación y los recursos correspondientes-, pues debemos decirlo sin cortapisas: hemos vivido la democracia; y la lección que debemos atesorar, aunque parece simple, es de suyo portentosa: la democracia no sólo es ir a votar el día de las elecciones, la democracia es una forma de vida y debe inculcarse desde la más temprana edad. Los resultados pueden ser adversos para unos u otros, pero ineludiblemente las diferencias e impugnaciones de los procesos electorales deben ser resueltos por las vías jurídicas. La época en que el ejercicio del poder se pedía y resolvía a balazos o desde los púlpitos en este país ya hace tiempo que terminó. Es necesario ahora fortalecer y consolidar todas las instituciones que participan en la conformación de la democracia que como ya lo dije no es un producto terminado. Los partidos políticos, los candidatos, los votantes, las autoridades que organizan las elecciones, las que resuelven las impugnaciones, todos deben proponer cambios paradigmáticos que permitan a los ciudadanos tener mejores ofertas políticas, tener una mejor educación político-democrática y legislaciones vanguardistas que permitan contar no sólo con un marco jurídico-electoral claro y sencillo sino con instituciones que impartan justicia-electoral de manera cada vez más profesional. Y de entre todas las responsabilidades que tenemos que asumir, una -más bien histórica que política-, asoma con suma urgencia: superar nuestras inercias ancestrales de permitir que poderes fácticos opinen, sugieran o de plano intervengan en algo que sólo le concierne a la sociedad civil y al Estado. Es cierto, el cielo le dio a México un soldado en cada hijo; pero el llamado de esos hijos a librar batallas democráticas en las urnas, sólo corresponde por mandato expreso de la Constitución, al Estado y a la sociedad civil.