Eugenio Pérez MolpheBalch
Nuestra dieta, al igual que la de muchas especies animales, se basa en las plantas. Sabemos que los vegetales son el principio de prácticamente todas las cadenas alimenticias que hay en los diferentes ecosistemas del planeta. Por este motivo, nos puede parecer extraño que, en algunos casos muy raros, sean las plantas las que se alimenten de animales. Sin embargo, esto ocurre y da origen a las llamadas plantas carnívoras, que son uno de los ejemplos más interesantes de la evolución de los seres vivos. La mayoría de estas plantas habitan exclusivamente en suelos pantanosos, que son muy ácidos y con grandes cantidades de materia orgánica. Algunas otras especies de plantas carnívoras habitan en selvas tropicales o en suelos con una cubierta vegetal muy densa. En el primer caso, la acidez del suelo dificulta la descomposición de la materia orgánica que es necesaria para liberar los nutrientes contenidos en la misma. En el segundo caso, la alta concentración de plantas en un mismo espacio genera una gran competencia por los nutrientes del suelo. Por lo anterior, los antepasados de las plantas carnívoras modernas que colonizaron estos ambientes tuvieron que enfrentar una gran escasez de nutrientes esenciales para ellas, como el nitrógeno y el fósforo. Por este motivo, la evolución las orilló a buscar fuentes alternas para obtener estos elementos, y la solución a la que llegaron fue capturar y digerir pequeños animales para tomar de ellos los nutrientes que el suelo no les daba en cantidades suficientes. Para estas plantas, los nutrientes tomados de sus presas son un complemento de los que la planta toma del suelo, o bien produce ella misma a través de la fotosíntesis. No hay ninguna planta que viva exclusivamente de las presas que captura.
Las plantas carnívoras son raras, ya que de los cientos de miles de especies vegetales que se conocen, sólo unas 650 han desarrollado esta adaptación. Los mecanismos mediante los cuales estas plantas capturan a sus presas se dividen en activos y pasivos. Los primeros son los más raros e implican el desarrollo de trampas con capacidad de movimiento. Éstas atrapan a la presa al ser activadas por la presencia de la misma. Este es el mecanismo que utiliza la especie comúnmente llamada “Atrapamoscas” o “Venus atrapamoscas”, que es quizá la planta carnívora más conocida. El segundo tipo de mecanismo para capturar a sus presas es el pasivo. En este caso, no hay movimientos rápidos por parte de la planta y los insectos u otras presas son atrapados por trampas pegajosas, o por trampas llenas de líquido con estructuras que les permiten ingresar, pero no salir. Las plantas carnívoras más comunes producen un mucílago pegajoso sobre estructuras similares a tentáculos, o directamente sobre las hojas. Las presas que se posan sobre la planta quedan adheridas a este mucílago sin posibilidades de escapar. En cualquiera de los casos mencionados, una vez que la planta logra inmovilizar a su presa, secreta enzimas que le permiten digerirla y así absorber los nutrientes requeridos. Todas las plantas carnívoras son de tamaño pequeño o muy pequeño, por lo que las presas que capturan son generalmente insectos, aunque las más grandes pueden llegar a capturar pequeños reptiles, anfibios o incluso roedores. Estas plantas carnívoras son un ejemplo notable de cómo funciona la evolución. Quizá por este motivo, uno de los primeros científicos que se apasionó por su estudio fue el propio Charles Darwin, quien publicó el libro “InsectivorousPlants” en julio de 1875. En esas fechas, muchos naturalistas dudaban aún de que estas plantas en realidad tomaran nutrientes a partir de las presas capturadas. Fue el propio Darwin quien terminó de demostrar la existencia de la “carnivoría” en el reino vegetal.