Luis Muñoz Fernández

Cuando el mundo se ve azotado por tormentas, y lo malo que ocurre y lo peor que amenaza son tan apremiantes que bloquean de nuestra vista lo demás, entonces necesitamos conocer todas las recias fortalezas del espíritu que los hombres han edificado a través de las edades. Las perspectivas eternas se están borrando, y nuestro juicio de los asuntos inmediatos será erróneo si no las traemos de regreso.

Edith Hamilton. El camino de los griegos, 1930.

Basta mirar a nuestro alrededor para comprobar que casi todo conspira para arrebatarnos lo que nos hace ser mejores seres humanos e impedir así nuestro crecimiento como una comunidad solidaria. George Monbiot, periodista y activista británico, publicó recientemente en la revista electrónica Sin permiso un artículo titulado El neoliberalismo y la soledad humana: la disgregación de nuestras sociedades (http://www.sinpermiso.info/textos/el-neoliberalismo-y-la-soledad-humana-la-disgregacion-de-nuestras-sociedades). En él señala lo siguiente:

Existen múltiples razones secundarias para este desgraciado fenómeno, pero me parece que la causa subyacente es la misma en cualquier lugar: los seres humanos, en tanto que mamíferos extraordinariamente sociales y cuyos cerebros están programados para interactuar con los demás, están sufriendo un proceso de disgregación. Los cambios económicos y tecnológicos son factores fundamentales en esta cuestión, pero también lo es la ideología. A pesar de que nuestro bienestar está inseparablemente vinculado a la vida de los demás, el mensaje que se nos transmite es que la prosperidad se alcanza por medio de un individualismo extremo, competitivo y ególatra[…]

El sistema educativo se hace más brutalmente competitivo año tras año. La búsqueda de empleo es una batalla a sangre en la que lucha una multitud de personas desesperadas por un número cada vez menor de puestos de trabajo.

Según Monbiot, esta situación está pasando factura no sólo a la vida social, sino también a la salud física y mental de los individuos. No es descabellado considerar que el notable incremento de ciertas alteracionesa las consideramos parte inevitable del “progreso” como la ansiedad, el estrés, la depresión, el suicidio, el insomnio, el miedo, la percepción de amenaza, los desórdenes alimentarios, la hipertensión y otras enfermedades cardiovasculares, la demencia, etc. tienen que ver con un punto central que caracteriza a este estilo de vida en las sociedades marcadamente consumistas: la soledad.

En una sociedad como la nuestra, la rivalidad se fomenta tempranamente desde la misma escuela. Es notable cómo en los anuncios de algunos centros educativos se presume públicamente que su objetivo central es formar sujetos “exitosos”. Y aunque algunos también predican que enseñan “valores”, poco se menciona uno de los más necesarios: la solidaridad.

Para lograr ese “éxito” es indispensable desbancar a los rivales, aunque sean nuestros vecinos o compañeros. No se diga si pertenecen a comunidades ajenas a la nuestra. Eso explica en buena parte el auge de los nefastos nacionalismos y de los conflictos en los que se esgrime un motivo religioso. Agreguemos a ello los intereses económicos que son por definición profundamente egoístas.

Es tal el sufrimiento de millones de seres humanos que si no ponemos en el centro de la educación de las nuevas generaciones el valor de la solidaridad corremos el riesgo de acelerar la involución social y planetaria que ya estamos padeciendo. Un regreso a la brutalidad de un mundo primitivo en el futuro inmediato. Un retorno a lo peor del pasado con el sofisticado poder destructor del presente.

¿Tenemos tiempo todavía de detener esta carrera hacia el abismo? Aunque algunos responden afirmativamente, esta posibilidad está condicionada a un cambio que ya no puede demorarse más. Y hoy todos sabemos que lograrlo con la urgencia necesaria es más que improbable. Aunque las voces de alarma se elevan por doquier, no parece haber una voluntad sincera y decidida para enderezar el camino. Para George Monbiot “este problema no requiere una respuesta política, sino algo mucho más grande: una reevaluación de toda nuestra visión del mundo. De todas las fantasías del ser humano, la idea de que puede vivir solo es la más absurda y quizás la más peligrosa. O permanecemos juntos o nos hundiremos desunidos”.

La competitividad hoy tan apreciada, entendida como rivalidad, actúa en contra de los lazos solidarios que son la garantía de nuestra supervivencia como especie y como cultura. Si seguimos infundiéndola desde la infancia, lo que cosecharemos será mayor sufrimiento, más soledad y más injusticia. No se trata de una visión apocalíptica. Es una simple descripción de la realidad presente e imperante en muchos puntos del planeta.

Regresemos a Monbiot:

El consumismo suple el vacío social pero, lejos de curar el trastorno que provoca el aislamiento, intensifica la comparación social hasta el punto en que, tras haber consumido todo lo posible, nos convertimos en nuestras propias presas. Las redes sociales aproximan a las personas, al tiempo que ponen distancia entre ellas al permitirles cuantificar con exactitud su posición social y comprobar que las otras personas tienen más amigos o seguidores.

Como antídoto a lo anterior, veamos lo que nos dice Edith Hamilton en el prefacio de su extraordinario El camino de los griegos citado en el epígrafe:

Contamos con muchos santuarios silenciosos en que podemos encontrar un espacio donde respirar para librarnos de lo personal, para elevarnos por encima de nuestras perplejidades y preocupaciones y poder contemplar valores que son estables, que son inaccesibles a la preocupaciones egoístas y timoratas, porque son la posesión permanente y arduamente conquistada de la humanidad. “Excelencia –dijo Aristóteles–, cultivada con gran esfuerzo por la especie de los hombres”.

Transmitir con el ejemplo los valores éticos a nuestros niños y jóvenes es tal vez la única esperanza que nos queda. ¿Queremos? Y más allá, ¿podemos?

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