
Me resistí, como siempre que me pienso tratar aquí un asunto personal, a tratar este tema; aunque me anima a hacerlo saber que no soy, ni mucho menos, una excepción en la ya muy larga lista de agraviados por la concesionaria de agua potable que, por decreto y a la de a fuerzas, es la única opción que tenemos para tener agua corriente en nuestras casas.
Vaya tema pedestre, pero no me dejan de otra.
Resulta que a los señores de la empresa multimillonaria se les olvidó enviarme mi recibo mensual del mes antepasado; nada, pensé yo, ya vendrá el del mes siguiente (el pasado) y liquido lo que haya menester, como alguna vez anterior ya pasó.
Transcurrido el mes: nada de recibió de cobro.
Preguntando a los vecinos, me cuentan que lo mismo no han recibido las dos últimas facturas, pues los señores que son tan buenos para… No sé para que sean buenos, la verdad.
Para evitar que se me acumularan los cobros mandé a un señor que me auxilia en casa, con un recibo anterior, a las oficinas de la empresa, a solicitar el recibo y así poder pagar cualquier adeudo pendiente, no porque yo esté pegando brincos de contento por tener que pagarles, sino porque no nos dejan de otra, so pena de que nos salgan luego de que les debemos el agua equivalente a las que arrojan las cataratas del Niágara en medio año. Aquí todos, y digo todos, sabemos cómo se las gastan esos filántropos.
Pues nada, que en la oficina se negaron a reponernos los recibos, y siquiera a darnos el monto del adeudo de dos meses: que para eso ellos tienen una aplicación y a molestar a otra parte.
Aquí fue donde comencé a pensar en términos procaces de los señores y de su parentela (que a decir verdad nada tienen que ver con las barrabasadas de sus consanguíneos): ¿en qué lugar del contrato se me obliga a: tener un teléfono celular de los llamados inteligentes; a tener una conexión a internet; a tener los conocimientos para bajar y operar aplicaciones?
Pasado el berrinche, intenté consultar el saldo a deber: bajé la mentada aplicación, busqué en vano la opción para obtener un estado de cuenta, etcétera; no había manera: contra mi voluntad intenté, como se me obligaba (ilegalmente, quiero suponer) a registrarme y proporcionarles algunos datos personales que no se me pega la gana entregarles.
Imposible; o yo soy muy tonto (y hasta en eso estoy en mi derecho), o esa aplicación está diseñada por un científico informático degenerado, empeñado en impedir que nadie sin IQ de 150 pueda descifrar sus caprichos, pues me fue imposible lograr abrir una cuenta.
Dígito esto, insistiendo en que no sé qué parte del ya abusivo contrato suscrito me obliga según a qué cosas; hasta donde sé tengo el pleno derecho, si se me pega mi real gana, a ser un misántropo sin celular y a la vez que se me informe qué les debo y que se me permita pagar el agua que consumo.
Ya en España hay un movimiento en marcha contra los bancos, que también se han empeñado, para ahorrarse muchos millones (que se ganan con el sudor de nuestra frente), en que la gente haga sus gestiones por vías automáticas y aclaren sus dudas e inconformidades con servicios con robots, muchas veces definitivamente bembos (por no decir que francamente idio…).
Según mis cuentas en cosa de diez o 12 días debe llegar el recibo que corresponde al tercer mes de factura no liquidada, esperando que de no llegar a mi domicilio, que es una obligación de estos sujetos, exista un tribunal donde pueda defender mi argumento de que: ni soy adivino, ni nada me obliga a descargar en mi teléfono aplicaciones y todos los etcéteras.
Cada frase que voy escribiendo me trae a la cabeza palabras soeces e interjecciones de lo más procaz, que no escribo por respeto al que lee y para no abusar de la hospitalidad de este diario.
Por lo demás, ahora que se dirime (¿en serio?) si la dichosa empresa se queda o en buena hora es o parte de un pasado ominoso, yo recomendaría que en lo que a mí respecta ya pueden…
Y mejor ¡Shalom!
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