“CASSANDRO” – AMAZON PRIME VIDEO

Si la lucha libre mexicana ha perdurado hasta nuestros días con la misma fruición popular es debido a la cantidad de aristas que aloja en cuanto a discursos maniqueos al gusto de la ideología dogmática/católica del pueblo (el Bien y el Mal enfrentados bajo la transfiguración de “Técnicos” vs. “Rudos”) que produce argumentos y discursos bien definidos, así como la condensación sociológica de los componentes urbanos que definen a sus tribus, clases y sexos, como lo son estos luchadores denominados “exóticos” por la paroxista representación del kitsch escenográfico de la cultura drag o queer que, siendo una afrenta a la doctrina machista que aún predomina en el México del Siglo XXI, curiosamente terminan por ser aceptados en el seno de la percepción proletaria sobre el entretenimiento masivo, tal vez por la mística que la lucha cierne en su autocontenido universo donde las coloridas máscaras, las identidades secretas y las habilidades sobrehumanas en forma de llaves y topes supersónicos son su forma y fondo. Por ello, una figura como la de Cassandro -alias Saúl Armendáriz-, un luchador conocido como “el Liberace de la Lucha Libre” oriundo de El Paso, Texas, no sólo subsiste sino supera la barrera de la intransigencia que aún permea la homosexualidad nacional al grado de que una película sobre él se produzca y sea protagonizada por Gael García Bernal, actor patrio de exportación que genera interés sea lo que sea que estelarice.
“Cassandro”, filme estrenado en el Festival de Sundance con buenos resultados y de reciente ingreso a la plataforma de Amazon Prime Video, libra sus dos de tres caídas con límite de tiempo a 1 hora y 47 minutos de manera casi triunfante, donde la actuación de Bernal es clave al llevar a cuestas todo el drama de un argumento que se narra con mucha condescendencia al público y a su sujeto-tema de forma casi inofensiva a pesar de que se tocan elementos que ameritan profundidad como la prevalente homofobia y violencia tanto física como verbal hacia los homosexuales en nuestro país, drogadicción y el manejo en los resultados de las luchas ya definidos desde antes que se efectúen. Todo esto es casi circunstancial en una cinta que privilegia la relación entre Saúl (Bernal), un luchador amateur que inicia como “El Topo” y se convierte en “Cassandro” cuando decide romper paradigmas en el contexto luchístico nacional y la relación con su madre, Yocasta (Perla de la Rosa), mujer que debió criarlo sola ante el abandono de un hombre irresponsable y con muchos traumas sociales. La película, con el fin de gustar, se circunscribe a la estructura muy conocida del viaje del héroe deportivo, es decir, luchar -literal y figurativamente- desde abajo con el apoyo de un mentor dedicado y con matices filiales, en este caso una luchadora de nombre Sabrina (Roberta Colindrez), alias Lady Anarquía, y un manejador (Joaquín Cosío) que lo llevará por los escaños en ascenso de la industria mientras le convida droga y bebida hasta conseguir su objetivo, en este caso combatir ni más ni menos que al Hijo del Santo en nuestro Madison Square Garden: el Palacio de los Deportes. La historia de Saúl logra contarse con el ritmo y tono adecuados para sostener el interés, pero sus detalles, los matices que deberían agregarle más dimensión y hendiduras dramáticas a la narrativa y a los personajes sólo pasan de largo o se producen circunstancialmente y ello afecta mucho el resultado, como las escenas con Saúl y su amante casado o las rondas amorosas que le hace al asistente de Lorenzo, un Bad Bunny que, al igual que su música, traduce el rol en algo intrascendente e inútil. “Cassandro” logra adentrarnos en una personalidad que fascina, pero que no invierte mucho tiempo en su forma, a pesar de que Gael García Bernal imprime coordinación y corazón al personaje, sobre todo cuando interactúa con Perla de la Rosa, quien da una excelente interpretación. La película no deja de ser un intento valiente por tratar de entender la historia social de nuestro país y sus progresos con los colectivos marginados como la comunidad gay mediante un filtro esperanzador como lo es el triunfo en un contexto fantástico que es la lucha libre.

“EL CONDE” – NETFLIX

Nadie en su sano juicio podría acusar al cineasta chileno Pablo Larraín de ser apático, poco imaginativo, inexperimentado o tímido en su actividad creadora. Su trabajo es divisivo y admirado, ya sea explorando los puntos oscuros en la historia de su nación como en “Tony Manero” y “No”, o redefiniendo la percepción de figuras reales mediante una perspectiva fresca con plástica definida, como en “Jackie” o “Spencer”. Sin embargo, “El Conde” crea una cepa intermedia al revisitar a un personaje abominado globalmente como Augusto Pinochet con investiduras de sátira, reconfigurando a este dictador que produjo cientos de desaparecidos y muertos en las 4 décadas de su infame gobierno, como un vampiro de 250 años con pinceladas mitológicas que anhela la muerte. Larraín compone un ideario rico y vasto en un contexto monocromático bellamente diseñado por el fotógrafo y director norteamericano Edward Lachman, quien se inspira en la poética grisácea del cine de Bresson para constituir un “gótico tropical”. En esta obra, Pinochet (Jaime Vadell) convoca a sus cinco hijos para heredarles lo que posee en bienes y papeles de valor, mientras su esposa, la aún viva Lucía Hiriart (Gloria Münchmeyer), ansía el momento en que su momificado esposo la muerda para convertirse en vampira y recuperar algo de lo que perdió al lado del monstruoso y monomaniaco dictador. Como observador, tenemos al fiel mayordomo, encarnado en el arquetipo de Renfield, llamado Fyodor Krassnoff (Alfredo Castro), él mismo un hematófago que gusta de escapar por las noches con los ropajes militares de Pinochet para arrancar corazones de los habitantes de la moderna Chile, licuarlos y tomar batidos sanguinolentos con el fin de pervivir. Como instrumento diegético sonoro, tenemos una voz en off de una dama inconfundiblemente británica, quien con sorna, ironía y mala leche describe el sentir de los momentos, hasta que su identidad se revela para asombro del espectador, pues se trata de otra figura histórica cuyo aura de controversia le confiere todo para ser también una hija de… la noche. La visión se completa con la integración de una monja (Paula Luchsinger) que entrevista y de manera sutil enjuicia a los descendientes con amplias conversaciones, cuyos diálogos presentan una lectura sardónica de la vida de Pinochet. Mientras tanto, ella, harta de los hábitos, sucumbe a la carnalidad siendo transformada en vampira, cuyo primer vuelo es de una poética pastoral digna de un Tarkovsky menor. En momentos, la audacia de Larraín pretende nublar cierta intemperancia narrativa, pero el conjunto es entusiasta, inteligente y de una prosa que rima maravillosamente con su excentricidad y excesos gore, para definir mediante la reconfiguración de un género en otro, la invectiva de un monstruo de la vida real en su paso a uno de hilarante ficción.

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