Por J. Jesús López García

Lo que hoy conocemos como Aguascalientes, primigeniamente fue fundado como Villa de Nuestra Señora de las Aguas Calientes en 1575, con un vasto territorio acorde con el poder del Imperio Español, desde donde se ratificó la Cédula Real aprobada por Felipe II, como es de dominio público. A modo de esta villa, se constituyeron múltiples sitios establecidos durante los siglos XVI y XVII, ya que la Monarquía Española precisaba de lugares habitados en el extenso continente, y que solamente algunos de ellos contenían núcleos importantes de residentes, toda la demás superficie, en áreas inhóspitas, desérticas, casi desérticas, con bosques y montañas, eran regiones con muy pocos moradores.

Posterior a la lucha por la conquista, las condiciones para la colonización estaban ya dadas, es así como en este ambiente inició la historia de la ciudad hidrocálida, como otros asentamientos del hoy estado. De los más antiguos están Tepezalá, Real de Asientos de Ibarra, San José de Gracia, Jesús María, Calvillo, y Rincón de Romos, los cuales aún tienen en sus núcleos primarios algunas de las particularidades arquitectónicas y urbanas del virreinato, aunque está el caso del original San José de Gracia que desapareció inundado a causa del levantamiento de la presa Presidente Plutarco Elías Calles.

También existen centros de población que se integran a otros, tal es el caso del pueblo de indios de San Marcos, o el Barrio de Triana. Este último se alzó como el primer barrio de la ciudad de Aguascalientes, y en consecuencia, el inicial establecimiento humano que requiriese una autosuficiencia alimentaria, representando las huertas una forma de solventar en parte la situación, con ello se alzó esta tradición, la cual desaparecería con la transformación del modo de producción de agrícola a industrial.

En el barrio de Triana se percibe en algunas de sus casas el pasado hortelano, pues a lo largo de los siglos se modificaron las condiciones de habitabilidad. Las grandes superficies fueron gradualmente subdividiéndose para edificar más viviendas a medida que la actividad comercial, más allá del barrio y de otros barrios adyacentes, se hizo más sólida, desplazando las labores en las huertas.

Existieron grandes fincas con terrenos considerables, acordes con el poder económico que detentaban los «señores», que albergaban las verdes huertas, como el caso de Ramón Díaz, en el barrio de Triana que en su huerta tenía «…2000 parras, 120 higueras, 56 perales, 43 granados y 44 membrillos, aparte de una cantidad indeterminada de manzanos, duraznos, chabacanos y otros árboles frutales», a decir de Jesús Gómez Serrano (1958) en Remansos de Ensueño. Sin embargo, también estaban aquellas casas que, a pesar de encontrarse en una ubicación inmejorable dentro de la traza de la urbe, particularmente en el barrio referido, no contaban con las grandes extensiones, y por supuesto, tampoco eran las señoriales casonas. Estas viviendas solamente disfrutaban de un pequeño huerto familiar en el fondo del predio.

En la antigua 2ª calle de Las Flores, actualmente Abasolo, una de las principales arterias del barrio de Triana, se encuentran dos casas en los números 210 y 212, que quizá con el paso del tiempo fueron transformadas, sin embargo, mantienen el «sabor» arquitectónico de los añejos barrios. Fincas alineadas al paramento de la calle, estructuradas con simples muros de carga en adobe o matacán, vanos verticales con marcos de piedra predominando de manera elemental la piedra clave, y con algunos antepechos más elaborados. Se adivinan zaguanes y patios y aún mantienen cornisa sencilla de cuña y ladrillo. En una de ellas se advierte un cambio en el coronamiento, con diferencia de alturas, lo que era usual en los pretiles de la primera mitad del siglo XX cuando se intervenían las viejas casonas con el propósito de renovarlas.