“CACERÍA EN VENECIA” (“A HAUNTING IN VENICE”)

Después de dos Guerras Mundiales y una sensible pérdida, el afamado investigador belga Hércule Poirot (Kenneth Branagh) se retira a Venecia para vivir aislado, manteniendo distancia de los casos criminales, a pesar de que muchas personas anhelan su ayuda. Su huraño estilo de vida se ve afectado cuando Ariadne Oliver (Tina Fey), una vieja amiga escritora especializada en relatos de misterio, lo lleva a una fiesta de Noche de Brujas en un siniestro palacio donde, además, se efectuará una sesión espiritista organizada por una conocida cantante de ópera, Rowena Drake (Kelly Reilly), a raíz de la muerte de su adorada hija Alice, quien supuestamente falleció suicidándose al arrojarse del balcón hacia las frías aguas venecianas. Por supuesto, el detective de amplio mostacho no cree en lo sobrenatural pero accede, cediendo a la curiosidad, más aún cuando conoce a la espiritista en cuestión: la Sra. Reynolds (Michelle Yeoh), de quien se asegura realmente puede comunicarse con los muertos. Un invitado fallece y ahora le corresponde a Poirot descubrir al culpable, mientras él mismo es presa de extrañas visiones que pueden o no ser presencias fantasmales empeñadas en asesinar a los presentes.

Con “Asesinato en el Expreso de Oriente” (2017), el actor y director Kenneth Branagh consolidó de nuevo al nombre de Agatha Christie como uno presto a la franquicia cinematográfica, mediante puestas en escena lujosas y pomposas que engalanan a repartos de lujo atrapados en escenarios exóticos con atractivos misterios por resolver. Este acto no se replicó adecuadamente con su siguiente cinta, “Muerte en el Nilo” (2022), debido a severas fallas argumentales y un elenco poco orgánico. Con “Cacería en Venecia”, Branagh, su guionista Michael Green y el excelente fotógrafo Haris Zambarloukos amplían las posibilidades dramáticas del relato (por cierto, uno de los menos adaptados de la inmortal autora inglesa), afiliando el conocido hilo de suspenso deductivo al horror de cepa sobrenatural con una atmósfera más oscura y gótica que los filmes anteriores, y diversos juegos plásticos característicos del género, como abundantes tomas holandesas, contraluces y planos e iluminación de índole expresionista. Esto, desafortunadamente, también afecta la esencia de su narrativa (la resolución de pistas para descubrir al culpable), pues los confines del discurso lúgubre limitan el espacio en el que el argumento policiaco puede desenvolverse ante la presencia de aspectos fantasmagóricos, restándole pathos a las atrocidades y a quienes las cometen. El tercer acto es un apresurado intento por añadir drama al conjunto con revelaciones intensas y trágicas, pero entrelazadas con diálogos insípidos y giros de trama forzados (en este aspecto, la adaptación se aleja mucho de la obra original), quedando sólo el racionalismo agnóstico de Poirot como la carta fuerte en el armazón argumental, mientras que sus espectros figurativos del pasado componen un elemento interesante a modo de motivación y culpa que continúan validando la fascinación de Agatha Christie con los patrones de conducta humanos y sociales que dan solidez a sus intrincados misterios. “Cacería en Venecia” se percibe más redonda y consolidada que su filme predecesor, mientras que Branagh logra una versión más íntima y tenebrosa del universo de Christie, y esto juega a favor y en contra, pues también lo aleja de la naturaleza lógica y humanista de los textos originales, configurando un entretenimiento que no perdurará pero que funciona en el momento.

“GOLDA”

La toma de figuras históricas con puntos reflexivos que se sustentan en la controversia puede funcionar en cine si la selección de reparto es adecuada debido al grado de convicción y contextura dramática que requiere el lenguaje fílmico. En el caso de “Golda”, filme que recupera la figura de Golda Meir, la primera (y única) ministra del Estado de Israel en la década de los 70’s, la mimetización es asombrosa gracias a que se trata de Helen Mirren quien la interpreta, asistida por un excelente trabajo de caracterización. Su labor es la columna vertebral de una película que enfoca su trama en la Guerra de Yom Kippur, la discutida invasión de una coalición de países árabes (Egipto y Siria) en la frontera de Israel aprovechando la merma de sus fuerzas militares debido a las festividades del día más sagrado del calendario judío. En la reconstrucción de este evento que se produjo en 1973, veremos cómo Golda, desde su perspectiva, busca minimizar las bajas a pesar de tener todo en contra, buscando el apoyo de sus fuerzas militares bajo el mando del duro, pero inteligente y casi sensible, Moshé Dayan (Rami Heuberger) y el gobierno norteamericano a través del polémico Henry Kissinger (Liev Schreiber), tomando controvertidas decisiones y jugándose el amor del pueblo en aras de la restauración de una política exterior cada vez más deteriorada. La cinta se transforma en la obra de una sola mujer gracias a la formidable interpretación de Mirren, quien con cigarrillo y bolso de mano a todas partes (parte de los aspectos icónicos de su personaje) define la figura de Golda con estoicismo e integridad, componentes requeridos para librar las dos guerras que la estadista enfrentó aquel año contra los árabes y el cáncer que gradualmente la consumió, desarrolladas con sobriedad en la cinta mediante arcos dramáticos en paralelo donde su presencia frente a su gabinete era igual de importante que sus momentos de quietud con su fiel y estimada ama de llaves (Camille Cottin). “Golda” se favorece por una equilibrada dirección de Guy Nattiv al mostrar los aspectos de lucha existencial que libra internamente la Primera Ministra con soltura y sin demasiados guiños maniqueos, mientras domina un dogma político chovinista y falocéntrico con una dramaturgia que le da su lugar a la protagonista y a los aspectos simbólicos o retóricos sobre el significado histórico de la otra “Dama de Hierro”, que fue mujer y estadista al mismo tiempo.

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