
Moshé Leher
A propósito del pobre sujeto, conductor del tren del Metro de la capital, que conducía, que es un decir, el tren que chocó hace unas semanas (y dejó una joven muerta y un centenar de heridos), comentaba yo esta mañana que, para escurrir el bulto, la señora Sheinbaum ya tenía allí su chivo expiatorio…
Muy judía esta costumbre de hacer pagar a los pobres carneros por los errores propios, equivale a aquella, ya no judía sino muy cristiana, de decapitar turcos para llegar a la expresión desafortunada de que lo tomaron como ‘cabeza de turco’, en su día literalmente y hoy, afortunadamente, en sentido metafórico.
Asuntos de corrección política: lo de los chivos, vale -hasta que los animalistas salgan con alguna sandez sobre la dignidad de los cabritos-, pero ya nada de ‘hacerse el sueco’, ser ‘engañado como chino’, o agarrar a uno de ‘cabeza de turco’; aplica también para hablar de los indios (los de aquí, no les de la India: hoy individuos de etnias originarias), así que nada, mucho cuidado, de: ‘cortés como indio’, ‘no tiene la culpa el indio…’, ‘cuando el tecolote canta, el indio…’.
Lo de los chivos expiatorios lo tenemos fácil, recordando esas bonitas barbaridades de la Historia Sagrada; Abraham está a punto de echarse al pico a su propio hijo. Porque sí, porque se le antojó al buenazo de Yahvé, que al ver que el patriarca le ofrece obediencia a lo Pitakov, ciega, decide tener el gesto filantrópico de perdonar al muchacho Isaac y, como asesinato había que tener, sí o sí (¡faltaba más!), pues por allí apareció un pobre chivo, que fue pasado a cuchillo -y no para hacer barbacoa, que por lo menos parece una causa, sino justa, sí justificable-.
Aquí es donde ‘abajamos’ el tono, pues luego de indagar un poco en eso de la cabeza del otomano, cortada por puro sadismo a golpe de espadón, y no por obra de un ‘alfajeme’, estaba yo viendo una película de época, un culebrón ibérico, cuando una mujer reclama a un tipo por parecer que llegaba de andar de ‘picos pardos’.
Andarse de picos pardos, en cristiano peninsular es, ahora mismo -a pesar de estar casi en desuso-, haberse ido de juerga, de jarana, aunque de antiguo tenía una carga semántica, y moralizante, más honda, pues implicaba: los vestidos de picos y el cinturón pardo que, por ordenanza real, según entiendo (aunque, ya lo ven, yo suelo entender poco), que distinguía a esas mujeres que, orilladas por innombrables sartas de desgracias, se dedicaban a la prostitución; esas que, también en desuso, y sigo entendiendo, ‘hablaban latín’ y, más recientemente, aunque suena a protofranquismo, ‘fuman y te hablan de tú’.
Hoy, tiempos nuevos, para andarse de picos pardos puede valer el sencillo, y para tantos cotidiano, hecho de meterse en una cantina y agarrar una ‘cogorza’ y luego coger un ‘arrechucho’ etílico de aquellos, o lo que es lo mismo que haberse andado ‘a la briba’ y acabar sumido en una ‘bochornera’.
Hay el encanto de esas expresiones antiguas, que ya en desuso, nos remiten a los tiempos idos, donde algo se hablaba… tiempos de antes del emoji y esas ‘leches’ y otras gaitas.
Para ir terminando, que yo por este camino termino en las faldas de los cerros de Úbeda, y acabo en Babia, aclaro que andarse de ‘briba’, es andarse en ambientes de holgazanes y maleantes (verbigracia la sede del partido o por los pasillos de alguna legislatura), sinónimo de ‘bribia’ (extrañamente derivado de un arcaismo de biblia), y que, según yo, deriva en bribón.
Y aquí lo dejo, para evitar que por la vía libre que hoy transito, me lleve a acordarme de algunos bribones, con nombre y apellido, y sus bribonerías.
Mejor: ¡Shalom!
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