Alicia Giacinti Comte

En esta ocasión, voy a entrar en terrenos que no me corresponden, pues no sé gran cosa de música, y a lo mejor, este texto podría ser mejor escrito por mis compañeros seminaristas Saúl Robles, excelente violinista, Arturo Reyes Barba, destacado chelista, y el Tuno Mayor Óscar Malo, notable acordeonista. Ellos sí saben de música y bastante. Sin embargo, me atrevo a invadir su campo por las emociones que me produjeron la lectura de un libro acerca de Bach y una interpretación del Mesías, de Häendel.

Y va el relato. Recientemente terminé de leer Música en el Castillo del Cielo (un retrato de Johann Sebastian Bach) del director de orquesta inglés John Eliot Gardiner. Él es un experto en Bach y, a principios de este siglo, emprendió lo que llamó Peregrinaje de las Cantatas de Bach en un «viaje que él mismo [Bach] pudiera, en teoría, haber realizado».[1] Así se dio a la tarea de ejecutar las Cantatas en una gira que duró más de un año y que tuvo como escenarios algunos de los más antiguos lugares de culto europeos dirigiendo un magnífico grupo de orquesta y coro, quienes se presentaron desde la Thomaskirche en Leipzig, donde Bach pasó sus últimos años y en otros templos alemanes ligados al músico homenajeado en el 250º aniversario de su muerte, hasta en Santiago de Compostela en España, la Abadía de Iona en Escocia y el Templo de Santa María supra Minerva en Roma. De ahí le nació, confiesa Gardiner, una nueva forma «de abordar la dirección de las obras corales más celebradas de Bach como las dos Pasiones, el Oratorio de Navidad y la Misa en Si menor«.

El libro, para mí, fue un maravilloso descubrimiento, pues destila la erudición del autor y su admiración por el músico alemán, además de que está escrito en una prosa impecable y muy atractiva. A través de su texto, nos adentramos en las vicisitudes de la vida de Johann Sebastian, sabemos de su contacto con la música prácticamente desde su nacimiento en Eisenach en 1685, dado que la extensa familia Bach era una familia de músicos. Por su temprana orfandad, él y su hermano fueron a vivir con su hermano mayor, Johann Jacob, a Ohrdruf, donde inició su educación formal en el campo de la música. El texto, producto de una larga y exhaustiva investigación, nos hace ver que algunos datos constantemente repetidos acerca de la vida de Bach han sido inexactos, como el de su fallecimiento en extrema pobreza y el que su viuda, Anna Magdalena, se haya deshecho de mucha de su música malbaratándola y que haya servido para envolver carnes, como leí, también recientemente, en una biografía novelada de Mendelssohn, titulada Pasión Inmortal, de Pierre Lamure. Ciertamente, la Pasión según San Mateo de Bach fue rescatada por Mendelssohn, quien la presentó en 1829, después de innumerables vicisitudes, la música de Johann Sebastian se consideraba anticuada. A partir de su «redescubrimiento», la obra de Bach fue revalorada y tenida en la mayor estima. Pero volvamos al libro de Gardiner y al gozo que resultó de su lectura. El autor narra en el primer capítulo cómo nació su amor por Bach, dice: “Yo crecí bajo la mirada del Cantor. Mis padres habían recibido el famoso retrato de Bach pintado por Haussmann para que lo guardaran en un lugar seguro mientras durase la guerra y ocupó un lugar de honor en el rellano del primer piso del viejo molino de Dorset en que nací. Todas las noches, cuando me iba a la cama, intentaba evitar su mirada intimidante.” Luego relata cómo fue conociendo e interpretando la música del alemán en su natal Inglaterra, gracias a cuatro extraordinarios maestros, tres mujeres y un hombre, una de ellas la directora y compositora Nadia Boulanger. En el segundo capítulo nos ubica en la Alemania de Bach, en vísperas de la Ilustración. A partir de ahí, el texto se centra en Bach y su obra, en su familia extensa y su familia nuclear, relatándonos cómo sus hijos que llegaron a la edad adulta también se dedicaron a la música, nos cuenta del carácter difícil de Bach y los problemas que tuvo con sus diversos mecenas o patronos en sus lugares de trabajo como Luneburgo, Weimar, en cuya corte fue Capellmeister, responsable de los conciertos, Arnstadt, Mühlhausen, Köthen y finalmente en Leipzig, donde falleció. En Leipzig terminó sus mejores obras como los ciclos anuales de cantatas, una para cada una de las festividades religiosas del año en una labor titánica, pues casi cada domingo del año presentaba una nueva de acuerdo con el año litúrgico, la que debía crear, escribir y ensayar en una semana, con recursos humanos y económicos muy limitados. También en Leipzig presentó sus dos Pasiones: la primera versión de la Pasión según San Juan en abril de 1724 y la segunda en abril de 1725 y la tercera en 1732, la segunda en la Thomaskirche, donde Bach era Cantor, es decir, director de música y profesor de la escuela adjunta, y las primera y tercera en la Nikolaikirche, donde el Viernes Santo de 1726 presentó la Pasión según San Mateo. Se habla de varias versiones de la Pasión según San Juan, pues, como señala Gardiner en el capítulo titulado El hábito de la perfección, Bach era un perfeccionista que modificaba o reescribía sus partituras, como se puede comprobar en las originales de su puño y letra. Hay un extenso capítulo dedicado a la creación de cada Pasión. Al final, el libro incluye, además de las notas que muestran la exhaustiva investigación del autor, una cronología, un glosario para que, los que no somos muy conocedores, sepamos qué quieren decir algunas palabras en otros idiomas que tienen que ver con el arte de la música, un índice de obras y personas citadas en el texto y que nos remite a la página en que son mencionadas para facilitar su localización. La lectura de Música en el Castillo del Cielo me llevó dos meses, cuando un libro de esa extensión (921 páginas) lo leo en semana y media, pero es que este es diferente, lo fui disfrutando lentamente en momentos especiales pues de una manera genial el autor al referirse a cada una de las obras de Johann Sebastian Bach va haciendo una magnífica y detallada descripción de las partituras, señalando los instrumentos que van entrando en cada momento, qué tipo de movimiento musical corresponde, qué tesitura de voces ejecutan las arias en las obras corales, etc. Esto me motivó a buscar cada una de las obras mencionadas y a escucharlas en el momento de la lectura, de ahí la lentitud en el avance. Para mí fue un deslumbrante descubrimiento la variedad de música compuesta por Bach, que en mis limitados conocimientos se reducía a las fugas y variaciones que practicaba hace muchos ayeres en mis clases de piano. Me di el lujo de escuchar, gracias a la referencia clara de Gardiner y a Google, muchas de las cantatas y motetes y El Clave bien temperad; además, en la Semana Santa, gocé de las dos Pasiones en un sitio apacible, alejado del ruido y las luces de la ciudad en noches de luna llena. Motivada por la música de Johann Sebastian Bach me enteré de que un grupo coral iba a interpretar la segunda parte de El Mesías, de Georg Friedrich Häendel, también alemán y contemporáneo de Bach, pero quien casi toda su obra la produjo en Inglaterra. Así que adquirí mis entradas para el concierto. La presentación del Grupo Amicitia, integrado por jóvenes artistas de Aguascalientes dirigidos por Daniel Romo, también joven, fue a un ladito del Panteón de la Cruz, en el Templo del Señor de los Rayos, que por cierto tiene una muy buena acústica. El grupo es bastante numeroso y está formado por sopranos, contraltos, barítonos, tenores y una orquesta de cámara. La interpretación fue impecable, los cantantes de las arias muy buenos y el coro excelente. Fue una velada gozosa y emocionante que terminó, como Häendel lo dispuso, con el Aleluya que se escuchó imponente: las voces que entraban como en oleadas y no faltaron ni las trompetas ni los timbales para destacar la majestuosidad de la pieza que celebra la Resurrección de Cristo. Fue una hermosa noche y ojalá que Amicitia nos siga regalando sus interpretaciones y que Aguascalientes los conozca y los apoye. Realmente, como en el caso de Bach, fue Música en el Castillo del Cielo.

[1]Los entrecomillados son del texto de Gardiner.