
Moshé Leher
Primero, y a manera de agradecimiento: muchas gracias a todos los que, supongo, leyeron mi artículo pasado y se volcaron en redes para decirme cosas tan sabias y olorosas como: «No te apures, ánimo, ya vendrán nuevas cosas, seguro que algo saldrá…» Hermosos conceptos, todos en la línea de la bobada esa de que cuando se cierra una puerta, se abre una ventana (aunque la ventana esté en un décimo piso y dé a una fosa llena de cocodrilos, tiburones y pirañas).
Aquí aclaro que estoy, para variar, bromeando y desdramatizando las cosas. No necesito, a estas alturas del partido, sonar como ingrato ni tampoco malquistarme con nadie más: con mis enemigos, los gratuitos y los otros (los espontáneos, supongo), tengo suficiente.
Por lo demás, junté todos esos bonitos mensajes (palmaditas en la espalda del alma, por seguir con el tono cursi), los llevé al supermercado, y allí fui informado de que con esas ideas de tanta profundidad no me ajustaba ni para una bolsa de pan de caja. Bueno, como no ajustarme, no alcanzan ni para unos chicles Yucatán de canela.
Lo rescatable: nadie, hasta ahora, me ha salido con la bobada esa de que el dinero no da la felicidad. Nadie dijo que estaba buscando la felicidad, sino pagar las cuentas.
En fin, parece que, en lo que me decido qué haré en lo sucesivo, asunto bastante peliagudo (ya puedo decir yo que quiero ser el tesorero de Germán Larrea, o heredero de Elon Musk), y ante la dificultad que he enfrentado de que alguien me ofrezca un trabajo, acorde con lo que yo sé hacer y bien remunerado (con eso sí puedo ir a llenar el carro de la compra), la primera línea a explorar es la de hacerme letrista de corridos bastante rascuaches, bastante vulgares, por tanto, bastante populares.
La primera dificultad ante tal reto es dejarme de distorsiones profesionales y evitar la tentación de pretender hacer una sociología sobre el narco corrido y eso que llaman, sin que tenga la menor idea del por qué, corrido ‘tumbado’. Bueno, al menos pretender una tautología de lo que es lo vulgar.
Nada de sutilezas, de complejidades semánticas, de enredos léxicos (nada de mujeres fatales donde hay ‘buchonas’), de honduras retóricas. Bueno, nada que pretenda presentarse como pensamiento. Creo que se trata de eso, de no pensar, y para eso hay que beberse el cáliz de los lugares comunes hasta las mismísimas heces. O dicho de manera más adecuada para el género, si merece tal nombre, hay que entrarle al trago amargo del pico de la botella y hasta no verte, Jesús mío (aquí me sobra todo el judaísmo).
Cosas de ser como uno es: busco una imagen bastante violenta y me brinca en la cabeza Huidobro: “Despojado el océano de sus olas/ lloraba contra la lluvia/ silbaba sus carbones para agrandarlos/ y volver al origen autorizado a andar/ cinco personas muertas y veinte heridas…”
He ahí una imagen: despojo, llanto, fuego (¿de metralla?), muertos y heridos. Luego, siguiendo la imagen: ángeles blancos y embozados (de servicios periciales), policías federales como heraldos negros, o azules… Esto no va a ninguna parte.
Lo intentó Daniel Sada en un gran libro de poemas, «Aquí» (FCE), y lo reintentó en su libro postrero, «Ese modo que colma» (Anagrama). En este último libro, intenta y logra en líneas generales recrear la historia de Rosita Alvírez («Rosa esta noche no sales»), en un cuento escrito en endecasílabos… Y murió casi en la miseria.
Vuelvo a Huidobro, para seguir buscando imágenes tremendas: “Ella tenía ojos de adormecedora de mares (…) sus miradas estaban heridas/ y sangraban sobre la colina”.
Reducir esta imagen (de una mujer enervada con Fentanilo) a algo que suene así (música de banda, obviamente): «Te diste a la mala vida/ pues querías tu vida cara/ y te diste a la bebida/ y a otras peores mañas (…) Antes fuiste bien luchona/ Y fuiste a Guadalajara/ donde te vendiste cara/ y te volviste ‘buchona’», es ya un esfuerzo del que me siento capaz (chiste no tiene, lo acepto). Pero que, al cabo del tiempo (dos semanas como máximo), mucho me temo, me dejará balbuceando, al grado de ponerme a gritarle a la luna (una imagen que viene de mi aclamado y anterior artículo), sandeces del tipo: «Es un honor, rezarle a Obrador…»
«Ahora dicen de tu suerte/ que te hiciste bien malilla/ que tu dueño es hombre fuerte/ de un cartel de Cieneguilla/ que te vistes de Chanel/ y traes de Prada la hebilla/ y quien te mira con desdén/ ya ganó una mala muerte…»
A todo esto, escribo estas líneas en un pequeño y fresco café de por casa, donde en un altavoz suenan canciones de un salsero alguna vez célebre, frente a unos novios adolescentes y melosos, y junto a la mesa donde hay un niño pegando berridos, como si lo estuvieran destazando vivo, lo que tampoco es buen inicio para tales lances intelectuales.
Seguiré informándoles, para que no anden con el pendiente. En el entendido de que yo ya de eso del periodismo quiero saber lo mismo que de la 4T y la lepra.
Ya para terminar, o para decirlo todo: ya con esta me despido. Cae el sol y comienza la fiesta judía del Shavuot, así que por no dejar: ¡Jag Sameaj!
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