Mircea Mazilu
El próximo 21 de febrero se celebra el aniversario del nacimiento de Antonio López de Santa Anna, figura central de las primeras décadas del México independiente. De 1821 a 1855 estuvo en el primer plano de la vida política de nuestro país, liderando campañas militares, apoyando a diferentes presidentes, ocupando en varias ocasiones el puesto del máximo mandatario de la república, así como protagonizando algunas de las escenas más destacadas, exitosas y tristes de la historia mexicana.
Nació en Jalapa el 21 de febrero de 1794 y desde muy joven ingresó en el ejército realista del virreinato de la Nueva España, desde donde, a partir de 1810, combatiría contra los insurgentes en la lucha por la independencia de México.
Una vez independizado el país, Santa Anna apoyó una forma de gobierno republicana, consiguiendo derrocar el Primer Imperio mexicano de Iturbide en 1823. La Primera República Federal se constituía al año siguiente.
Sin embargo, Antonio López de Santa Anna se ganaría su prestigio nacional cuando en la batalla de Tampico de 1829 consiguió derrotar al ejército español, enviado desde Europa para reconquistar las tierras del antiguo virreinato de la Nueva España.
En 1833 se convirtió por primera vez en presidente y durante los siguientes dos años abandonaría y recuperaría este puesto hasta en cuatro ocasiones. En este pequeño lapso se unió tanto con los federalistas anticlericales como con los conservadores, dejando en evidencia su falta de ideología política.
A partir de 1836 Santa Anna empezaría a ensuciar su imagen para la historia mexicana, pues en abril de aquel año sufrió una derrota en su intervención en Texas, territorio mexicano que, apoyado por los Estados Unidos, estaba buscando su ruptura con México. Este hecho trajo como consecuencia la emancipación de los texanos y la posterior incorporación de su territorio al estado vecino del norte. Esto provocó, a su vez, que Santa Anna perdiera su reputación y la presidencia.
No obstante, la primera intervención francesa en México (1838-1839) le permitió recuperar el poder y el apoyo de los mexicanos, pues derrotó y expulsó a los intrusos extranjeros. De esta forma, volvió a ocupar nuevamente el cargo de máximo mandatario, el cual durante los próximos 5 años abandonaría y recuperaría en varias ocasiones más, hasta que en 1844 se exiliaría en Cuba.
Sin embargo, en 1846 fue llamado para liderar el conflicto que había estallado entreMéxico y Estados Unidos. Después de dos años de hostilidades y como consecuencia de la superioridad norteamericana, se vio obligado a firmar en 1848 el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, el cual obligaba a México a ceder casi la mitad de su territorio septentrional en favor de los estadounidenses. Este acontecimiento lo convertiría en un villano dentro de los libros que cuentan la historia de la nación mexicana.
Las catastróficas consecuencias de 1848 lo obligaron a partir nuevamente al exilio, desde donde regresaría en 1853 para gobernar otra vez al país. El régimen dictatorial que aplicó durante los últimos dos años de su administración provocó la reacción de los liberales, que lo derrocarían en 1855. A continuación, partiría nuevamente al exilio, esta vez en Colombia.
Regresó de allí en dos ocasiones, la segunda para quedarse definitivamente. Murió en la Ciudad de México, el 21 de junio de 1876, dejando un legado turbio, para muchos más opaco que diáfano.