Érase una vez una industria cinematográfica que encontró el molde necesario y oportuno para atraer gente a las salas cuando la postguerra les obsequió los modelos del thriller de espionaje mediante la insensatez monomaniaca que fue la Guerra Fría.

Esta situación mantuvo robusta y tonificada la presencia de la superpotencia norteamericana como abstracción heroica que va contra todos los enemigos del mundo libre en hazañas de celuloide que apresaron la capacidad de asombro de los espectadores con sus argumentos pletóricos de intriga, retruécanos políticos y una narrativa que se vio obligada a madurar cuando los héroes y villanos ya no se distinguían con la claridad de antaño.

Después vendrían las formas posmodernas que aplanarían dicha narrativa para ser el pavimento de muchos proyectos que tornarían convencional lo que en algún momento fue revolucionario, y así tenemos hasta el momento agentes que aceptan misiones imposibles donde el ostento visual y el efectismo argumental son la vértebra de las tramas que antes requerían mayor compromiso con el factor humano. Prueba de ello son cintas que ahora ya no pasarían la prueba del déficit de atención millennial como “El Día del Chacal” o “Los Tres Días del Cóndor”. De todo esto se desprende una película como “Agente Stone”, el nuevo ladrillo en el muro de posibles franquicias que Netflix va construyendo con insidiosa pasión mediante su fórmula no tan secreta y al parecer muy gustada que reza así: personaje con pies de barro + secuencia de acción que procure impresionar + vuelta de tuerca que se ve a leguas + secuencia de acción que busca impresionar + clímax de acción que busca impresionar.

Sencillo, la verdad. Pero para el espectador es un suplicio porque ya no hay métodos, formas o medios por los cuales éste logre quedarse despierto si la historia es un vil supositorio que nada más desea ingresar suavemente para que no haya respingos o rozaduras posteriores. Y para ello tenemos a la popular Gal Gadot como garantía de que eso no suceda interpretando a Rachel Stone, la operativa de una agencia secreta multinacional que vela por la paz mundial (como siempre, o son de esas o de las que velan por destruir el mundo) donde todos llevan nombres clave basados en la baraja inglesa (ya saben: diamantes, tréboles, reinas, jotas… perdón, Jacks, etc.) y que poseen una tecnología asombrosa capaz de hackear todo aparato electrónico denominada “El Corazón”.

Éste será el McGuffin de la película, pues al ser robado por un agente pérfido y traicionero llamado Parker (Jamie Dornan) en combinación con una jovencita hindú capaz de manipular todo sistema informático (Alia Bhatt) se procurará una evolución en los personajes –particularmente Stone– al medir fuerzas en un campo que les es ajeno y donde los villanos parecen tener siempre la mano ganadora. Dependerá de nuestra protagonista recuperar “El Corazón” mientras refina sus habilidades como agente, guerrera y diplomática pues suele subestimársele debido a su inexperiencia.

“Agente Stone” es como una relación convencional, pues inicia bien (de hecho la secuencia de apertura es fulgurante, bien montada y de agradable ritmo) pero termina dándonos por sentado y deja de esforzarse a la mitad del camino divagando por las rutas de siempre creyendo que eso basta para mantenernos interesados, cosa rara teniendo en cuenta que el guion es de Greg Rucka, escritor destacado en cómics y cine desde hace 20 años con proyectos de relativa calidad firmados por él (“La Vieja Guardia”, también de Netflix, o la serie de novelas gráficas independientes “Queen and Country”). El trabajo en la dirección de Tom Harper sólo es funcional, como si una IA tomara el megáfono y ejecutara el libreto robóticamente mientras que Gadot y el reparto aportan carisma a roles sin chiste. Ya veremos si al gigante del streaming le funciona como para sacarle más jugo, pero con este resultado y por nuestro bien, ojalá no.

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