Por Daniel Amézquita

Las adicciones son compañías que se vuelven “paraísos artificiales”, seductores espejismos al inicio, y que a distancia nos van capturando hasta despojarnos de nuestra conciencia, nuestra capacidad de elegir, nuestro bienestar corporal y espiritual. Al inicio probamos con curiosidad y deleite el consumo de estimulantes con la ingenuidad de que por más que nos excedamos tenemos control sobre éstos.

Las adicciones son un problema de salud pública dolorosamente común, la última encuesta de la Secretaría de Salud reveló que en los últimos seis años el número de personas con dicho padecimiento se incrementó, en algunos estados del país, en un 50%.

Más allá de cualquier perspectiva, las adiciones son un síntoma del que debemos preocuparnos, ocuparnos acompañados, ya que es cierto que quien tiene estos padecimientos experimenta la carencia de voluntad junto con el sentimiento de vacío y desesperanza, también lo es el hecho de que no sólo el enfermo sufre, también los testigos: parejas, familiares o amigos a los que se hiere involuntariamente.

Dicen con certeza que no es posible caminar con los pies de otro, pero sí lo es imaginarse en los zapatos de otro, e intentar ver el mundo desde sus pasos. En este sentido a veces injustamente, sólo percibimos las conductas inadecuadas que genera la adicción, sin estimar las cicatrices, la soledad y el dolor que representa la dependencia hacia una sustancia que sirve no para sobrevivir, sino para malvivir.

Afortunadamente detrás de este panorama aguarda la esperanza de la recuperación, que expone ante todo la capacidad de ejercitar la decisión y fortalecer la motivación por estar bien física, psicológica y socialmente. La palabra rehabilitación enmarca un concepto que merece mucho respeto, porque significa el resultado del enfrentamiento personal, la posibilidad de autoevaluarse sinceramente y emprender el camino hacia la reconstrucción.

Recuerdo de manera singular el testimonio de una amiga, una mujer madura quien a detalle evocaba el día de su juventud en que inició su consumo, así como la amnesia en la que se sumió a raíz de éste, el alejamiento de sí misma, el extravío de los límites. Con expresión fatigada me dijo sabiamente: “la adicción es una muerte autorecetada en dosis precisas y no controladas, una madeja de espinas que cortan por dentro”. La melancolía en su semblante fue suplida más tarde con su entereza, que transformó su apariencia temerosa y huidiza en un signo de energía, de dignidad.

Quien emprende el no fácil camino hacia la rehabilitación se va redescubriendo, se nutre de sí mismo y crece en cada día de abstinencia, en una nueva jornada recupera su cuerpo y el espíritu con el temple para mirarse al espejo y con toda valentía solicitarle una nueva oportunidad a la vida.

Las adicciones llenan de aflicciones, también me refiero al alcohol y al tabaco, y quien está dispuesto a reconstituir su identidad merece todo el apoyo, estímulo y comprensión.