Moshé Leher

Hace muchos años, cuando vivía en Guadalajara, caí unos meses en una casa donde pensionaban a estudiantes: una mala experiencia.

Mandaba en esa casa una mujer que debe ser uno de los humanos menos recomendables que he conocido, lo que es mucho decir, contando con que de esas personas he conocido a algunas, cada cual lo menos recomendable que la otra; avara de atar, la mujer tenía sobre una mesilla un pequeño arbolito navideño, de esos que hace años se hacían con hojas de aluminio. Lo dejaba todo el año, pero lo cubría con un trapo, una sábana o algo así y lo descubría en la víspera de Navidad, para dar cumplimiento a eso de adornar la casa por las fiestas de diciembre.

Ya más acá en el tiempo, nos reíamos un montón de unos vecinos que tenían profusamente ornada la fachada de su casa con luces y motivos navideños, que dejaban, lo mismo, todo el año, pero que sólo encendían cuando llegaban estas fiestas, sean éstas lo que sean.

Yo que conviví toda mi vida con cristianos, más o menos practicantes y más o menos festivos, de esto de árboles sé algo; lo mismo de belenes, coronas y etcétera: lo he visto de todo: desde casas que quedaban convertidas en bosques artificiales con una tropa de gnomos en cada rincón, decoraciones barrocas que reproducían, o pretendían hacerlo, lo que alguna mente delirante suponía que debía haber sido el Belén de la Palestina Bíblica.

Los últimos 20 años, en casa, optamos por: mi ex mujer por detalles profusos pero sobrios, incluido un árbol que más bien era el tronco seco de un ocote, pintado de rojo y o poca cosa más.

Hace un año vino mi hijo a pasar estas fiestas y optamos, solución de compromiso, por decorar de alguna manera sencilla la casa para que el zarévich sintiera algo que tuviera que ver con el espíritu navideño, que tampoco es que le entusiasme mucho, incluyendo un pequeño trasto de madera que entiendo que es algo que llaman ‘árbol de adviento’, con un pequeño cajón por día donde él iba poniendo, jornada tras jornada y hasta la Noche Buena, no sé bien qué pequeños objetos.

Este año, ya en solitario, entro a un trastero de casa donde quedan varios de aquellos adornos, esferas, coronas, alguna fuente de luz en forma de cometa y algunas cosas más, que nadie va a colocar, pues no me veo poniéndome a decorar mi casa para una fiesta que no celebro, de tal manera que mi casa contrasta con las de mis vecinos ya ornadas en toda regla y con toda la mano.

No sé por qué el mueble ese se quedó, en un corredor por el que paso cada día al salir o entrar a mi habitación, lo que me recuerda de manera más bien triste que, por cualquier cosa, aquí hubo un niño que celebraba estas fiestas y de alguna manera me contagiaba, a la vez que encendía las velas de Janucá conmigo. Velas que creo que este año tampoco voy a encender, esperando como estoy que pronto sea enero, y pase ese mes y el frío y vengan meses más alegres y calurosos que estos.

¡Shavua Tova!

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