RODRIGO ÁVALOS ARIZMENDI

El lunes en la madrugada falleció el gran compositor yucateco Armando Manzanero Canché. Manzanero fue un compositor muy prolífico que le compuso y le cantó al amor. Autor de infinidad de temas que lo hicieron famoso tanto a él como a varios cantantes que interpretaban sus canciones. La historia de Manzanero es mucho muy extensa e inicia a los doce años, o sea que al momento de morir tenía 73 años de andar en la brega. En lo personal, y gracias al compadrazgo con Marco Antonio Muñiz, tuve la oportunidad de conocer y convivir con el Maestro Manzanero, un hombre fabuloso que era una enciclopedia con una memoria muy amplia y si a eso le agregamos que era una delicia escucharlo, pues fue algo muy hermoso poder haber escuchado de sus labios varios pasajes de su vida. Con Manzanero y Muñiz llegamos a comer, mi familia incluida, pero lo mejor fue haberlos acompañado hace ya algunos años cuando traían un show llamado “Bohemia”, en la que participaban Armando Manzanero, Marco Antonio Muñiz, José José y Raúl Di Blasio…¡Un show enorme, digno de Las Vegas o de los mejores escenarios! Marco me invitó a ir a unas presentaciones y ahí pude convivir con todos ellos, aunque un poco menos con Di Blasio, pues él después de los shows se “cortaba” de ellos para ir a cortejar muchachas, pues como buen argentino se sentía un conquistador. Eso divertía a sus compañeros. Con los otros tres artistas normalmente cenábamos y ahí la sobremesa se ponía muy buena, pues la plática fluía de uno u otro tema. Con algo de habilidad a Manzanero le hacía preguntas que él me contestaba con demasiada afabilidad y siempre mostrando emoción al recordar sus inicios, su familia, sobre todo a su abuela Rita, sus primeros pasos dentro de la música y el ambiente artístico, etc. Por eso el día de hoy, con motivo de la desaparición física de éste gran artista me permitiré hacerle partícipe de algunos de los temas que me platicó. En este caso me habló de su abuelita materna:

-“La conservo en la memoria como si se tratara de ayer. Desde que la vi por primera vez ya era viejita, como si nunca hubiese sido joven o nunca hubiera envejecido. Mantenía en una de las paredes de su desvencijada casa una fotografía de su juventud, que vino a ser la única pista que tuve para saber que un día fue joven. Por las conversaciones que escuchaba supe que quedó viuda antes de nacer mi madre. Por consiguiente, dadas sus condiciones sociales y económicas, llevó una vida de carencias de toda índole. Cuando comencé a tener clara conciencia de que ella era el amor de mi vida, ya existían adelantos en otros mundos y mi abuela no hablaba el castellano. Con ese musical sonido de las palabras en maya, manteníamos un diálogo perpetuo, ella y yo. No recuerdo bien si llegaba a ser un diálogo o se quedaba en monólogo por parte de ella. Solo sé que todo lo que he logrado ha sido gracias a sus palabras impregnadas de amor que hicieron hogar perenne en mi interior. Mi abuela siempre me llamó “Dito”. No se porqué me amaba tanto.

No quisiera entrar en detalles de por qué vivía con mi abuela y no con mis padres, como sería lógico, y sobre todo siendo hijo único en ese entonces. Vamos a decir que mi madre trabajaba y entonces le era difícil criar un hijo y trabajar a la vez, aunque también te debo decir que mi abuela quería tenerme a su lado pues yo era su nieto más xtup, el más pequeño. Yo me levantaba y me ponía las alpargatas pues no era partidaria mi abuela de que anduviese descalzo debido a que podía agarrar malas influencias del piso. Nunca descubría por qué desde que amanecía Rita tenía su hupil perfectamente planchado, el pelo bien peinado, la carita lavada y oliendo a un polvo que en ese entonces usaban y se llamaba polvo de cascarilla. Éramos una bella pareja mi abuela y yo. Las noches tenían ese aroma que podíamos percibir en ausencia de vehículos motorizados. La luz que la luna que nos daba era suficiente para alumbrar nuestras veredas cuando salíamos en la noche a hacer alguna compra. Yo escuchaba los grillos y me preguntaba ¿Cómo harán los grillos para cantar a ritmo? Tal parecía que muy dentro de las hierbas existía uno de ellos con un frack de cuello brilloso, con una batuta en la mano derecha, que les marcaba los acordes, los acentos, los calderones. Todas esas cosas tan simples y sencillas eran el fondo de nuestra conversación.

Con la vivencia de esas noches que pasaba en compañía de Rita, aprendí que las cosas buenas, las bellas, las hermosas, las románticas, los dulces sueños, los anhelos y los deseos, no cuestan nada, son gratis. El aire, que es tan indispensable, nadie nos lo cobra. El verde que los campos tienen es nuestro con solo mirarlo. Y apresar en el corazón ese color de esperanza es importante para nuestro tiempo venidero. Las cosas que de veras valen la pena, como el amor de nuestros hijos, el calor de quienes nos aman, de quien nos da compañía, de quien nos brinda su mano, no cuesta nada, no tiene precio. No existe una moneda para las cosas bellas. Un amanecer cuesta ver que amanezca. Un cielo lleno de estrellas tiene el costo tan solo de levantar la cara y mirar el cielo. La música que el mar ejecuta está en ir hasta la playa. Ante los arreboles de un atardecer cuesta tener paciencia de que el día transcurra y ver llegar ese atardecer. El pasar del viento tiene bajo precio, de mirar cómo los maizales danzan, según su ritmo, según la música que el viento toca”.

La plática de Manzanero era fluida, muy fluida y en momentos muy apasionada. El recordar su infancia y sobre todo a Rita, su abuela, lo hacía vibrar. Me platicó de cuando trabajó siendo aún un niño de 12 años trabajó en un circo. Tocando las tumbas, con la orquesta del circo y de cuando uno de los trapecistas se enfermó y el dueño del circo le pidió ¡que él hiciera el acto circense! Lo que lo convenció fue que esa noche le pagó lo doble de lo que le daban, un peso pero esa noche se ganó dos, a pesar de que le ganó el miedo, afortunadamente había red protectora y solo salió con un golpe en los labios pues se pegó con el trapecio.

Esa noche le hice una pregunta que ahora me parece ociosa. Le pregunté que cuál de todas sus canciones era su consentida o la que más le gustaba. Manzanero me dijo: “Mejor te voy a decir cuál canción no es mucho de mi agrado, me siento mal, incomodo. En alguna ocasión el presidente Gustavo Díaz Ordaz me mandó llamar a Los Pinos para pedirme que le compusiera una canción con motivo de su aniversario matrimonial. Yo acepté, pues no podía decirle que no al presidente y la canción que les compuse fue “Parece que fue ayer”. Y porqué esa canción no es de su agrado Maestro, si es una canción ¡bellísima! Y me contestó: “Porque fue por encargo, y yo jamás he compuesto por encargo”. Las canciones que he compuesto son porque me nacen en base a diferentes momentos y situaciones”.

En otra ocasión, en que se presentaba con el show Bohemia, mientras cantaba Marco A. Muñiz, Manzanero estaba tras bambalinas esperando que Marco terminara la canción para entrar él y hacer un dueto. Yo estaba deteniendo un vaso con agua mineral de Marco para cuando saliera se aclarara la garganta. Y volteé a ver a Manzanero que estaba a un metro de mi y lo vi muy nervioso, moviendo mucho las piernas. Se me hizo raro, pues Manzanero tenía muchos años en el ambiente artístico y había actuado ante escenarios mucho más grandes. Y le pregunté, Maestro ¿A poco está nervioso? Y me dijo: ¡Jamás se me quitan los nervios! Siempre que salgo a trabajar tengo muchos nervios, ya empezando a cantar o a tocar se me quitan”.

De Armando Manzanero hay mucho que platicar. Su vida estuvo llena de todo tipo de situaciones. Hubo quienes en sus inicios se aprovecharon de él y le robaron un gran porcentaje de sus percepciones, si no hubiera sido por Rubén Fuentes quién sabe que hubiera sido de su carrera artística. Hoy con mucha tristeza les comparto esta pequeña narración de algunas vivencias del querido Maestro yucateco que supo hacer amigos y que desde muy pequeño empezó a cantarle al amor. México y el mundo entero están de luto por la partida hacía otra dimensión de este gran hombre, gran artista, gran compositor, QUE NOS ENSEÑÓ QUE el amor se da sin reserva, sin esperar a cambio pago de ninguna clase ¡En paz descanse el Maestro Armando Manzanero Canché!