Alicia de J. Giacinti Comte
Aire de las Colinas, un libro epistolar editado por Alberto Vital, revela a un Juan Rulfo desconocido y apasionante para quien se sumerge de lleno en esas cartas, producto del amor juvenil y duradero del escritor por Clara Angelina Aparicio, su esposa de toda la vida.
Las cartas transcritas en Aire de las Colinas son 81, pero las dos primeras, de 1944, son más poemas líricos que epístolas. Como es sabido, Rulfo fue un maravilloso narrador, pero en su interior había un escritor lírico que se manifiesta en los dos primeros textos de Aire de las Colinas que ofreció a Clara, en 1944, expresando su dolor por el plazo de tres años que ella puso para aceptar su noviazgo:
Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. […]
Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba.
Fue a la hora en que diste con tus manos aquel golpe en la mitad de mi alma […]
Me puse a mirar mi soledad y la encontré más sola.
Rulfo, entrevistado por Luis Hars, comentó: “escribí en una forma más simple, con personajes más sencillos. […] fui a dar […] hasta la simpleza toral, pero es que usé personajes como el campesino de Jalisco, que habla un lenguaje castellano del siglo XVI. Casi no habla más bien […] Quería, no hablar como se escribe, sino escribir como se habla”. Así como hablaba escribía a Clara.
En las cartas, con un lenguaje muy sabroso y cálido, se nos revela el escritor en ciernes con su amor casi platónico. En 1947, apenas un año antes del matrimonio, escribe: “una vez tuve la intención de darte un beso (…) pero no lo hice por miedo a perderte; pensé que todavía no estabas preparada para dejarme que te besara.
En las primeras cartas llama a su novia: Muchachita, Criatura, Chiquilla y Mujercita. Más adelante antepone, en ocasiones el adjetivo querida. Otros vocativos son bellas metáforas, como las palabras que dan título al epistolario “Aire de las colinas” o bien “Ola tibia del mar”, “Montoncito de nubes”. En las despedidas Juan se autonombra “Tu muchacho”, “tu muchacho consentido”, o pleonásticamente “tu muchacho tuyo”. Su vena lírica asoma en expresivas sinestesias: “Tienes los ojos azucarados” y “con una sola mirada lo empapaste de ti llenándolo con tu cariño”. Encontramos imágenes poéticas: “A veces cuando pienso en ti de un hilo, tengo la impresión de estar viendo el mar y los árboles de los bosques”. Pedro Páramo evocará su infancia con Susana: “Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío […] tú estabas mirándome con tus ojos de aguamarina”.
Algunas palabras cobran significados particulares: “eres muy chula, muchachita fea”, de su primer encuentro: “cuando te vi pequeñita y pelona con tu cara de quiebraplatos, allá hace cosa de cuatro años, supe enseguida que tú eras la cosa que yo andaba buscando”. Expresiones como pelona, fea, quiebraplatos o cosa, que son peyorativas, entre ellos adquieren una connotación cariñosa. El idiolecto regional de Juan permea las cartas. Los prefijos intensificativos re y rete abundan en ellas. Chula, Chamagosa y Chorreada, como en ocasiones llama a Clara, son palabras del léxico popular en la época. Rulfo nos dice de Matilde Arcángel que era chula. Hay muchas palabras de ese idiolecto en su obra como tiliches, atarantado, corajudo. Recordemos los tiliches de que tenía llena su casa Eduviges Dyada y los zapatazos que daba Pedro cuando estaba corajudo. La vaca Serpentina de “Es que somos muy pobres” “nunca fue tan atarantada”.
Un rasgo frecuente en la escritura de Rulfo es terminar un párrafo con una oración corta, contundente, que condensa lo anterior: “A veces me imagino que hace ya tiempo que te casaste conmigo y que estás de vacaciones allá en tu casa y que pronto volverás y entonces ya no me separaré de ti. A veces pienso eso.”. En el cuento “La Cuesta de las comadres”, encontramos: “Es seguro que les sobraban ganas de pelearse con los Torricos para desquitarse de todo el mal que les habían hecho; pero no tuvieron ánimos. Seguro eso pasó”. Y en “Talpa” “…pero, así y todo, lo llevamos empujándolo entre los dos, pensando en acabar con él para siempre. Eso hicimos”.
A Juan la soledad le pesa desde siempre:
Desde que estuve en la escuela (…) comenzó a formárseme el sentimiento de que estaba solo en la vida y de que nadie me quería. Llegué a llorar por eso, arrinconado en algún lugar oscuro. Y aunque tenía hermanos estaba lejos de ellos. Así hasta que crecí (…). Nadie. La pura soledad.
Estaba tan solo como se sentía Pedro Páramo, cuando “Cerró la puerta y abrió sus sollozos, que se siguieron oyendo confundidos con la lluvia”.
De su madre ofrece a Clara un recuerdo apasionado, para pedirle que de alguna manera la sustituya:
Clara, mi madre murió hace 15 años; desde entonces el único parecido que he encontrado con ella es Clara Aparicio, alguien que tú conoces, por lo cual vuelvo a suplicarte le digas que me perdone si la quiero como la quiero y lo difícil que es para mí vivir sin ese cariño que tiene ella guardado en su corazón.
Clara es su fuerza ante las dificultades de la vida y Juan implora ayuda una y otra vez.
Pedí tu confianza… te pedí que me ayudaras, lo hice como se pide una cosa que nos hace mucha falta. Yo te pedí ayuda una vez y ahora la necesito, pues estamos luchando para los dos, para hacernos nuestro propio mundo.
Hay ecos de esas cartas cuando Pedro Páramo suplica a Susana: “Ayúdame Susana” o cuando Tanilo, en “Talpa”, ruega a Natalia: “¡Ayúdame a estar contigo!” En una carta escribe: La vida es corta, y estamos mucho tiempo enterrados, que parafrasea Dorotea, hablando con Juan Preciado: “Vamos a estar mucho tiempo enterrados”.
Juan era un soñador y dejaba volar su imaginación, que produjo obras maestras y que le ayudaba a sobrellevar la ausencia de Clara. “Me fui a pasear otra vez al cerro. Ha llovido mucho y hay flores y todo está verde […] Y en cuanto me metí entre los árboles comencé a platicar contigo largamente”.
Confiesa que ama los libros desde pequeño: “Una vez vinieron los Reyes Magos y le trajeron un libro lleno de monitos donde se contaban historias de piratas (…) desde entonces no tuvo otro quehacer que estarse leyendo esa clase de libros”. “Ahí me estaba lee y lee día y noche hasta que me apagaban la luz”.
Por las cartas a Clara nos enteramos de sus primeras publicaciones: “Me van a publicar un cuento en una antología de Cuentistas Mexicanos, “Nos han dado la tierra”. Cuenta que trabaja en lo que será Pedro Páramo: “No he hecho sino leer [y] querer escribir algo que no se ha podido y que si llego a escribir se llamará: “Una estrella junto a la luna”. Con este nombre publicó los primeros fragmentos de su gran obra. En la revista América acaba de salir: “Es que somos muy pobres”. Y añade: “así se llama, pero no te lo mando porque está algo coloradito”. También la radio difunde su obra y le informa a Clara: Mañana a las siete y media van a leer algunos pedazos por la XEX de mi último mamarracho, aquel que yo te platiqué que se iba a llamar “La Cuesta de las Comadres”.
Las últimas quince cartas fueron escritas después su matrimonio. Percibimos un Juan feliz por su paternidad pero sufriente al no poder estar con su familia, ya que trabajaba como vendedor de llantas por todo el país: “He estado bien achicopalado. Quisiera estar en casa junto a mi mujercita y mi hijo”. Las cartas de 1949 nos muestran a un Juan cada vez más desesperado por un trabajo que lo mantiene alejado de su familia: “Si al menos esto nos dejara algo, algo con que asegurar el mañana, tal vez lo mereciera, (…) La vida no es ésta”, “Por las noches deja de llover agua, pero siguen lloviendo recuerdos dentro del corazón de uno y el amor se vuelve loco porque no encuentra por ningún lado a la mujercita amorosa y amada”. Pedro Páramo, en uno de sus monólogos, dice: “Miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, y cada que respiraba suspiraba, y cada vez que pensaba, pensaba en ti, Susana.”
El segundo hijo de Clara y Juan nació en Guadalajara. En la última carta de diciembre de 1950, el escritor se muestra emocionado por el nacimiento de su hijo:
Fíjate que ahora ya somos cuatro y antes era yo solo y muy metido en medio de la noche. Tú has traído gente a esta casa. Primero tú y luego […] tu hija y tu hijo […] Tú recibe un abrazo infinito de tu Juanucho y muchos, pero muchos besos de este muchacho para ti y para nuestros hijos.
Juan dejó el trabajo en la llantera en 1952. La paz que eso le trajo y la compañía de Clara y de sus hijos contribuyeron a que el escritor saliera definitivamente a la luz. En 1953 apareció El llano en llamas y en 1955 esa obra maestra que tituló, finalmente, Pedro Páramo.