
No puedo sino lamentar la muerte de Chabelo… Como lamento cualquier muerte: yo todavía tengo respeto, todo el respeto, por la vida humana.
Tampoco puedo negar que comparto ese acervo que incluye a los Muebles Troncoso (en Francisco del Paso y Troncoso), el Osito Montes, la mentada Catafixia y, cómo olvidarlo, las ‘terribles equis’; de eso a que me embargue la tristeza por la muerte del señor López (Chabelo, no el otro, se entiende), hay un océano de diferencia: un universo.
Leo en un tweet de Román Revueltas que, cito, él era ya amargado desde niño y que nunca le cayó bien Chabelo; yo no llego a tanto, pero tampoco es que el señor de pantaloncillos y voz de niño me resultara especialmente simpático o que esperara los domingos para ver su programa.
Lo que pasa, hay que volver la vista cinco décadas, es que era ver a Chabelo o ver la pared; o escuchar Kalimán en la radio; o levantarse a las diez de la mañana, extremo harto imposible para los niños de aquellos años.
Algunos pensarán que soy ya un venerable nonagenario cuando cuente que soy de esos años en que la televisión todavía transmitía programas a blanco y negro y, aquí está el detalle, en Aguascalientes se veían sólo dos canales, el inefable Canal 2, y el Canal 4, que daba bodrios lacrimosos de Libertad Lamarque y churros de carritos con Aceves Mejía, para más inri en horarios que iban de las dos de la tarde hasta la media noche, con la salvedad de los domingos.
Luego llegarían el Canal 13, antes de Imevisión, el Canal 5 con su barra de caricaturas, ¡y a color!
Recuerdo que junto a los Picapiedra, el Pájaro Loco, la Pantera Rosa y esos programas de entonces, daban un programa que… El asunto es que es un milagro que hayamos sobrevivido a aquello medianamente cuerdos.
Y es que a los niños de mi peña (los de quintas anteriores tenían que escuchar radionovelas con la señora Prudencia Grifell y Pelayo), nos tocó crecer viendo al señor Chabelo, a Zabludowski, al intratable Raúl Velasco, las telenovelas con Fanny Cano y otras baratijas de esa estofa.
Por allí nos endilgaron, no quedaba de otra, las perlas de María Victoria, las cursilerías de Cachirulo y otros productos, que incluyen los programas de Los Polivoces, o la Ensalada de Locos (donde alguien quiso hacernos creer que el Loco Valdés era un tipo con alguna gracia), que no es que fueran unas joyas intelectuales, pero de alguna manera nos ayudaban a llevar el tedio de los años de Díaz Ordaz y Echeverría.
Así de viejo soy.
Quienes ahora se quejan de la modorra de los domingos (‘la bíblica modorra’, Ibargüengoitia dixit), deberían haber experimentado lo que era una tarde de domingo, frente a un televisor de consola en blanco y negro, viendo cantar a Estelita Núñez y a Carlos Lico en Siempre en Domingo.
Lo dicho: somos un milagro, pues lo normal es que hubiéramos quedado tarados e incapacitados para la vida adulta -en mi caso es muy probable que el daño sea real e irreparable.
Luego llegaron más canales, la televisión a color, las transmisiones por satélite de algún juego de futbol (sin tilde por amor de Yahvé) americano, las series dobladas de la televisión estadunidense, la televisión por cable, las antenas parabólicas, la MTV, los sistemas de televisión satelital y, ahora, los famosos canales bajo demanda, tipo Netflix, Amazon y etcétera.
Y si bien lo de ahora parece demasiado, y también amenaza la salud mental de los jóvenes, sometidos como están a más información y estímulos que los que una mente humana puede asimilar y tolerar, lo de antes era una aridez del alma que hace que algunos díganme que están embargados por la tristeza por la muerte del señor Chabelo.
Por lo demás, dejando de lado la payasada de que era eterno como Enoc o más viejo que Matusalén, lo normal, ley de vida, es que un señor de casi 90 años muera.
Por cierto, y el asunto ya no me da para más (a menos que me ponga a divagar sobre los daños irreparables que la televisora de marras ha provocado a la cultura de los mexicanos, lo que explica tantas cosas de lo que nos está pasando), que lo que me resulta casi insólito es que nadie -hasta donde yo sé- haya ya propuesto el homenaje en Bellas Artes.
¡Shalom!
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