Por Daniel Amézquita
La pesadumbre se hizo sentir en el mundo estos últimos días, existe un ánimo de tristeza y preocupación ante los acontecimientos que parecen inexplicables desde el punto de vista más lógico y sensato, pero, ¿qué es lo que sucede o qué fenómeno estamos presenciando en las sociedades actuales?, ¿por qué impera este malestar colectivo que nos impulsa a tomar decisiones que pueden resultar riesgosas o contrarias a los más elevados ideales?
Algo no concuerda cuando en la mayoría de las escuelas de nuestro continente se empeñan en enseñarnos valores como el respeto, la inclusión, la civilidad y, de pronto, al enfrentarse al mundo, estos valores parecen imposibles de llevar a la práctica. Nos encontramos con sociedades violentas y discriminatorias, donde se quiere sacar ventaja de quienes se encuentran en una situación de vulnerabilidad, donde sólo algunos cuantos tienen el privilegio de ejercer el poder, donde las oportunidades no son igualitarias por distintos motivos, de género, credo, raza o ideología.
Las poblaciones tienen un sentimiento de insatisfacción y hartazgo, de temor y odio. Durante las tres últimas décadas, el mundo ha estado cambiando a pasos agigantados, las nuevas corrientes de pensamiento y el avance tecno-científico han derribado ciertos cánones morales y pedagógicos, han desmontado mitos y promovido diferentes maneras de ver, estar y sentir dentro de las sociedades, lo cual ha tenido su consecuencia en diferentes instituciones tanto religiosas como públicas, que ven amenazados sus intereses económicos y políticos, y su perpetuidad en el poder. Esto ha llevado a ciertos grupos de la sociedad a tomar medidas extremas, radicalizar las posturas y el sometimiento, ante lo que perciben es peligroso para sus formas limitadas de entender el mundo. Sociedades con costumbres y tradiciones muy arraigadas, que han vivido bajo el yugo de las iglesias y los gobiernos pusilánimes, que han sufrido los horrores de las guerras y las crisis económicas, que en suma han tenido una vida difícil, sus caracteres y personalidades se han endurecido para enfrentar esas condiciones de vida, regidas por la educación bélica y religiosa, que piensan, erróneamente, que los mantendrá a salvo.
Este fenómeno no sólo sucede en nuestro continente, se está generalizado alrededor del planeta; es difícil de entender que en algunos países, cunas del pensamiento y los derechos humanos, los partidos políticos de ultraderecha estén posicionados en la mayoría. Aquellos que segregan seres humanos y niegan los derechos de las y los demás, que radicalizan sus prejuicios y violentan lo que es diferente, están ganando terreno a la tolerancia, la inclusión y el respeto que necesita la humanidad para convivir en bienestar.
Aunque algo que no han entendido quienes son partidarios a estas causas, es que somos sujetos hechos de historia y que ese juicio es inescrutable y no responde a intereses morales o económicos, mucho menos políticos; que la diversidad y la igualdad son la única vía para que las sociedades prosperen, la misma historia ha demostrado que los gobiernos totalitarios y crueles colapsan con consecuencias devastadoras, sobre todo, para las minorías y los más desfavorecidos; que aquellas formas de pensar impuestas con el tiempo se vuelven obsoletas y falaces, como en su momento la esclavitud. Estos grupos o sectores temerosos de la sociedad, con frecuencia son polémicos y beligerantes en sus discursos, atentan contra los inmigrantes, las mujeres, la diversidad, las creencias y un sinnúmero de motivos y circunstancias, con el fin de imponer el miedo y defender su sesgada visión de lo que debería ser la vida.
No obstante, es un momento crucial para quienes promulgamos una cultura de respeto y de convivencia entre las diferentes posturas, ideologías y sentimientos; tomemos una posición importante en nuestras comunidades. Es el momento para que quienes nos hemos preparado para ser mejores ciudadanos lo demostremos de una forma integral, con discusión y debate, con la exigencia hacia nuestras autoridades para fortificar lo que hemos construido como nación y, sobre todo, a quienes vivimos en ella. Es el tiempo justo para que dejemos de admirar desde lejos los sucesos del mundo y entremos en acción, participemos con la crítica y los argumentos necesarios para consolidar las sociedades en un bienestar mutuo.
Esos grupos o esos políticos no son la población entera y nosotros de ninguna manera seremos como ellos. Todas y todos somos personas, más allá del lugar de nacimiento, el color de nuestra piel, la religión que profesemos, el partido político al que pertenezcamos y nuestra identidad sexual, como usted y como yo; si bien nuestras necesidades y malestares también son muchos, tratémonos como personas sujetas a derechos y preocupémonos en aportar a nuestras familias y a la comunidad; no caigamos en la desesperación y el despropósito de querer solucionar los problemas con el odio y la violencia que tanto sobran en el mundo.