Dana Estrada, Iris Velázquez y Viridiana Martínez
Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- Lorena Estrada, de 27 años, marchó por primera vez este 8M, para exigir una vida llena de seguridad y justicia para su hija. También, pidió mejores condiciones para tratar el cáncer, desde 2019 es paciente oncológica.
«Vengo por Mar, una amiga de batalla que murió de cáncer de mama a los 33 años, el sábado 3 de marzo», relató.
El grito de Lorena era que, por su edad, los hospitales le negaran atención médica cuando se detectó una bolita en el seno izquierdo. Reclamó que los médicos minimizaron su caso diciéndole que «las mujeres jóvenes no sufren cáncer y, menos, cáncer de mama». Dos años no tuvo un tratamiento ni los estudios pertinentes para tratar la enfermedad.
Aunque contó que su abuela materna murió de cáncer de mamá, los especialistas le dijeron que esa pequeña bolita de apenas un centímetro «no era nada».
También es sobreviviente de feminicidio. En 2017, su entonces pareja sentimental y padre de su hija, la apuñaló en el costado izquierdo del pecho. Despertó luego de quedar inconsciente y vio que su atacante intentó quitarse la vida. Cuando los policías llegaron al domicilio, acusaron a la mujer de atacar al hombre y le negaron la ayuda.
Por las lesiones, tuvo que ser ingresada a un hospital durante una semana, se perdió los festejos decembrinos y el cumpleaños de su hija. Su agresor no ha sido juzgado pese a tener una carpeta de investigación abierta.
«Tuve que dejar de trabajar para atenderme. Afortunadamente, aún alcancé el beneficio del seguro popular y me pudieron atender en Fucam sin costo, si perdí una parte de mi cuerpo, pero gané la vida», reconoció entre lágrimas.
La lucha de Lorena sigue. Aunque entró en remisión por el cáncer de mama, hace un año le detectaron un tumor en el cerebro, su esperanza de vida fue de seis meses; ahora se siente con fuerza porque logró sobrepasar un diagnóstico médico.

VIOLENCIA VICARIA
Gabriela marchó volteando para todos lados. En ocasiones se cubría la cara con un cartel, ya que días antes recibió amenazas de muerte y de arrojarle ácido en la cara. La razón: la lucha que emprendió hace más de dos años para recuperar a sus hijos.
Su rostro circuló en redes sociales, fue acusada de romperle los tendones a Nicolás, su segundo hijo.
«Se lastimó con un vaso de vidrio, fue un accidente que creo que a toda madre nos puede pasar. Ahora me acusan de loca, eso es lo que siempre nos dicen a las mujeres, desde la antigüedad, cuando quieren quitarnos algo, despojarnos de algo, incluso de nuestra libertad», acusó.
Confesó que temió por su seguridad al ser reconocida por alguno de los haters en redes sociales. Sin embargo, fue respaldada por la Unión de Madres Protectoras, víctimas de violencia vicaria.
«Mis dos ex (parejas) incluso se unieron, ya son amigos. Comparten estrategias porque mi primer ex me ha ganado, se llevó a mi hijo desde los siete meses. Públicamente dan discursos que claramente son violentos, me llaman loca, a todas nos han dicho así solo por hacer todo por defender a nuestros hijos y nuestros derechos», aclaró.
Tiene distintos procesos abiertos. Aseguró que la separación con los dos padres de sus hijos se debió a violencia psicológica y física.

MALENA Y ANA
La saxofonista María Elena Ríos marchó para reivindicar a sus antecesoras por las violencias de las que fueron víctimas, además de pedir justicia por su caso y la aprobación de la ley contra los agresores por ataques con ácido.
«Yo soy nieta de dos mujeres que no tuvieron la oportunidad de leer y escribir. Hoy me manifiesto para reivindicar también a mis abuelitas», expresó.
Esta vez, María Elena no sólo estuvo acompañada de su saxofón, también de mujeres que se unieron a su causa y otras que han sido agredidas con químicos.
En otro contingente, Ana Saldaña, también sobreviviente de un ataque con ácido, se unió a la marcha para llegar hasta el Zócalo.
«Cuatro años las seguí a la distancia, siempre en comunicación con mi red ‘No somos una somos todas’. Hoy con la gran fortuna de estar aquí. (Es) muy significativo para mí y para mi causa», expresó.
«Me llena de orgullo que nos unamos como mujeres por todas las que no están, por las que no tienen justicia, por las que nos faltan, creo que son muchas las causas que tenemos que defender».

UN FUTURO MEJOR
Frente al Ángel de la Independencia, Sabina, de 9 años, pintaba carteles y presumía su playera blanca con la cara de distintas mujeres en un fondo violeta.
Contó que asistió a la marcha para gritar por un futuro mejor.
«Para mejorar las circunstancias y luchar por nuestros derechos», contestó al preguntarle sobre el motivo de su presencia.
Ella identifica como machismo a los hombres «que se portan mal» y como violencia de género a todo aquello que le hace daño a las mujeres.
«No quiero que nunca le pase eso a mi familia», dijo.
En tanto, Valentina, desde sus 7 años, explicó que la violencia es cuando un hombre le grita a una mujer y «ella no debe dejarse».
«La marcha es un lugar de las mujeres, donde puedes, cuando tengas un problema puedes decir lo que no te gusta», comentó.
«Primero marcho por mí y, después, por mi mamá, por mi tía y por mi abuela. Ningún grito es menor y vale mucho aunque seamos niños», relató.
Del Ángel de la Independencia salió un contingente de niñas, niños y adolescentes que cantaba la versión feminista de una canción infantil: «Arroz con leche, yo quiero encontrar a una compañera que quiera soñar. Que crea en sí misma y salga a luchar, por conquistar sus sueños de más libertad. Valiente, sí, sumisa, no».

NO ES PREMIO
«No es un premio que me acosen (..) es un hecho que lo hacen», aseguró «Morrita», como se autodenominó una joven de 19 años de talla grande.
Contó que ni su edad o parentesco la eximió de ser agredida sexualmente por un familiar cuando era niña y adolescente.
Sólo una de las tres agresiones la saben sus padres, no quiere que sufran por lo que le pasó.
«Hoy ser feminista ofende más a una familia que tener a un agresor sexual», expresó.
Las agresiones le dejaron huellas imborrables, aseveró que es más fuerte que eso y las acepta como parte de su historia.
Sin embargo, la violencia sexual no es la única que ha enfrentado.
Cuando tenía seis años, su abuela le dijo que una persona de talla grande como ella no encontraría a alguien que la quisiera porque su cuerpo no era atractivo.
Por esto, desde los siete años, su familia la sometió a dietas estrictas que continuaron hasta hace poco.
Frente a personas que no conoce, prefiere no comer o sólo una parte para evitar que le cuestionen: «¿te vas a comer otra rebanada?», ¿te vas a comer otro taco?».
Reconoce que ha sido difícil lidiar con el proceso, porque la juzgan por su aspecto y no ven más allá de su cuerpo.