Salvador Camacho Sandoval
La cultura nos salvará
En la actualidad, se ha reiterado la importancia de lo que la Declaración Universal de los Derechos Humanos ha señalado con respecto a la relevancia y centralidad que tiene impulsar la cultura en todo el mundo. Dicha Declaración menciona que “uno de los retos que todo país tiene es hacer que la cultura se convierta en una necesidad básica para la sociedad, ya que ésta otorga a los seres humanos la posibilidad de ser ciudadanos universales y a las sociedades las capacidades para mejorar integralmente”.
En México, este impulso a favor de la cultura tiene una larga historia. Baste señalar la relevancia que le dieron a la promoción cultural el gobierno y varios grupos de artistas e intelectuales en los años posteriores a la lucha revolucionaria. Al comenzar la década de los años 20 del siglo pasado, parte de esta efervescencia cultural se expresó en diversas iniciativas, siendo una de las más importantes la creación de la Secretaría de Educación Pública (SEP), a cargo de un hombre brillante y polémico, que también fue candidato a la presidencia de la República y clave en la creación del Seminario de Cultura Mexicana. Su nombre: José Vasconcelos Calderón.
Desde la SEP, Vasconcelos impulsó los programas de alfabetización y formación de profesores, la creación de bibliotecas y el impulso a las bellas artes. Esto lo hizo con una política centralista, porque los gobiernos estatales y más los municipales sufrían el desorden de la época; pero, paradójicamente, estas decisiones tomadas desde el centro se hacían con una visión misionera, tal como los religiosos del siglo XVI; es decir, se hacían con el propósito de llegar hasta la comunidad más apartada del país para llevar la cultura.
Vasconcelos, durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1911), ya había denunciado que la educación y la cultura eran elitistas: “La cultura, como el capital y el poder –dijo–, se encuentra en reducidos grupos”, por lo que “se convierte en prenda de lujo” y se imposibilita “ejercer influencia sobre las masas”. En la Convención de Aguascalientes, en 1914, Vasconcelos insistió en apoyar la cultura. En esta Convención también asistió Martín Luis Guzmán; ambos exintegrantes del Ateneo de la Juventud, una organización que tomaba muy en serio la cultura como un compromiso vital. Posteriormente, Vasconcelos fue rector de la Universidad Nacional de México (hoy UNAM), que se había abierto en 1910, en ocasión del centenario del movimiento de independencia, y desde allí creó la SEP, retomando propuestas de otro brillante intelectual, oriundo de Aguascalientes: Ezequiel A. Chávez.
José Vasconcelos abrió un dique y lograron manifestarse diversas expresiones ideológicas y culturales. Él mismo había sido influido por diversas corrientes de pensamiento, incluyendo las de la Revolución Rusa. En varias ocasiones, mencionó la deuda que tenía con Anatoli Lunacharski, Comisario del Pueblo para Instrucción Pública, y con Máximo Gorki. Del primero, Vasconcelos dijo que, en su exilio en Los Ángeles, Estados Unidos, había leído sobre la educación en la URSS: “A (Lunacharski) –escribió– debe mi plan más que a ningún otro extranjero”. De Gorki también tuvo una influencia importante, por ejemplo, en la relación que debía tenerse con los intelectuales.
En su toma de posesión como rector de la Universidad Nacional de México, declaró:
“Seamos los iniciadores de una cruzada de educación pública, los inspiradores de un entusiasmo cultural semejante al fervor que ayer ponía nuestra raza en las empresas de la religión y la conquista. No hablo solamente de la educación escolar. Al decir educación me refiero a una enseñanza directa de parte de los que saben algo a favor de los que nada saben; me refiero a una enseñanza que sirva para aumentar la capacidad productiva de cada mano que trabaja y la potencia de cada cerebro que piensa.”
Vasconcelos retomó ideas socialistas para su proyecto, pero también, como lo ha señalado Claude Fell, el plan mexicano llevaba la huella del espiritualismo que estaba presente en él y que con los años se acentuó.
En esta apertura social que desplegaba utopías, los artistas se movilizaron de manera que surgieron los muralistas Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, por poner sólo un ejemplo. En otras partes del mundo corrió la idea de que en nuestro país se estaban haciendo cambios importantes. Había un “renacimiento cultural”, que atrajo a intelectuales y artistas también soñadores de un mundo mejor. Llegaron, entonces, personas como Tina Modotti, Edward Weston, Gabriela Mistral y otros.
La revolución mexicana, un movimiento popular y agrario, como bien lo reiteró Alan Knight, también removió las regiones, estados y localidades, y favoreció que allí la cultura tuviera un lugar importante. Por ejemplo, cuando Vasconcelos visitó Aguascalientes en 1920, dio cuenta de la necesidad de apoyar a los artesanos que tenían historia y gran potencial para crecer y, un par de años después, desde la SEP favoreció la creación de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes. Había que darle vida a la “Patria chica”. Todo esto, mientras que se reivindicaban las obras de Saturnino Herrán, en la pintura; de Manuel M. Ponce, en la música; y de Ramón López Velarde, en la poesía. Como lo dijo el poeta estridentista Germán List Arzubide, “era necesario salir a la provincia inventada por López Velarde”.
La provincia era un elemento esencial de la “Patria”. Finalmente, quien daba identidad nacional no era el centro, sino la provincia, es decir, el conjunto de rasgos culturales que se construían, se vivían y se reconstruían en las entidades y las localidades más apartadas del país, tal como ocurre ahora. En Aguascalientes, hubo quienes reivindicaron la provincia, tal como lo había hecho Eduardo J. Correa décadas atrás, y asumieron un compromiso para trabajar a favor de una cultura local vinculada a lo nacional.
Durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), el tema de la cultura nacional volvió a aparecer, pero de modo diferente. Se trataba de una cultura vinculada a una política gubernamental de unidad entre todas las entidades y entre las clases y grupos sociales del país. En este contexto es que se creó el Seminario de Cultura Mexicana en 1942, impulsado por José Vasconcelos, a través del titular de la SEP, Octavio Véjar Vázquez, y en 1943, la Corresponsalía Aguascalientes (CASCM), hace precisamente 80 años.
En esta Corresponsalía, destacaron al principio Francisco Díaz de León, Francisco Antúnez y, particularmente, Salvador Gallardo Dávalos. Y me refiero a este último con singularidad, porque fue quien insistió hasta los años cincuenta sobre la importancia de reivindicar y fortalecer la provincia y su cultura, convicción que fue heredada a sus discípulos, entre ellos Víctor Sandoval, quien fue miembro del Seminario e insistió en reivindicar “lo propio”. Su convicción lo llevó a crear la Casa de la Cultura, “no un palacio” –decía–, sino una casa de todos y para todos.
De alguna manera, la Corresponsalía Aguascalientes también es heredera de esta tradición que impulsa lo que de valioso tiene la cultura en Aguascalientes; pero ahora, desde una perspectiva más amplia: nacional e incluso universal. Y eso no es poca cosa.