
Este mes se cumplen 78 años de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, un suceso sin precedentes que cambió el mundo para siempre. Lo ocurrido los días 6 y 9 de agosto de 1945 representa un punto de inflexión en la forma de hacer la guerra, la política internacional y la relación entre el desarrollo científico tecnológico y la ética.
El lanzamiento de las bombas atómicas sobre las dos ciudades japonesas se llevó a cabo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el mayor conflicto bélico de la historia que enfrentó a las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón) contra los Aliados (Estados Unidos, Unión Soviética y Gran Bretaña).
Una vez rendidas Alemania e Italia, las potencias Aliadas le presentaron a Japón un ultimátum mediante el cual le pidieron que se rindiera para evitar la «total destrucción» de su territorio. Ante la negativa del emperador Hirohito de acatar la orden, los Aliados decidieron actuar.
El 6 de agosto de 1945, un bombardero estadounidense, denominado Enola Gay, lanzó e hizo explotar una bomba atómica a una altitud de 600 metros sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.
Tan solo 3 días después, el 9 de agosto de 1945, otra bomba atómica fue arrojada desde el bombardero Bockscar para estallar encima de Nagasaki, a unos 550 metros del suelo.
Las consecuencias fueron aterradoras en ambos casos. La detonación de Hiroshima provocó la muerte instantánea de 70 mil personas y la de Nagasaki de al menos 35 mil. En los meses siguientes, la cifra de fallecidos siguió aumentando hasta alcanzar un total de 140 mil para la primera ciudad y 70 mil para la segunda. A esto hay que sumar el alto número de heridos y enfermos a causa de la radiación nuclear, muchos de los cuales acabarían perdiendo la vida en los años posteriores a 1945.
El 2 de septiembre de 1945, el gobierno nipón firmaba la rendición incondicional de la «tierra del sol naciente», lo que ponía fin a la Segunda Guerra Mundial.
Lo acontecido en Hiroshima y Nagasaki ha invitado a reflexionar a los gobiernos y a la humanidad en general, sobre todo en la forma de interrelacionarse, dirigir los conflictos bélicos y aprovechar el desarrollo científico tecnológico.
A pesar de ello, las amenazas de ataques nucleares nunca desaparecieron; fueron constantes durante la Guerra Fría, en la segunda mitad del siglo pasado, y se intensificaron tras la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022.